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Ana Pérez-Bryan
Viernes, 12 de diciembre 2014, 01:11
El currículum de su página web (www.javierurra.com) da para más de dos folios completos a doble cara, y la suya es una de las más reconocibles en los medios de comunicación cuando el comportamiento humano desborda precisamente eso, lo humano. Después de décadas al pie del cañón, sabe reconocer la carne de ídem en apenas un puñado de detalles. Javier Urra (Estella, Navarra, 1957) es, además, un tipo cercano y amable, nada impostado, y a pesar de haber trabajado con gente «que ha hecho cosas deleznables» no ha perdido ese optimismo que no buenismo innato e imprescindible que a veces agradece como armadura. Aunque para armadura, la de su adorado Don Quijote, a quien convirtió en la parte central de la conferencia que pronunció en Málaga hace unos días. Lo hacía bajo el título Cómo encarar la vida para sentirla vivida, y con ella agradecía el reconocimiento de la Asociación de Antiguos Alumnos de la UMA, que lo ha distinguido con el título de miembro de honor.
Y además, como uno de los suyos, un reconocimiento que da más calor que el brillo de cualquier placa. Psicólogo forense, pedagogo terapeuta, psicólogo especialista en psicoterapia o profesor de Ética y Deontología, por dar sólo algunas pinceladas, Urra abrió camino y conciencias como Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid y en otras materias de calado que demuestran que los problemas con los niños no son, en absoluto, asuntos menores.
¿Que cada vez necesitemos más consejos de especialistas en temas de menores es mala señal porque vamos a peor o buena porque cada vez tenemos más información y vemos antes los problemas?
Hay que tener en cuenta que desde hace poco el menor es un sujeto de derecho, que el niño ha dejado de ser el futuro para ser el presente y que la sociedad empieza a darse cuenta de que somos lo que quedó del niño que fuimos. La Convención de Derechos de la Infancia, que acabamos de celebrar, constata que el mundo del niño ha cambiado en todo, y eso es muy trascendente.
¿Cuáles son esos cambios?
Mira, en España no hace tanto uno de cada cuatro niños no llegaba a ser adolescente, porque moría. Seguro que muchos recuerdan enfermedades como la polio y otras patologías. Hoy en día los niños se han convertido, numéricamente, en un tesoro, y además la sociedad adulta no quiere que sufran. Eso es un error de concepto, porque los niños se tienen que enfrentar al dolor, a la pérdida de los padres, a un desahucio económico, a una separación, o a que los amigos no le llamen. La vida les vencerá, como a todos. Se consulta y se mira mucho por y para los niños, pero con un grave error por parte de los medios de comunicación: que no se hace desde el punto de vista del niño.
Hay que escucharlos más...
Pues claro. Mira, yo tuve un programa con niños en Radio Exterior de España durante muchos años. Lo preparábamos con tiempo y yo les decía un mes antes a quién íbamos a entrevistar para que se prepararan las preguntas. Yo los trato con absoluto respeto, pero desde luego si dicen una tontería les digo «eso es una tontería». La sobreprotección es un grave error, porque un niño es importante en la misma medida que un hombre maduro o que un señor mayor, ni más ni menos. A los pequeños hay que respetarlos y hay que darles responsabilidad. El problema es que los temas de menores se han convertido en demasiadas ocasiones en temas de sucesos, y eso dibuja una visión de la juventud que no se corresponde con la realidad. Ahí es donde me llaman a mí: en el caso del padre que mata a sus dos hijos y se suicida, o en el de un padrastro que abusa de su hija... Yo llevo más de treinta años atendiendo a los periodistas y en todo este tiempo me han preguntado por los ni-nis, por los agresores, por las bandas, por la tragedia de los que se van fuera de España; pero nunca por una pregunta concreta.
¿Cuál es esa pregunta?
Dígame cosas buenas de los jóvenes.
Pues dígame cosas buenas de los jóvenes...
Son muy leales. Tienen ese sentimiento muy arraigado, por eso cuando un joven siente que un igual le ha fallado se viene muy abajo. Eso no ocurre con los mayores, a no ser por supuesto que sea un amigo íntimo.
«La juventud es la que es»
¿Pero no cree que por ejemplo ese concepto de amistad es diferente en un joven que en un adulto?
No. Lo que ocurre es que ellos tienen 2.207 amigos en la red, pero cuando le quitan la tontería saben quiénes son sus colegas. Tienen clarísimo que dentro de 30 años tendrán dos amigos de esa época, y también qué están dispuestos hacer por ellos. El sentimiento de pertenencia es muy importante.
¿Entonces la juventud de hoy no está peor que nunca, como tiende a proyectarse?
