

El futuro de los envases se ensaya en Málaga: plásticos biológicos a partir de residuos vegetales
Con la piel del tomate y restos de hojas y tallos Susana Guzmán y Alejandro Heredia, del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea del CSIC y la UMA, han desarrollado un nuevo material con utilidad en la industria alimentaria
Constituyen hoy día uno de los mayores problemas ambientales con los que se enfrenta la humanidad. Los 350 millones de toneladas de plástico que se ... fabrican al año en el mundo terminan con frecuencia en vertederos, en un gran porcentaje llegan al mar y convertidos en microplásticos se han encontrado incluso en las fosas abisales o en la Antártida. A través de los peces pasan a la cadena trófica y ya son también un problema de salud por sus efectos dañinos sobre el organismo.
Las medidas que se están tomando para frenar el uso tan extendido de los plásticos pueden tener un gran aliado en los residuos vegetales. En los laboratorios del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea del CSIC y la UMA Susana Guzmán Puyol y José Alejandro Heredia Guerrero llevan años investigando en la transformación de la piel del tomate y restos de hojas y tallos en plásticos biológicos o bioplásticos. Cuando terminaron la licenciatura de Química en la UMA se trasladaron al Instituto Italiano de Tecnología de Génova, donde pasaron ocho años formándose, entre 2012 y 2019. Alejandro volvió a España con un contrato Ramón y Cajal para jóvenes investigadores. Susana es investigadora postdoctoral. Ambos trabajan en este centro mixto del CSIC y la UMA en sus nuevas instalaciones en la ampliación del campus de Teatinos.
Alejandro calcula que cada año se procesan en España unas 60.000 toneladas de tomate. Y la piel actúa precisamente como el 'envase' natural del fruto, lo protege de patógenos y de las condiciones atmosféricas, la lluvia o el viento, y evita que el agua de los tejidos internos se evapore. «Viene a ser como un 'plástico' natural que fabrica la naturaleza», explica. Desde que terminó su tesis investiga sobre la posibilidad de convertir estos materiales naturales en bioplásticos, que se pueden degradar en 40 días, cuando un plástico derivado del petróleo puede tardar hasta 450 años. Y la celulosa se transforma en una película o papel film robusto y transparente con múltiples aplicaciones. Los bioplásticos creados pueden ser hidrófobos (que repelen el agua), fluorescentes, nacarados o de diversos colores y tonos según la exposición de la luz. Alejandro y Susana han dado un paso hacia la creatividad y exponen chapas, cucharas o botones realizados con estos plásticos.
¿Por qué la piel del tomate? Alejandro explica que, por ley, las industrias no pueden añadir esta piel a sus salsas, gazpachos o 'ketchup'. Un pequeño porcentaje se usa para alimentación animal, pero la mayor parte acaba en los vertederos. «Estamos dando una segunda oportunidad a estos residuos orgánicos, para formar parte de lo que hoy se denomina economía circular, intentado aprovechar al máximo los recursos de la naturaleza», señala Susana Guzmán. Los investigadores utilizan como disolvente el agua, por lo que el producto final es muy poco contaminante en comparación con otros procesos industriales.

Estos bioplásticos han demostrado tener una utilidad industrial. Los investigadores explican que se pueden utilizar en la industria conservera, como sustitutivo de la capa plástica que protege la comida del envase metálico. «Europa quiere prohibir este revestimiento de las latas de conservas, contiene un compuesto que puede ser perjudicial para la salud. Nuestro producto puede sustituir perfectamente este revestimiento», apunta Alejandro Heredia.
En otros casos, por su capacidad de cambiar de color por efecto de la humedad, puede servir para informar sobre una posible ruptura en la cadena de frío de algunos productos.
La alternativa a los plásticos derivados del petróleo comienza a abrirse paso lentamente. Ejemplos son las nuevas telas plásticas o los bioplásticos en los que están investigando en el IHSM. El futuro dependerá de la capacidad de la industria para cambiar de materia prima.
Uso industrial
Entre tanto, el equipo formado por Alejandro y Susana no para de innovar. De su laboratorio, y sobre la base de la celulosa de origen vegetal, han desarrollado un nuevo material a partir de la celulosa y el flúor que sirve a la industria del automóvil como compuesto para cubrir cables o recipiente de baterías al ser elástico, resistente a los cambios de temperatura y antiadherente. También a la textil, para confeccionar prendas impermeables y también transpirables como la ropa deportiva. En cuanto al sector alimenticio, comentan que se puede utilizar como envolvente de determinados productos y también para conservar comida. En el campo de la biomedicina serviría como recubrimiento de medicamentos o cápsulas para transportar sustancias inertes a través del organismo.
Apoyo europeo
Para sus investigaciones, Alejandro y Susana han contado con financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación. Y en esta reciente convocatoria de fondos FEDER ha conseguido apoyo económico para su proyecto titulado 'Análisis y uso del residuo del procesado industrial de fruto de tomate en la fabricación de materiales inocuos y biodegradables para el envasado de alimentos'. De los 78 proyectos consolidados de I+D+i de la Universidad de Málaga que han conseguido financiación europea, el de Alejandro y Susana es el que más dinero de fondos FEDER va a recibir.
Esta financiación «supone una gran ayuda para poder avanzar en nuestras investigaciones», apunta Susana Guzmán. Los jóvenes investigadores tienen ante sí el reto de hacer escalable a nivel industrial estas investigaciones que están dando tan buenos resultados en el laboratorio.
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