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Abundan los cables, graffitis y balcones oxidados.
Pozos Dulces, el centro desconocido

Pozos Dulces, el centro desconocido

Tras dos rehabilitaciones, el bohemio entorno sigue teniendo partes degradadas

ISABEL BELLIDO

Lunes, 8 de septiembre 2014, 01:01

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Siguiendo la calle Santa Lucía y dejando a un lado la Parroquia de los Santos Mártires y al otro calle Mosquera, se llega a la calle Andrés Pérez. Ésta (que desemboca en Carretería) es parte del anillo que conforma el entorno de Pozos Dulces, tan escondido y desconocido por muchos malagueños. Y algo denostado, también. Aunque sí que hay quien lo busca. Las razones: las frases de grandes poetas escritas por las paredes de la zona y la Plaza del Pericón, centro de Pozos Dulces, que posee un gran muro con un jardín vertical en su parte superior y decenas de misteriosas palabras en la posterior. Aunque esto contraste con otras calles maltratadas y sucias, cuyas señoriales casas se encuentran tapiadas y okupadas, en el mejor de los casos.

Pero era antes del 2004 cuando daba miedo pasar por ahí, según cuentan algunos vecinos y también el arquitecto José Fernández Oyarzábal, que se encargó de la rehabilitación de Pozos Dulces en dicho año. «Había delincuencia y gente marginada. Era una especie de tumor que le había salido a la ciudad», cuenta el arquitecto, al que el Ayuntamiento encargó el estudio de la zona por su «enorme interés histórico». «Se desarrolla intramuros de la muralla medieval de Málaga», explica el también diseñador y profesor, que añade la «vecindad con el centro histórico» y sus «edificios del siglo XVII y XVIII». Cuenta Oyarzábal que trabajó entonces con una idea básica:«Actuar discretamente, con el mayor respeto que pudiera dar al barrio».

Así, se encargó de rehabilitar el pavimento, las farolas («discretas, respetuosas y modernas»), la Plaza del Pericón y las frases de las paredes. De hecho, él mismo las eligió y pintó, y confiesa que es de lo que más orgulloso se siente de aquel trabajo. Estas sentencias poéticas pertenecen a autores de la talla de Goethe, Kavafis, Rafael Pérez Estrada o Alberti, que se convierten en unos vecinos más. «Pensé que esas paredes tenían que recuperar una dignidad que habían perdido», rememora el arquitecto. «Tratan de la relación del hombre con el mundo, con la ciudad o consigo mismo», comenta.

Oyarzábal lo planteó como un laberinto cuyo centro es la Plaza del Pericón, en la que actuó fallidamente, admite. «La llené de naranjos y puse tres bancos, uno circular, otro triangular y otro circular», explica. Pero los árboles estaban «bastante escuchimizados» y uno de los bancos se rompió. El Ayuntamiento pensó que había que remodelar, y aquí entra la arquitecta Natalia Muñoz, que vio un lienzo en la medianera de veinte metros perteneciente a un antiguo colegio. Así, se pusieron en ella plantas crasas de distintos tonos de verde en su parte superior (resultando de ello un jardín vertical) y acero corte en la inferior, con decenas de palabras de distinto tamaño cortadas e inscritas en él. «Se manda una especie de mensaje alrededor de la palabra pasión», aclara Muñoz, pues todas las palabras que conforman este muro metálico empiezan por p, a, s, i, o y n, las iniciales del término clave.

Aunque su autora incide en que «no significa algo concreto», sino que pretendía que «cada uno se imagine lo que quiera». La plaza está llamada a ser sólo un lugar de paso, en gran parte debido a la falta de bancos. Natalia Muñoz comenta que se empezaron a poner, pero que «hay mucha gente ahí que tiene que dormir» y «debido a sus quejas vecinales», se quitaron. La ludoteca, ubicada frente a la plaza, también es obra suya.

En lo que coinciden tanto Oyarzábal como Muñoz es en que el entorno ha mejorado, y mucho. «El barrio está mucho más limpio, empieza a tener vida y se están rehabilitando viviendas», opina Oyarzábal, que cree que necesita una labor de «mantenimiento» por parte del Ayuntamiento. Por su parte, Muñoz dice que «ha mejorado muchísimo» y que se trata de un «entorno bohemio» frente a lo «señorial» del centro histórico, aunque opina que la existencia de algunos comercios ayudarían a reavivar la zona. Ambos están de acuerdo, además, en que la cercanía del Museo Carmen Thyssen ha ayudado a su recuperación.

«Ahora está mucho mejor»

Los vecinos también han notado la actuación arquitectónica. Francisco Sanz, que vive en Pozos Dulces desde hace once años, dice que «está más bonito», pero que «aún quedan muchas casas abandonadas», y que, aunque aún hay indigentes, «no molestan» y «ya los conocen». Michael Schmidt lleva tres años residiendo en la zona y dice que «se vive bien» y que «no es peligroso», aunque «hay calles que hay que mejorar». Cree que el entorno está «muy escondido» y que, además, «no se hacen eventos para darlo a conocer». Rocío Zabanillo, por su parte, también lleva tres años viviendo ahí y afirma que nunca ha tenido «ningún problema». Habrá que ir a explorar esa parte del martini del mar, como definió Pérez Estrada a Málaga, cuya frase permanece intacta en una pared de Pozos Dulces.

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