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Pene, vulva y culete

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 2 de marzo 2017, 08:58

Una organización católica ha lanzado una campaña en un autobús que anuncia a los cuatro vientos que los niños tienen pene y las niñas, vulva. ¿He oído pene y vulva? ¡Sapristi! En determinados ambientes circundantes a los que contrataron el autobús de marras llaman pito a lo que llevan los chavales entre las piernas. A lo de ellas, normalmente no se le da ni nombre. En algunas de esas casas yo he escuchado denominar a la vulva, 'culete'. Diferencian las regiones de los bajos llamando 'culete de adelante' a la vulva y, al culo propiamente dicho, 'culete de atrás', como si les distinguiera solamente la posición y fueran la misma cosa, igual de sucia, supongo, como si en lugar de nacer fuéramos etomológicamente defecados -un respeto, que a mí me parió mi madre, no me soltó por el 'culete'-, o como si por un sitio no saliera lo que más importa en la vida de una persona y, por el otro, lo que menos. El pito ha sido siempre un asunto aceptado de consenso en las casas de todo rango, incluido este, pero la feminidad desnuda de la mujer -al menos de la mujer de la familia considerada decente- ha resultado un tabú innombrable, un lugar contaminado, al nacimiento del desecho y por tanto una fuente de indecencia oculta y obscena. Algo a esconder. Siempre me asombró esa manera de ningunear la feminidad. Decir que las mujeres tienen dos culos sí que es un atentado a la realidad. Por eso, ya escribir 'vulva' es un avance.

«Si naces hombre, eres hombre», dice la campaña. Esta parte alega a lo inmutable. Para la mujer, el mensaje es otro: «Si eres mujer, seguirás siéndolo». ¿Porque te lo ordena papá? Ahí, en ese permanecer es donde se esconden todos los temores. Porque quizás no siga siéndolo, o vaya usted a saber. Después esa niña crecerá y alguno se llevará un atragantón. Nada, un sustillo y treinta años de diván en el psiquiatra por no sentirse comprendida.

Me compadezco de ellos, de todo ese miedo, de todas las veces en las que se les cambia la cara cuando su niña, un manojo de lazos, les dice que quiere ser bombero y se ríen de ella, o cuando su hijo casi bebé toma en brazos una muñeca y se la quitan de las manos, «no vaya a salir maricón». En toda resistencia late el miedo y por tanto la infelicidad y la frustración. «Seguirás siéndolo». O no. Cada uno será lo que le salga.

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