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Luis de la Torre solía afirmar, medio en broma, medio en serio, que estaba casado con la policía. Cuando quería picar a Conchi, su mujer, ... le decía que su profesión había sido su gran amor. Durante años, la vivió al límite, sin horarios, sin saber cuándo ni cómo volvería a casa, en un cara o cruz que era rutina para los de su generación.
Él fue uno de los seis fundadores del mítico Grupo Costa del Sol, que se creó en los años 70 y que fue pionero en la lucha contra el narcotráfico cuando apenas se perseguía en España. Los que caminan solos, como los bautizaron en un documental (2009) sobre una unidad que ha inspirado libros y series de televisión.
El comisario Luis de la Torre, que era memoria viva de ese grupo, murió el lunes en Málaga, la ciudad donde se retiró de la policía y a la que vinculó toda su trayectoria profesional. Tenía 72 años.
No tuvo una infancia fácil. Nació en Madrid y vivió de crío las cartillas de racionamiento. Era apenas un chavea de cinco años cuando lo mandaron junto a dos de sus hermanos al preventorio de la Savinosa, en Tarragona, para librarlos de la tuberculosis.
Solía contar a sus hijos que la primera vez que probó el marisco fue ya en Málaga, cuando a su padre lo nombraron delegado de la editorial Aguilar y la familia se instaló en un piso de la calle Esperanto, donde les cambió la suerte. A Luis especialmente. Un vecino, que era coronel del Ejército, le marcó el camino de la policía y le inculcó que tenía que encerrarse si quería aprobar las oposiciones para entrar como inspector. «Aquí tienes un paquete de tabaco y a estudiar», le dijo.
En 1969, con 20 años recién cumplidos, ingresó en el Cuerpo como inspector en prácticas. Dos años después lo destinaron a Antequera, donde conocería a Conchi, su mujer, y allí permaneció hasta febrero de 1976, el año que lo cambió todo. La unidad nació sin apenas medios, pero con el empuje de media docena de veinteañeros.
El grupo original lo integraron Luis de la Torre, Gonzalo Prieto, Fernando Camacho, Pepe Villena, Manolo Paniagua y Augusto Blanco Castilla, que era el jefe. Poco después se incorporarían Ricardo Ruiz Coll, Pepe Cabrera, Cecilio Oliva, José Antonio Martín Bolaños, Marcos Martínez o Pedro Parrilla, su colaborador en Fuengirola.
Tenían su cuartel general en un pequeño cuartucho de la comisaría de Torremolinos con dos máquinas de escribir y los ceniceros llenos de colillas. En los días duros, Luis se cargaba tres paquetes diarios de Winston.
«En las investigaciones, lo hacíamos todo nosotros: las vigilancias, los seguimientos, las escuchas...», relata Fernando Camacho, al que apodaban 'El chino', que recuerda las caídas (ocurrencias) que tenía su amigo Luis en las conversaciones. «Era bastante buen policía, pero era un poco hipocondriaco», bromea.
Ricardo Ruiz Coll recuerda que eran un grupo «muy compacto» que ponía toda la carne en el asador en sus intervenciones: «Luis era un buen amigo y un buen compañero, además de muy trabajador. Fuimos pioneros en muchas cosas, como en las escuchas telefónicas o en pedir a los jueces los vehículos y los medios intervenidos a los narcos».
«Lo recuerdo todo el día fuera, trabajando. No había teléfonos móviles, así que se iba y a lo mejor volvía a los dos o tres días», cuenta Yolanda, su hija pequeña, que habla de él con una profunda admiración que, no en vano, le llevó a seguir sus pasos en la policía.
«Cuando le dije que quería opositar, me preguntó: '¿Pero por qué? Si yo nunca he querido hablar del trabajo en casa precisamente por eso...'. Él no quería, pero yo estudié. A los 27 años, cuando entré, me dijo que se sentía muy orgulloso de mí», recuerda ella.
Yolanda estuvo en el Greco-Costa del Sol, que es, junto a las udycos, la versión moderna de aquel mítico grupo que creó su padre. «He vivido lo que él; el hambre, el frío, dormir con la pistola debajo de la almohada. Él me contaba que, para vigilar los alijos, cavaban hoyos en la playa, se cubrían con bolsas de plástico y fumaban dentro para poder ver algo... Era otra vida», explica ella. Cuando ingresó en la policía, evitó cruzarse en los destinos de su padre, que aún estaba en activo.
Al ascender a comisario, dejó el Grupo Costa del Sol, en el que estuvo 26 años, y dirigió las jefaturas de La Línea, distrito Norte de Málaga, UDEV, Policía Judicial o coordinador de distritos, entre otros cargos. Se retiró en 2015 con una cruz roja al mérito policial, dos blancas y 124 felicitaciones públicas. «Pero sobre todo estaba orgulloso de que, con su trabajo, quitó mucha droga de la calle. Tenía un alto sentido del deber y de la justicia», añade su hija.
Luis murió acompañado por su mujer, sus dos hijos, Luis y Yolanda, y sus cinco nietos, con los que venía saldando las cuentas pendientes del tiempo que le hurtó a su familia en interminables tronchas y persecuciones.
Pese a que se vio implicado en varios tiroteos, no le alcanzó una bala. Tampoco el cáncer de riñón, que hace seis años le obligó a pasar por un trasplante y que le dejó inmunodeprimido. Ni siquiera el Covid-19, que también superó. Cuenta su hija que lo llamaron del Hospital Regional para incluirlo en un estudio porque los médicos no daban crédito a que con su edad y el estado de salud que le dejó el cáncer hubiese superado el coronavirus. Él se prestó voluntario si con ello podía ayudar a superar la pandemia.
La bala que no pudo esquivar fue un tumor cerebral que le detectaron en octubre. Luis deja viuda a Conchi y un poco también a la Policía Nacional. Sus dos grandes amores.
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