Micenas, el origen del universo
Un paseo por el tiempo ·
La ciudad griega fue testigo de la vida de los aqueos, liderados por Atreo, antes de invadir TroyaPepe Pérez Muelas
Micenas
Martes, 15 de julio 2025, 07:08
Siempre es de noche bajo esta falsa cúpula. Pienso en las playas de Ilión. La cólera de Aquiles aún no se ha desatado. Helena no ... se ha desnudado frente a Eneas. Penélope no sabe qué es una despedida. Nada ha sucedido todavía en este cielo estrellado. La piel de la piedra adquiere las texturas del universo. Origen y destrucción. Soy un viajero exhausto. Sobre esta oscuridad nació el amor. Entre estas sombras la gente muere. Nadie ha mencionado aún el nombre de Troya.
Llegar a Micenas precisa de un acto de fe literaria. Yo creo en Homero. Lo digo en susurros, en el interior de la tumba de Atreo. Dejé atrás el camino de Atenas, los olivos milenarios, las colinas escarpadas. Mar y tierra, como los ojos que enloquecieron a los hombres bajo la mirada de Helena. Micenas primero se inventó en las noches de hogueras y luego un alemán llamado Schliemann la desenterró. Fue el escenario en el que vivieron los aqueos antes de invadir Troya. Atreo no fue a la guerra pero crió una estirpe de guerreros sedientos de flechas. Homero, Schliemann. ¿Acaso tengo permiso para visitar este sepulcro que he leído tantas veces?
Uno nunca sabe qué son las ruinas. Llevo toda mi vida persiguiendo vestigios del pasado, fragmentos de columnas deshilachadas en una ladera solitaria. Un templo en el horizonte, que guarda la nostalgia de dioses antiguos y olvidados, basta para justificar mis días. Pero esta noche estrellada es diferente. Cada uno de sus astros, diseñados hace miles de años por un arquitecto sin nombre, encierra la memoria del hombre, a través de un solo hombre.
Se trata de un monumento funerario construido en forma de colina. El ser humano quiso habitar las montañas y lo logró
Atreo. Lo digo en voz alta. ¿Quién fuiste para dejar este recuerdo en piedra, en noche? Me adentro en su tumba. Se trata de un monumento funerario construido en forma de colina. El ser humano quiso habitar las montañas y lo logró. En la muerte, aspiró a convertirse en ellas. Accedo por una rampa suave y la oscuridad se cierne sobre mí. Estoy en el interior del tholos, una cosmogonía, y respiro un tiempo que no se mide en siglos. Miro hacia arriba. Es el cielo nocturno. Después llegarán Caravaggio con su noche perpetua, Van Gogh con sus estrellas enloquecidas, Debussy con la sinuosidad de la música acuática. Todas las noches del arte nacieron aquí, bajo la falsa cúpula del tesoro de Atreo.
Pienso en otras cúpulas. En Santa Sofía, en Santa María del Fiore, en el Panteón. Piedras adolescentes, en comparación con esta tumba, anterior a las guerras y los nacimientos. La caliza se aproxima hasta formar esta falsa bóveda que a mí me resulta la más original de las creaciones. Dicen las guías que se construyó en torno al 1250 a.C. Es el año en el que se inventaron las noches. Cierro los ojos. Sé que en unos minutos me detendré frente a la Puerta de los Leones, que acariciaré las murallas ciclópeas con la palma de las manos, que pisaré el Salón del Trono, donde se impartía una justicia antigua y rigurosa. Sé que los caminos de la Humanidad parten de Troya, y que para llegar a sus playas el camino comienza en este punto, bajo la noche perpetua de Atreo, iluminado por las estrellas de una piedra milenaria. Lo veré todo. Pero ahora solo soy la oscuridad que espera.
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