Los demonios de Steve Jobs
En este adelanto de su biografía, que sale a la venta el día 28, Jonathan Ive, el compañero espiritual de Jobs en Apple, reprocha a su jefe que se atribuyese el mérito de sus diseños
PPLL
Domingo, 23 de octubre 2011, 03:37
Cuando Steve Jobs reunió a sus principales ejecutivos para darles una charla tras reincorporarse a Apple como consejero delegado en septiembre de 1997, se encontraba entre el público un británico de treinta años, apasionado y sensible, que dirigía el equipo de diseño de la compañía. Jonathan Ive -conocido por todos como Jony- se estaba planteando dejar su trabajo. Estaba harto de trabajar en una empresa centrada en maximizar beneficios más que en el diseño del producto. El discurso de Jobs le hizo reconsiderar su postura. «Recuerdo claramente cómo Steve anunció que nuestra meta no era solo ganar dinero sino también crear grandes productos -recordaba-. Las decisiones que se toman de acuerdo con esta filosofía son radicalmente distintas de las que se habían estado adoptando en Apple». Ive y Jobs pronto forjaron una relación que llevaría a la mayor colaboración en diseño industrial de su época.
Ive se había criado en Chingford, un pueblo al nordeste de Londres. Su padre era un orfebre que impartía clases en una universidad local. «Era un artesano magnífico -recordaba Ive-. Su regalo de Navidad consistía en un día en su taller de la universidad durante las vacaciones, cuando allí no había nadie, ayudándome a fabricar cualquier cosa que hubiera imaginado». La única condición era que Jony tenía que dibujar a mano lo que planeaban hacer. «Siempre fui consciente de la belleza de las cosas hechas a mano. Entendí que lo realmente importante era el cuidado que se ponía en hacerlas».
Ive se matriculó en la Universidad Politécnica de Newcastle y pasaba el tiempo libre y los veranos trabajando en un gabinete de diseño. Una de sus creaciones fue un bolígrafo con una bolita encima con la que se podía juguetear. Esto permitía ofrecer al usuario una conexión emocional lúdica con el bolígrafo. En su trabajo de fin de carrera diseñó un micrófono y un auricular -de plástico blanco- para comunicarse con niños sordos. Su piso estaba abarrotado de maquetas de espuma que fabricaba para ayudarse a encontrar el diseño perfecto. También diseñó un cajero automático y un teléfono curvo, ambos premiados por la Royal Society of Arts. A diferencia de algunos diseñadores, no se limitaba a hacer bocetos bonitos, también se preocupaba por el montaje y por los componentes internos. En la universidad, cuando descubrió que podía diseñar con un Macintosh, tuvo una epifanía: «Descubrí el Mac y sentí que tenía una conexión con la gente que había fabricado aquel producto -recordaba-. De pronto comprendí qué era una empresa, o qué se suponía que debía ser».
Tras licenciarse, ayudó a fundar una empresa de diseño en Londres, llamada Tangerine, que consiguió un contrato de consultoría con Apple. En 1992, Ive se trasladó a Cupertino para trabajar en el departamento de diseño de Apple. Se convirtió en el jefe del departamento en 1996, un año antes de que Jobs regresara, pero no estaba contento. Por aquel entonces la dirección de Apple no valoraba el diseño. «No se preocupaban por cuidar el producto, porque estábamos tratando de rentabilizar al máximo los beneficios que obteníamos -afirmó Ive-. Todo lo que nos pedían a los diseñadores era una maqueta de lo que se suponía que debía ser la apariencia externa, y los ingenieros lo fabricaban con el menor coste posible. Estuve a punto de dimitir».
Cuando Jobs se hizo con el mando y pronunció su discurso a los trabajadores, Ive decidió quedarse un poco más. Sin embargo, Jobs buscó primero un diseñador externo de renombre mundial. Habló con Richard Sapper, diseñador del ThinkPad de IBM, y con Giorgetto Giugiaro, responsable del diseño del Ferrari 250 y del Maserati Ghibli I. Pero después dio una vuelta por el estudio de diseño de Apple y conectó con el afable, entusiasta y solícito Ive. «Hablamos sobre distintas formas y materiales -recordaba Ive-. Estábamos en la misma onda. De pronto comprendí por qué me encantaba aquella empresa».
Jobs describió después el respeto que sentía por Ive:
«La diferencia que ha supuesto Jony, no solo en Apple sino en todo el mundo, es inmensa. Es una persona tremendamente inteligente en todos los sentidos. Comprende los conceptos empresariales y los publicitarios. Pilla la información al instante, de forma automática. Comprende cuál es la base de nuestra filosofía mejor que nadie. Si tuviera que nombrar a un compañero espiritual en Apple, ese es Jony. Juntos concebimos la mayoría de productos y después implicamos al resto y les decimos: 'Oye, ¿qué os parece esto?'. Jony es capaz de ver el panorama general y el más mínimo detalle de cada producto, y entiende que Apple es una compañía consagrada a sus productos. Ive no es un simple diseñador, por eso trabaja directamente para mí. En Apple tiene más margen de maniobra que nadie, excepto yo. No hay nadie que le pueda decir qué hacer o que pueda echarlo de un proyecto. Así es como he dispuesto las cosas».
