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REGINA SOTORRÍO rsotorrio@diariosur.es
Viernes, 5 de abril 2013, 11:45
Quizás sus últimas películas no fueran las mejores. Puede que no se ganara el favor de la crítica. Pero logró algo que solo consiguen unos pocos. «Él siempre iba buscando la libertad, y al final de su vida la encontró», cuenta Antonio Mayans, su actor fetiche. Jesús Franco (Madrid, 1930) falleció ayer en Málaga, donde residía, tras sufrir el Miércoles Santo un ictus cerebral. Tenía 82 años. Dejó dicho que no quería entierro ni funeral en su nombre, tan solo un encuentro entre amigos «para tomar una cerveza y recordarle», señala Kike Mesa, que dirigió el documental 'Jesús Franco. Manera de vivir'. Y eso harán los suyos a finales de esta semana, cuando esparcirán sus cenizas en un homenaje que convocarán por las redes sociales (su fallecimiento fue 'trending topic' en Twitter).
Transgresor, experimental e independiente, el cineasta deja un legado de 200 películas que han marcado a grandes como Quentin Tarantino y que le valieron una legión de fans de sus cintas de serie B por todo el mundo. Afincado desde mediados de los 90 en Málaga, era un realizador de «inmensas minorías», como le define Juan Antonio Vigar, director del Festival de Málaga-Cine Español.
«Adicto» a los rodajes
«Adicto a los rodajes», en palabras de Mesa, tocó todos los géneros: desde el cine de terror al porno, pasando por la comedia o el cine infantil. Todos salvo el western. «Decía que John Ford ya lo había hecho demasiado bien», recuerda Mayans. Jess Franco -uno de los muchos seudónimos que utilizó- solo se permitió una pequeña concesión en 'El llanero' (1963). Y siempre, en todos los casos, «con una mirada propia y una personalidad arrolladora», matiza el director José Manuel Serrano Cueto, autor del libro 'Jess Franco. Tutto sul suo cinema 'apiazzante'. Da Orson Welles alla pornografia', publicado en Italia.
Filmaba de forma compulsiva, no terminaba una película cuando empezaba otra, incluso se dice -aunque él lo negaba- que los planos de un mismo rodaje los usaba para dos cintas diferentes sin que los actores lo supieran. Estar tras una cámara era su mayor felicidad. «El qué contar le interesaba bastante poco, le atraía el cómo contar», asegura Serrano Cueto. Especialmente desde hace un año, cuando perdió a su compañera, su musa y el amor de su vida, Lina Romay. «Cuando ella murió todos supimos que a él le quedaba poco», confesaba ayer un amigo cercano. Perdió la ilusión y las ganas de luchar, y un grupo de seguidores y amigos se unieron para regalarle lo único que podía sacarle de esa tristeza: un rodaje. Hizo entonces dos películas en Málaga, como todas las de su última etapa. La primera se estrenó unos días antes de sufrir el ictus cerebral, el 22 de marzo en Madrid y un día después en Barcelona: 'Al Pereira vs. the Alligator Ladies'. La segunda aún se encuentra en posproducción.
Él no pudo asistir a la proyección. En silla de ruedas desde hace tiempo, necesitaba cada vez más ayuda para cualquier acto cotidiano. Pero Antonio Mayans -que ha trabajado codo con codo en 72 películas del director- le contó por teléfono lo mucho que disfrutó el público. «Estaba contentísimo cuando le dije que se reían y gritaban, que lo pasaron de maravilla. Era lo único que quería: divertir», declara. Admite que la cinta -en la que él actúa- es una «frikada», que no ganará nunca un Goya, pero es un claro ejemplo del último Jess Franco.
Aunque nunca se dejó constreñir por normas y convencionalismos, siempre había un productor ante el que tenía que responder. Aquí no. «Hacía lo que a él se le pasaba por la cabeza, lo que le apetecía y le gustaba. Había encontrado su cine, no se sentía oprimido en ningún sentido», apunta el actor.
Hasta llegar a eso pasó por mucho. Por infinidad de momentos buenos, y por otros malos en los que le ahogaba el presupuesto -«se jactaba de no haber recibido subvenciones»- o le descabezaba la censura. Mesa recuerda cómo se quejaba de que su película '99 mujeres' «se había quedado en 30 mujeres» tras cortar los censores hasta 40 minutos de metraje.
Fuera tópicos
Ante los férreos controles, encontró campo abierto al otro lado de la frontera. Alemania, Francia o Italia se convirtieron en sus mejores aliados cinematográficos. Le permitieron dar rienda suelta a un cine que fusionaba el terror y la fantasía con el erotismo y la sensualidad. Rompía con los tópicos del género haciendo un Drácula en femenino, o jugaba a su antojo con personajes clásicos como Frankenstein o el Hombre Lobo. En esa época, colocó al otro lado de su cámara a actores como Christopher Lee o Klaus Kinski. Ya en los 80 se dejó seducir por el cine porno, con su mujer como incondicional compañera. Se convirtió en «el director más peligroso del cine mundial», según condenó 'L'OsservatoreRomano'.
Y su vida dio para mucho más. Fue ayudante de Bardem y Berlanga, mano derecha de Orson Welles en sus rodajes españoles ('Campanadas a medianoche', la inédita 'La isla del tesoro' y 'Don Quijote'), actuó para su amigo Fernando Fernán Gómez en 'El extraño viaje' y era el músico en la sombra de muchas de sus películas (le apasionaba el jazz). E incontables son las anécdotas que recuerdan quienes le conocieron.
Se reía cuando alguien le mencionaba la posibilidad de ganar un Goya. Pero ese momento llegó en 2009, cuando recogió el Goya de Honor de la Academia de Cine. Y ayer le lloraban sus compañeros. Santiago Segura y Paco León expresaron su pésame a través de Twitter; la SGAE lamentó la pérdida de «un creador original e irrepetible»; y el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, resaltó la versatilidad «siempre rebelde» del director. Con el cineasta madrileño se repite la historia. Vapuleado por la crítica y siempre fuera del sistema, para muchos será ahora el momento de redescubrir a Jesús Franco como un grande del séptimo arte. Seguro que de eso también se reiría el tío Jess.
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