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Vista de la sala que introduce en el siglo XX, con mobiliario y cuadros de la época. / EDUARDO NIETO
El arte más frágil
CULTURA

El arte más frágil

El Museo del Vidrio y Cristal recorre la historia de la humanidad a través de mil piezas

REGINA SOTORRÍO

Miércoles, 2 de septiembre 2009, 13:34

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Hubo un tiempo en el que esas piezas guardaron perfumes de las culturas del Mediterráneo oriental del siglo V a.C; con ellas brindaban los Estuardo en secreto por la vuelta de la Casa al trono de Inglaterra; y en ellas almorzaban familias inglesas del XIX. Hoy se exponen en las vitrinas del nuevo Museo del Vidrio y Cristal de Málaga, «un recorrido por la historia de la humanidad» a través del arte más frágil. Tras él, hay un nombre propio: Gonzalo Fernández-Prieto. Le ha costado ocho años de obras y una cuantiosa inversión privada -«sin ninguna subvención»-, pero el historiador (Madrid, 1956) asegura que habrá cumplido un «sueño de juventud».

Unas mil copas, jarrones, platos, vinagreras y demás objetos moldeados en vidrio y cristal -de una colección total de 3.000- ocupan las diferentes estancias de este museo, estructurado en dos plantas y sobre una superficie de mil metros cuadrados. Pero hay más: cada sala, organizada por siglos, está ambientada con cuadros y mobiliario original de la época. «Es, en realidad, un museo de artes decorativas».

El recorrido por el recinto arranca en la misma puerta de entrada: antigua calle Gaona, número 2. Y es que la primera pieza del museo no es otra que la propia casa. Levantada en 1760 por la familia Cassini, Fernández-Prieto se propuso «conservarla y no destruirla». La residencia mantiene así las pinturas murales de la fachada, algunas de las columnas de su patio central y el artesonado. Se trata de una típica casona de la clase media malagueña del XVIII.

En su interior

Una vez en su interior, once vidrieras -de las 62 de la colección- cuelgan de las paredes que rodean la estancia central, cubierta por una claraboya. Junto a un mueble con el sello de Gillows, se expone un conjunto de la escuela prerrafaelista inglesa y de la firma Whitefriar, que en otro tiempo decoraban iglesias.

La ruta por el arte transparente continúa en la primera planta, después de pasar junto a un jardín que linda con los hornos de época almohade hallados en la zona y que Fernández-Prieto desea ver algún día integrados en el recorrido. Unos pasos más allá, el coleccionista muestra con delicadeza una de sus 'joyas': un oinochoe del siglo V a.C., de origen fenicio o griego. A su lado, un vidrio romano de los talleres imperiales, datado en el siglo II d.C. Piezas bizantinas y musulmanas (una de ellas encontrada durante la restauración de la casa) sirven de antesala al XVI y XVII: dos vinagreras de vidrio catalán -«tan importante como el veneciano»-, copas belgas, venecianas, checoslovacas... brillan en una vitrina.

En el viaje hacia el XVIII, Fernández-Prieto se detiene ante un conjunto de piezas de la familia Estuardo grabadas con un capullo de rosa, el símbolo «del príncipe en el exilio». No podían faltar aquí los cristales de La Granja. Un comedor inglés, sillas Jacob, un cuadro de Cortellini y un reloj de Lasage trasladan al XIX, donde destaca un cristal de camafeo británico. Diseños de Gallé y Lalique introducen en el siglo XX, del que Fernández-Prieto se ha dejado «fascinar» por los años 'hippies', que se tradujeron en una variedad de formas y colores sobre el cristal.

Termina el paseo por la colección, pero el museo no acaba. Fernández-Prieto aspira a convertirlo en un punto de encuentro cultural -con un evento al mes- e industrial. «Espero que algún día sirva para que vuelvan aquí los talleres de artesanía que merece esta ciudad».

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