Como la mayoría de diseñadores, Ive disfrutaba analizando la filosofía y razonando el paso a paso que se materializaba en un diseño concreto. Para Jobs, el proceso era más intuitivo: señalaba las maquetas y bocetos que le gustaban y rechazaba los que no. Entonces Ive seguía las indicaciones y desarrollaba los conceptos que contaban con la bendición de Jobs.
Ive era un fan del diseñador industrial alemán Dieter Rams, que trabajaba para la firma de electrodomésticos Braun. Rams predicaba el evangelio de «menos, pero mejor» -«Weniger aber besser»-, del mismo modo que Jobs e Ive luchaban por simplificar al máximo cada nuevo diseño. Desde que el primer folleto de Apple, redactado por Jobs, proclamó que «la sencillez es la máxima sofisticación», éste había buscado la sencillez que se obtiene al dominar la complejidad, no al ignorarla. «Hace falta mucho trabajo -afirmó- para que algo resulte sencillo, para comprender de verdad los desafíos latentes y obtener soluciones elegantes».
Jobs encontró en Ive a su alma gemela en la búsqueda de una sencillez auténtica. Ive, sentado en su estudio de diseño, describió su filosofía en una ocasión:
«¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Porque necesitamos sentir que podemos dominar los productos físicos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez no es simplemente un estilo visual. No es solo el minimalismo o la ausencia de desorden. Requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para ser realmente simple, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para hacer algo sin tornillos puedes acabar con un producto muy complicado. La mejor forma es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencia de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que no son esenciales».
Aquel era el principio fundamental que compartían Ive y Jobs. El diseño no era simplemente el aspecto superficial de un producto; tenía que reflejar su esencia. «En el vocabulario de la mayoría de la gente, 'diseño' significa 'carcasa' -declaró Jobs a 'Fortune' poco después de recuperar el mando de Apple-, pero para mí no podría haber un concepto más alejado del significado de diseño. El diseño es el alma fundamental de una creación humana que acaba por manifestarse en las sucesivas capas externas».
Como resultado, el proceso de diseño de un producto en Apple estaba íntegramente relacionado con el proceso de montaje y producción. Ive describió uno de los Power Mac de Apple: «Queríamos deshacernos de todo lo que no fuera absolutamente esencial -aseguró-. Para ello requeríamos una total colaboración entre los diseñadores, los desarrolladores del producto, los ingenieros y el equipo de producción. Volvíamos al principio una y otra vez. ¿Necesitamos ese componente? ¿Podemos conseguir que cumpla la función de las otras cuatro piezas?».
La conexión entre el diseño de un producto, su esencia y su producción quedó demostrada para Jobs e Ive cuando entraron en una tienda de electrodomésticos de cocina durante un viaje por Francia. Ive cogió un cuchillo que le gustaba, pero después lo volvió a dejar en su sitio, desilusionado. Jobs hizo lo mismo. «Los dos advertimos una pizca de pegamento entre el mango y la hoja», recordaba Ive. Hablaron sobre cómo el buen diseño del cuchillo quedaba malogrado por la forma en que lo habían fabricado. «No nos gusta pensar que nuestros cuchillos están pegados con pegamento -comentó Ive-. A Steve y a mí nos preocupan ese tipo de cosas que arruinan la pureza del objeto y nos apartan de su esencia, y pensamos lo mismo sobre cómo deberían estar hechos los productos para que parezcan puros e íntegros».
El estudio de diseño donde reina Jony Ive, en la planta baja del número 2 de Infinite Loop, en el campus de Apple, está protegido por cristales tintados y una pesada puerta cerrada a cal y canto. Dentro hay una cabina acristalada de recepción con dos vigilantes. La mayoría de los empleados de Apple no tienen permiso para entrar. La mayor parte de las entrevistas que mantuve con Jony Ive para la redacción de este libro fueron en otro lugar, pero un día de 2010 dispuso que yo pasara la tarde visitando el estudio y charlando acerca de cómo Jobs y él trabajan allí.
A la izquierda de la entrada hay un conjunto de mesas con diseñadores jóvenes; a la derecha se abre un salón principal enorme y oscuro, con seis largas mesas de acero sobre las que colocan y juegan con los proyectos en curso. Tras la sala principal se encuentra un estudio de diseño asistido por ordenador, lleno de terminales, que conduce a una sala con máquinas de moldeado que convierten lo que aparece en la pantalla en maquetas de espuma. Más allá, un robot controla una cámara de pintura pulverizada en la que consiguen que las maquetas parezcan reales. El ambiente es espartano e industrial, con una decoración de un gris metálico. Las hojas de los árboles del exterior proyectan formas móviles de luz y sombra sobre las ventanas tintadas. De fondo, se escucha música techno y jazz.