No, la juventud es la que es. Es una juventud muy adaptable, que se divide en dos grupos. El primero de ellos vive el mundo, es decir, que ya no maneja conceptos como el de región o el de estado a pesar de que sí tenga raíces, porque los conceptos de espacio y tiempo han cambiado y se han reducido de manera extraordinaria. Y además se han dado cuenta de que la seguridad no existe. Eso de trabajar en un lugar hasta que me jubile, de que esta será mi pareja, estos mis hijos y todo para siempre se está diluyendo como un terrón de azúcar. Este fenómeno no quiere decir que conceptos como el arraigo o la familia no se quieran mantener, pero hay sentimientos de inseguridad que se están generando. Y luego tenemos al otro grupo de jóvenes, profundamente incultos, gente que se quedará por el camino y que tendrán que vivir en una sociedad muy hostil y competitiva.
Y con este panorama, usted viene a Málaga a hablar de lo que esconde El Quijote para la vida...
Sí, porque después de absorber frases y situaciones de El Quijote se puede llegar a la conclusión de que la vida es una ensoñación. Es un ideal. Por ejemplo, a los niños les gusta más el juego que lo contable, o lo bello que lo real. ¿No tenemos todos nosotros una gran duda de si estamos perdiendo el tiempo? ¿Lo real es lo tangible o la idea de lo real? Mira, ahora todo el mundo está pensando en las Navidades y tiene una idea preciosa de lo que van a ser las fiestas; pero no es verdad, porque luego los aviones se pondrán en huelga, o te perderán la maleta, o vendrá tu cuñado a decirte la tontería de todos los años y habrá roces. Lo más curioso es que al final, y a pesar de todo, el recuerdo será poitivo.
Quizás esa proyección de lo positivo es una herramienta para protegernos...
Sí, pero la realidad es que las cosas no van a mejorar. Te pongo el ejemplo de la violencia de género, que falla en muchas cosas. No existe educación para separarse, porque no se asume que el cincuenta por ciento de las parejas lo terminarán haciendo. Tampoco se educa a los niños varones a que el que no sabe lo que siente el otro, pierde. Hay una visión aristotélica de la razón, pero el sentimiento no está. Te pongo otro ejemplo: la gente que dice que actúa por impulso: eso es mentira.
¿No existe el impulso?
No, la gente hace lo que quiere hacer. Esa es la verdad. Cuando una amiga te dice «es que te lo he dicho sin querer», la verdad es: «quizás no quería decirlo, pero lo pensaba». Lo mismo ocurre con la gente que bebe y se droga para cometer los hechos que tiene previsto hacer: para darse valor. Somos mucho más libres de lo que creemos, y son esas pequeñas cosas las que marcan las diferencias. Y es en ese terreno donde deberíamos intervenir, sobre todo cuando hablamos de la educación de los niños.
¿Qué es lo que falla?
Es que no educamos en lo esencial. Queremos sobreprotegerlos, que sean absolutamente felices, y los ponemos en el centro de todo, por eso se convierten en tiranos. Los padres debemos dar opciones para que ellos sepan elegir, así se educa en la responsabilidad y se relativizan los problemas. Esas cosas no se están haciendo, y como no se están haciendo viene un tsunami que es imparable.
No lo veo muy positivo...
Qué va. Yo soy un tipo tremendamente positivo (risas). Y muy esperanzado, pero si las cosas no se hacen bien no van a resultar bien. Por ejemplo, vuelvo a las actitudes relacionadas con la violencia de género. Eso hay que cortarlo de raíz, desde niños. Lo otro, las campañas y los mecanismos de protección, es como cortar las hojas de un árbol que ya está hecho: al final volverán a salir. Yo puedo discutir con mi mujer, coger la puerta e incluso largarme, pero ponerle la mano encima jamás. De eso hay que estar seguro, forma parte de uno mismo. Yo sé que eso nunca lo haré. El problema es que las campañas no llegan a las personas que dicen «vale, bien, pero de mí no se ríe nadie».
¿Se les ve venir?
Absolutamente. Y además desde chiquititos. El no aceptar un no, el ser incapaz de hablar con el diferente... todo eso se ve. Vivimos en una sociedad con un nivel de hipocresía increíble, donde sólo sirve que la gente cumpla en tanto que no la vigilen. Hay una pregunta que a mí me sirve mucho como psicólogo y que me aporta muchas pistas de la persona a la que trato: ¿qué haces cuando estás solo, cuando crees que nadie te ve? Eso te define.
El escenario contemporáneo tiende a lo contrario: a estar permanentemente conectado...
Sí, y es un fenómeno que me llama mucho la atención: ahora tenemos que estar permanentemente conectados y expuestos. La pregunta es: ¿a quién le importa? Y la respuesta es: a nadie. El problema de nuestra sociedad es que se nos va todo en hablar y en perder el tiempo tontamente; y eso es un suicidio por fascículos. Nos gusta la gente, pero no convivir, porque el ser humano necesita su espacio.
Recomiéndeme algún antídoto
El sentido del humor, y algún punto de ironía. Me parece muy importante también saber convivir con el dolor y la muerte y sobre todo me gustaría pedir que se cuide el lenguaje. Muchos jóvenes lo han perdido: el otro día en una clase con alumnos de cuarto de carrera les dije «no debemos dedicarnos a temas anodinos». Y no sabían lo que significaba anodino. Me quedé anonadado. La pérdida del lenguaje reduce el mundo y las habilidades sociales, y eso es un problema.
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