El mito de los caracteres nacionales
Históricamente, nuestras élites políticas y sociales nunca prestaron la debida atención al desarrollo científico del país
Diego Núñez
Catedrático jubilado de Filosofía
Jueves, 24 de julio 2025, 02:00
Hace unas semanas, el Registro Internacional del promedio del coeficiente intelectual por países de todo el mundo hizo público el último Informe correspondiente al año ... 2024. En los primeros puestos aparecen, por este orden, China, Corea del Sur y la Federación Rusa. Se ve venir que el futuro pertenece a estos pueblos. Por eso, es más rentable para los occidentales tener buenas relaciones con ellos que andar enfrentados. Pero lo más llamativo del Informe es que España ocupa el décimo lugar, por encima de países como Francia, Alemania o el Reino Unido. Este dato obliga a realizar algunas reflexiones, pues es notorio que el español no es menos inteligente que los ciudadanos de los países más desarrollados de su entorno; depende simplemente del medio en el que se mueve.
Uno de los síntomas más claros de la presencia de la cultura moderna en un pueblo es la valoración social del quehacer científico y técnico. Sin embargo, en España esto ha sido y sigue siendo en buena medida una asignatura pendiente. Históricamente, nuestras élites políticas y sociales nunca prestaron la debida atención al desarrollo científico del país. Ya desde los inicios de la modernidad, la sociedad y el Estado apenas estimaron las ciencias de la naturaleza como fuente de creación de riqueza. Frente a diversas interpretaciones de índole nacionalista e ideológica, hay que decir que la cuestión básica en la primera polémica de la ciencia española en el siglo XVIII giraba precisamente en torno a si las ciencias naturales eran útiles o no para el progreso material del país. Los sectores tradicionales solo veían en las modernas ciencias de la Naturaleza un avance del racionalismo y en consecuencia un peligro para la conservación de las instituciones del Viejo Régimen. Como ya describiera el padre Feijóo con notable ingenio, se trataba de sectores «resistentes a toda novedad».
Hay dos episodios muy reveladores de esta mentalidad de nuestros dirigentes políticos: uno de ellos es el que atañe al submarino de Isaac Peral, y el otro, al autogiro de Juan de la Cierva, resultado ambos de capacidades individuales al margen del apoyo social y político. Respecto al primero, a pesar de que las pruebas realizadas en 1889 fueron un rotundo éxito, la evaluación política del proyecto resultó negativa. Es más, se puso en marcha por parte del Gobierno una campaña de desprestigio de Peral ante la opinión pública dirigida a descalificar su invento. Hoy sabemos, gracias a concienzudos trabajos historiográficos acerca del tema, que hubo presiones extranjeras, incluso sobornos, sobre los ministros encargados del caso. Por orden gubernativa, el submarino acabó siendo desmantelado. Lo más grave de este asunto es que España tenía en ciernes la guerra de Cuba, y de haber podido disponer del submarino, el conflicto con los Estados Unidos hubiese tomado muy probablemente otro rumbo. El 30 de abril de 1898, una flota norteamericana, mandada por el almirante Dewey, entraba en la bahía de Cavite (Filipinas), y poco después, el mismo Dewey comentó: «Con un submarino como el de Peral no hubiésemos podido penetrar en Cavite».
Por lo que toca al autogiro de Juan de la Cierva, los acontecimientos fueron igualmente penosos. La mayoría de las mejoras realizadas en su proyecto se las tuvo que pagar de la Cierva de su propio bolsillo. No obstante los éxitos cosechados en las sucesivas pruebas, nunca encontró el inventor murciano en el Estado la financiación necesaria para fabricar en España su modelo de autogiro. Fue en 1926 cuando un grupo financiero británico (The Cierva Autogiro Company) se hizo cargo de su fabricación en serie y, como es lógico, se quedó con la patente de cara al mercado internacional. ¿Qué hicieron mientras tanto los políticos de turno? Pues lo de siempre, perder el tiempo en interminables debates de corte ideológico sin ningún provecho para el bienestar del país. Y no solo eso, sino que además se lanzaron a poner en circulación una serie de mitos sobre el carácter de los españoles encaminados a ocultar sus responsabilidades en los desastres nacionales. Uno de los más socorridos fue que el español no servía para el cultivo de las ciencias experimentales. De este modo, el desastre de 1898 no sería el resultado de un cúmulo de errores muy concretos en la gestión de la política colonial atribuible a unos determinados ministros, sino fruto de un factor inherente a la idiosincrasia del pueblo español. En definitiva, se trataba de escamotear cualquier responsabilidad individual nacionalizando el desastre.
Mitos como éste circularon -y a veces siguen circulando- sin el menor pudor. Por ejemplo, el de la sobriedad de los españoles, que son capaces de pasar el día con una lata de sardinas. Se trata en esta ocasión de idealizar el hecho de que el español ha sufrido a lo largo de su historia verdaderos periodos de hambre y de necesidad. Otro estereotipo alude al quijotismo y al desprecio por lo material del pueblo español, como se recoge en la frase «más vale honra sin barcos que barcos sin honra». Y así podríamos seguir. Un libro que hizo mucho daño en este sentido fue el de Salvador de Madariaga, 'Ingleses, franceses, españoles' (1929). En él encontramos párrafos como los que siguen: «El problema fundamental de España no es ni ha sido nunca de régimen, sino de carácter. Lo que importa no es el rey o el presidente; es el carácter nacional...El español sirve más para el arte que para la ciencia; tiene más genio que talento, de aquí la ausencia casi total de los españoles en la ciencia». La mejor respuesta a estas afirmaciones es la frase que solía repetir Grande Covián: «No hay en el mundo una persona que corra más que un científico español con medios». El problema ha estado siempre, no en el carácter del español, sino en la atención que los políticos han dedicado a la investigación científica y técnica.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.