«Me sorprendió el canto de los pájaros»

Su historia es extraordinaria. Pasar del silencio ruidoso en el que vivía al mundo del sonido es un «pequeño milagro de la ciencia», como ella dice, pero también, como apostilla su madre, Maite, este milagro ha sido posible gracias a la fuerza de voluntad inquebrantable de Marta. «Sin el empeño que siempre ha puesto hubiera sido más difícil. Ha trabajado mucho».

Sólo han pasado tres años desde el implante coclear, pero Marta y su familia habían empezado la batalla contra la sordera mucho antes. Desde que Marta era un bebé en Madrid, donde nació. Desde que tenía un año lleva audífonos. A los cuatro años su familia se traslada a Málaga y acude a un colegio especial para sordos, pero los padres decidieron que la integración con niños sin discapacidad en un colegio público era lo mejor. Fue la única estudiante sorda en su instituto de secundaria. «La gente no conoce a los sordos, se cree que como no hablan o no hablan bien no tienen capacidad para hacer las cosas y eso no es cierto», cuenta Marta en su casa de Fuengirola. Marta demostró a profesores y compañeros que podía estudiar pese al inconveniente de su sordera. La madre, luchadora infatigable por la integración de discapacitados en la enseñanza, subraya su aprendizaje de audición ósea, con métodos sobre madera, de forma que ya desde pequeña empezó a 'sentir' los sonidos a través de vibraciones. No conoce el lenguaje de los signos. Aprendió a leer los labios.

Con este bagaje de esfuerzo recibe tras mucho batallar la llamada del Hospital Clínico San Cecilio de Granada para una operación de implante coclear. Su perfil fue calificado como apto.

No es para todos

«No todas las personas sordas pueden recibir un implante coclear», recuerda Serafín Sánchez, jefe de Otorrinología del hospital Virgen Macarena de Sevilla, junto a la de Granada la segunda unidad hospitalaria en la que se practican este tipo de operaciones en Andalucía. «Deben ser pacientes con sordera absoluta o severa y en los que el origen de las enfermedades que la hayan causado esté en el oído interno», agrega.

El perfil de Marta se ajustaba y recibió el implante. Lo primero que recuerda Marta al despertar de la anestesia «era un enorme dolor de cabeza». Aún debió esperar dos semanas para la primera prueba de audición con el procesador que desde entonces debe llevar ajustado a su oreja derecha. Se emocionó tanto con aquel primer sonido que pegó un salto. «Estaba muy emocionada de ser oyente, pero el ruido era muy alto, no lo podía soportar». Era la prueba irrefutable de que la intervención había sido un éxito.

Marta avisa de que su historia de sorda no acaba aquí. Podía oír, pero debía «aprender» a escuchar y a hablar. Más de dos horas diarias de logopeda desde hace tres años le ayudan a ello: poco a poco empezó a distinguir los sonidos, el tono de voz de un hombre y el de una mujer, a los animales, cada día aprendía una nueva palabra. Es lo más difícil. «Algunos tiran el procesador porque no tienen paciencia, la operación no lo es todo, hay que trabajar mucho», explica.

Expectativas

Teresa Amat, coordinadora de la federación de Asociaciones de Implantados Cocleares de España (Aice), advierte de que es importante que los sordos que se vayan a operar sepan que las expectativas no son las mismas para todos. En los resultados importa la edad, las circunstancias en las que se quedaron sordos y la comunicación educacional después del implante. «La rehabilitación es tan importante o más que el implante», manifiesta.

Esta rehabilitación es más satisfactoria en personas que quedaron sordos a una edad en la que recuerdan sonidos y habla y en los niños pequeños. «Los mejores resultados se dan en menores de tres años porque tienen moldeable el cerebro para el aprendizaje del lenguaje, cuanto más mayor cuesta más», explica el doctor Sánchez.

Marta nunca se ha dado por vencida. Al principio pensaba que las voces eran todas iguales. Ya sabe distinguirlas. Al preguntarle cómo se imaginaba la voz de su madre contesta que al oírla por primera vez «no me gustaba, parecía de hombre». Lo que le dejó boquiabierta fue su primer día en el supermercado como oyente. «No sabía que allí había música, miraba para ver quién cantaba». Ella anima a hacer la operación a personas con su dificultad. «Merece la pena. El implante es mágico», insiste.

El caso de Marta se sale de lo normal, pero no es el único. Ella es licenciada en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Granada, carrera que ha estudiado al tiempo que ha aprendido a comunicarse y distinguir los sonidos. Ahora prepara oposiciones. Pero como ella, hay otros muchos sordos implantados que han estudiado carreras e incluso hay músicos, recuerda el doctor Sánchez. Marta vive en una casa donde se ama la música. Todos tocan el piano. Su oído se ha vuelto exigente. «Le dice a su padre que toca fatal», cuenta entre risas la madre. «¿Y tú, no te animas a aprender?». Marta se sonríe. Algo toca ya, aunque lo que de verdad le fascina es cantar.