Cuando Jobs se encontraba bien y trabajaba en su despacho, iba a comer con Ive casi a diario y por las tardes paseaban alrededor del estudio. Cuando entraba, podía inspeccionar las mesas y observar el despliegue de productos en proyecto, sentir cómo podían incluirse en la estrategia empresarial de Apple y comprobar con sus propias manos la evolución de cada uno de los diseños. Normalmente realizaban el recorrido solos, mientras los otros diseñadores levantaban la vista de su trabajo pero mantenían una respetuosa distancia. Si Jobs tenía alguna consulta concreta, podía llamar al jefe de diseños mecánicos o a algún otro de los subalternos de Ive. Si algo le entusiasmaba o despertaba en él alguna idea sobre la estrategia empresarial, podía recurrir al director de operaciones, Tim Cook, o al jefe de marketing, Phil Schiller, para que se unieran a ellos. Ive describe el proceso habitual:
«Esta gran sala es el único sitio de la compañía en el que puedes mirar a tu alrededor y ver todo aquello en lo que estamos trabajando. Cuando Steve entra, se sienta a una de esas mesas. Si estamos trabajando en un nuevo iPhone, por ejemplo, puede que coja un taburete y comience a jugar con diferentes maquetas y a sopesarlas con las manos, señalando cuáles le gustan más. Después paseamos entre las otras mesas, solos él y yo, para ver qué rumbo siguen los otros productos. Así puede hacerse una idea de la dirección en la que avanza toda la empresa: el iPhone, el iPad, el iMac, los portátiles y todo lo que estemos trabajando. Esto le ayuda a ver dónde invierte Apple su energía y cómo se conectan los diferentes elementos. Puede preguntar cosas como: '¿Hacer esto tiene sentido? Porque es en esto otro en lo que estamos creciendo mucho'. Consigue ver cómo se interrelacionan los productos, cosa bastante complicada en una gran compañía. Al mirar las maquetas de las mesas, puede ver el futuro de los próximos tres años.
Gran parte del proceso de diseño es una conversación, un toma y daca mientras paseamos en torno a las mesas y jugamos con las maquetas. No le gusta enfrentarse a dibujos complejos. Quiere ver y sentir una maqueta, y hace bien. Yo mismo me sorprendo cuando producimos una maqueta y me doy cuenta de que es una porquería, aunque pareciera estupenda en las imágenes informáticas que habíamos diseñado.
Le encanta venir aquí porque es un lugar tranquilo. Es un paraíso si eres una persona visual. No hay inspecciones formales de diseño, así que no hay grandes tomas de decisiones. En vez de eso, nosotros hacemos que las decisiones sean algo fluido. Como repetimos el proceso a diario y nunca realizamos estúpidas presentaciones, no tenemos grandes desacuerdos».
El día en que yo lo visité, Ive estaba supervisando la creación de un nuevo enchufe europeo y un conector para el Macintosh. Decenas de maquetas de espuma, cada una con variaciones mínimas, se habían moldeado y pintado para su inspección. A algunos puede parecerles extraño que el jefe de diseño se preocupe de detalles como estos, pero Jobs también participaba en el proceso. Desde que ordenó que se fabricara una fuente de alimentación especial para el Apple II, Jobs no solo se ha preocupado de los elementos de ingeniería de estas piezas, sino también de su diseño. Él mismo quedó registrado como inventor en la patente del alimentador blanco que utiliza el MacBook, así como en la de su conector magnético, con el agradable ruidito que hace al conectarse al ordenador. De hecho, a principios de 2011 Jobs aparecía como el inventor de 212 patentes diferentes en Estados Unidos.
Ive, que tiene el temperamento sensible de un artista, a veces se enfadaba con Jobs porque se atribuía demasiado mérito, un hábito que ha incomodado a otros colegas suyos a lo largo de los años. Sus sentimientos hacia Jobs eran en ocasiones tan intensos que podía decepcionarse con facilidad. «Él pasaba revista a mis ideas y aseguraba: 'Eso no está bien, eso no es muy bueno, ese me gusta' -comentó Ive-. Y después yo me sentaba entre el público y él hablaba de aquellos productos como si fueran idea suya. Yo le doy una importancia obsesiva al origen de una idea, e incluso guardo cuadernos repletos de mis ideas, por eso me duele cuando alguien se atribuye el mérito de uno de mis diseños». Ive también se irrita cuando la gente de fuera presenta a Jobs como el encargado de las ideas de Apple. «Eso nos convierte en una compañía vulnerable», afirmó serio y en un tono contenido. Pero entonces se detuvo para reconocer la importancia de Jobs. «En muchas otras compañías, las ideas y los grandes diseños se pierden en el proceso. Las ideas que provienen de mí y de mi equipo habrían sido completamente irrelevantes y se habrían perdido si Steve no hubiera estado allí para animarnos, trabajar con nosotros y superar cualquier resistencia hasta convertir nuestras ideas en productos».
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