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CARLOS BENITO
Domingo, 24 de abril 2011, 03:42
Aunque la expresión haya hecho fortuna, el área evacuada en torno a la central nuclear de Fukushima no es una zona muerta. Se marcharon los seres humanos, cierto: tuvieron que dejar atrás casas y demás posesiones a medida que un compás iba dibujando sobre el mapa el alcance probable del veneno radiactivo. Pero quedaron ellos, tan excluidos de los planes de evacuación como los muebles o los electrodomésticos: perros, gatos, ganado... Los fotógrafos que se aventuran en el territorio vedado han mostrado al mundo el presente de esos animales, huérfanos de las personas que los cuidaban. Hay manadas de perros con collar que recorren las calles desiertas, gatos que contemplan el exterior desde las ventanas de sus prisiones, vacas agonizantes en cuadras a las que nadie lleva ya pienso... Los protocolos no contemplaban su evacuación, ni tampoco establecían medidas para su cuidado. Y, aunque pueda parecer un sentimentalismo trivial después de un desastre que ha dejado 14.000 muertos y otros tantos desaparecidos, sus dueños se torturan en los refugios al pensar qué destino espera a esos animales abandonados en la zona contaminada. Muchos, cuando se fueron de sus pueblos, creyeron que estarían de vuelta en un par de días.
La situación ha llevado a varias asociaciones a tomar cartas en el asunto. Sus equipos se internan en la zona de exclusión para rescatar mascotas: son comandos de intervención rápida que se exponen al riesgo por el bienestar de animales y dueños. Las personas desalojadas de sus hogares les dan la dirección y los detalles de su perro o su gato -es habitual que, antes de partir, hayan dejado a su alcance toda la comida disponible- y los voluntarios tratan de recuperarlos. O bien uno de esos reportajes de prensa les pone sobre la pista de un animal que lo está pasando mal. Aunque también los hay, en fin, que se van llevando todos los animales que encuentran en su recorrido por los cascos urbanos despoblados, tan semejantes a los paisajes post-apocalípticos de la ficción.
Como una visión
El caso más destacado fue el de los 'shelties' de Minamisoma, un bello grupo de animales de esa raza -perros pastores de las Islas Shetland, con aspecto de pequeños 'collies'- que vagabundeaba por las calles y se topó con los fotógrafos de la agencia AP. La publicación de las imágenes, como una visión en mitad de la nada, desencadenó una investigación en toda regla que permitió localizar a su propietario, un criador acogido en un refugio. Diez miembros de la asociación Sheltie Rescue acudieron en coches y lograron recoger a veinte ejemplares, aunque hubo varios que huyeron de sus rescatadores.
Algunos voluntarios llevan equipos de apariencia fiable, pero otros se protegen con simples anoraks de plástico. «Existe un riesgo, pero merece la pena correrlo a cambio de lo que puedo conseguir», resume Isabella Gallaon-Aoki, fundadora de la asociación Amigos de los Animales de Niigata, que ha formado junto a otras dos organizaciones la coalición Soporte y Apoyo a los Animales del Terremoto de Japón (JEARS, por sus siglas en inglés). Las autoridades, que no contemplan con buenos ojos tantas incursiones en la zona evacuada, han prohibido esta semana el acceso y sancionarán a todo el que rebase el perímetro sin permiso. Los colectivos de defensa de los animales también debaten entre ellos, ya que algunas voces hacen hincapié en el peligro de que se acabe trasladando algún animal contaminado: las principales asociaciones miden la radiación de las mascotas que recuperan, pero cunde la desconfianza a la par que proliferan los rescatadores sin filiación conocida.
En los refugios, las personas que desobedecieron las instrucciones oficiales y sí se llevaron a sus mascotas se ven obligadas a tenerlas fuera de las instalaciones, atadas a un poste o dentro de coches. Algunos desalojados pasan más tiempo ahí, junto a sus perros, que dentro del refugio, buscando en su compañía el calor del hogar perdido. Y se felicitan a diario por no haberlos dejado atrás, en la casa vacía, esperando a un amo que nunca antes había tardado tanto en volver.
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