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Un vehículo con matrícula de Catar, en Puerto Banús.
El maná árabe diluvia sobre Marbella

El maná árabe diluvia sobre Marbella

Turistas con gran poder adquisitivo, entre ellos miembros de las extensas familias reales de los países del Golfo, vuelven a llenar la ciudad sin reparar en gastos

Héctor Barbotta

Domingo, 7 de agosto 2016, 01:29

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En los hoteles de Marbella se aplica un método con escaso margen de error para conocer el rango que los visitantes procedentes del Golfo ocupan en el estricto esquema social de esos países. «Hay clientes que reclaman el tratamiento de príncipe o de princesa y que ocupan una o dos habitaciones; otros se presentan sólo con su nombre pero llegan con séquito y llenan ocho o diez habitaciones o hasta una planta entera, esos son los importantes», explican desde uno de los hoteles de gran lujo de la zona que estos días hacen con el mercado árabe el mejor agosto de los últimos años. A todos, con séquito o sin séquito, se les da todo lo que piden. Y lo que suelen pedir es mucho.

Los planetas se han alineado este año para que Marbella y su entorno vuelvan a vivir un verano pletórico en el mercado árabe, el de estancias más largas y el de mayor volumen de gasto. El Ramadán, que en años anteriores interrumpía la temporada alta por la mitad, concluyó en esta ocasión el 6 de julio; a partir de la semana siguiente comenzaron a llegar turistas árabes a Marbella. Además, entre el 11 y el 18 de septiembre se celebra en Arabia Saudí, el principal país emisor de este mercado, la Fiesta del Cordero, lo que extenderá el periodo de vacaciones hasta bien entrado el mes próximo. Los hoteles tienen previsiones de altas ocupaciones durante todo septiembre.

La situación política también ha contribuido este año a que Marbella haya vuelto a llenarse de turistas árabes. A la inestabilidad de la región con la guerra en Siria y en Yemen, el caos en Libia, los atentados contra turistas en Túnez y Egipto se ha sumado el atentado en la Costa Azul del pasado 14 de julio. En ningún lugar como en la Costa del Sol los turistas procedentes de los países del Golfo se sienten más seguros, pero además en ningún otro se encuentran mejor, Marbella es su casa.

Prácticamente no hay semana en la Subdelegación del Gobierno de Málaga, a través del Ministerio de Exteriores, y posteriormente en la Comisaría de la Policía Nacional en Marbella en la que no se reciba una comunicación sobre la llegada de dignatarios o miembros de alguna de las extensas familias reales de esos países. El secreto y la discreción son las herramientas más utilizadas para garantizarles unas vacaciones tranquilas. Se ha sabido, no obstante, que miembros de las familias gobernantes en Catar, en los emiratos y en Arabia Saudí, entre ellos Faisal, uno de los hijos del rey Salman, pasan estos días sus vacaciones en Marbella.

Con Salman, el sector turístico de la ciudad ha sufrido una cierta decepción. Visitante asiduo de la ciudad cuando aún era príncipe tiene su propio palacio junto al Mar-Mar, el construido por el rey Fahd se esperaba mantuviera esa presencia en su condición de monarca. Su entronización, sin embargo, coincidió con la muerte de Sultana, una de sus mujeres y la que más tiempo pasaba en la ciudad. De hecho, el deceso tuvo lugar en un hospital privado de Marbella. El precario estado de salud del monarca, la convulsa situación política en la zona y la preferencia de su favorita actual por la ciudad de Tánger, donde disfruta de su propio palacio y donde en estos días se celebrará la boda de uno de sus hijos, ha frustrado hasta ahora la expectativa de una visita real.

Marbella tiene que conformarse por eso con príncipes y princesas, que no es poco. Viajan con comitiva y no escatiman en gastos. La presencia de uno de ellos en un palacio, donde no caben todos, supone la ocupación de decenas de habitaciones en los hoteles de más lujo de la zona, desde el Marbella Club o el Puente Romano, situados en plena Milla de Oro, hasta el Kempinski de Estepona. En los séquitos suele haber un secretario, que se ocupa de las relaciones con el hotel, de solicitar los servicios y de pagar las abultadas facturas.

En el primero de esos establecimientos, el alquiler de una villa supone un gasto diario de 6.000 euros, cantidad que trepa hasta los 25.000 diarios si se trata de la Villa del Mar, ocupada hasta la semana pasada por el jefe de Estado de un país no árabe, cuya identidad se mantiene como un secreto guardado bajo siete llaves, pero que es habitualmente alquilado por turistas procedentes del Golfo.

Cuando se quedan a comer en el hotel, el cubierto no baja de los 500 euros y según lo que pidan los mariscos, el cordero y el caviar suelen estar entre sus platos preferidos, la cuenta se puede elevar hasta los mil euros por comensal.

Además, se trata de huéspedes con estancias largas que doblan la media de los clientes europeos. Según datos incluidos en un informe del Patronato de Turismo de la Costa del Sol en el que se fundamenta la necesidad de conseguir un vuelo directo entre Dubai y Málaga, la estancia media de un visitante de los Emiratos Árabes Unidos es de 13,7 días; de Catar, 15,2 días; de Arabia Saudí, 16,9 días y de Kuwait, 25 días. Para cualquier hotel, una estancia tan prolongada de turistas con semejante nivel de gasto es como un diluvio de maná caído del cielo. No suele ser inhabitual, además, que un turista de esta procedencia pase 15 días en el Marbella Club o en Puente Romano y después complete sus vacaciones con otra estancia similar en el Kempinski o el Villa Padierna.

No sólo en el hotel, donde suelen pedir que se gestionen servicios extra como el alquiler de coches de lujo, barcos o hasta helicópteros o aviones privados, los turistas árabes dejan su reguero de dinero. La semana pasada un cliente saudí gastó en la joyería Gómez y Molina de Puerto Banús 360.000 euros en relojes y no se trató, según aseguran, de una situación excepcional. A veces la compulsión por las compras los llevan a consumir más tiempo del previsto. A otro cliente árabe a quien la hora del rezo lo sorprendió en la joyería, los dependientes tuvieron que colocarle un biombo para que pudiera cumplir con sus obligaciones religiosas sin ser molestado. Cuando concluyó, continuó con la compra.

Sin embargo, no todos los turistas árabes suelen ser tan devotos. Marbella es para muchos de ellos la ocasión para saltarse las estrictas normas morales que imperan en sus países. «Eso de que no beben alcohol o que no comen jamón será en sus países», confiesa un trabajador de la hotelería que conoce bien los gustos de estos visitantes. A algunas horas de la madrugada, los pasillos de algunos hoteles parecen convertirse en una pasarela de modelos.

Para muchos de estos turistas, Marbella es sinónimo de juerga permanente. Los más veteranos explican el cambio cultural que se ha producido en el mercado árabe. Quienes vienen ahora, sobre todo los más jóvenes, están educados en colegios y universidades de Inglaterra o Estados Unidos. Sus gustos no difieren en gran medida de los europeos. Lo que parece ser diferente es el descaro a la hora de ostentar, la ausencia de límites y el tamaño de la cartera.

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