LO EFÍMERO Y LO DURADERO
...Y yo me he acordado de Pablo y de todos los que hoy están como él estaba
JOSÉ MANUEL BERMUDO
Jueves, 2 de marzo 2017, 08:56
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JOSÉ MANUEL BERMUDO
Jueves, 2 de marzo 2017, 08:56
Lo efímero forma parte del ser humano, de las actividades que desarrolla y, en muchos casos, hasta su propia vida en sí puede llegar a serlo. Vivimos rodeados de una gran mayoría de cosas efímeras: arte efímero, discursos, pirotécnica real y ficticia, ese cigarrillo placentero, una fiesta largamente preparada que se diluye en horas y lánguidas existencias que se conforman con no molestar. «Viva la bagatela», decía Ramón Gómez de la Serna, por el gusto humano de aquello que supone unos segundos de satisfacción y que pasa después al olvido hasta de la memoria de quien lo vivió.
A veces (y no siempre y no todos, claro) vivimos centrados en un mundo algo estrecho y cerrado con la esperanza de que no nos afecten esas circunstancias que les llegan a otros y que vemos desde la lejanía, a través de una pantalla de televisión. Cuando nos llegan nos damos cuenta de que formamos parte de ese mundo que creíamos que no era el nuestro.
A la hora de escribir este artículo resulta muy complicado abstraerse de todo aquello que nos ha rodeado en las últimas horas, en los últimos días, y que se ha centrado de forma muy intensa en la muerte de un joven de veinte años que ha protagonizado una emocionante lucha contra la leucemia. Es difícil hablar de otras cosas cuando todo parece superfluo ante el fallecimiento de Pablo Ráez. Se ha escrito y hablado de todo ante un luchador con carisma que lejos de quejarse ha utilizado las fuerzas que tenía para transmitir un mensaje y una sonrisa que ha calado profundamente en la sociedad. Alguien puede decir que hay muchos casos parecidos, pero es que la intención de Pablo era que no los hubiese y que las donaciones de médula puedan acabar con situaciones similares a la suya. Y lo mantuvo cuando, seguramente, ya intuía que lo suyo era irreversible.
En los hospitales hay un mundo amplio de tragedias y de dolor, de hombres y mujeres que tienen la esperanza de salir adelante después de un periodo de pruebas médicas, con continuos pinchazos, intervenciones quirúrgicas, tratamientos de quimioterapia o diálisis, pendientes de una solución milagrosa a veces, con los familiares sufriendo doblemente, durmiendo al lado de la cama en un rígido sillón que retuerce sus articulaciones. Es un mundo que, por cotidiano, solamente saben de su auténtica realidad aquellos que lo sufren. Todas esas personas, sobre todo los enfermos, tienen una percepción diferente de lo que es la vida: valoran los pequeños detalles, saben apreciar el cariño de los suyos, echan de menos una puesta de sol y la sencilla relación humana de una tarde de merienda. No llegan ni a plantearse que haya quien esté discutiendo permanentemente por una parcela de poder, mientras se olvidan las investigaciones médicas, o al menos no se les apoya lo suficiente, cuando todo lo demás da exactamente igual.
En ese mundo hospitalario hay también un gran número de profesionales que se esfuerzan por solucionar problemas, sin que nadie les conozca, sin que tengan el reconocimiento que se merecen, y que viven la tragedia día a día, esa de la que los demás intentamos huir en la medida de lo posible. El caso de Pablo ha sido excepcional, porque en este país sale gente así de vez en cuando. Ahora, lo importante es que lo que él deseaba, que no es otra cosa que el bien de los demás, no sea un mensaje efímero. Alguien, o muchos, tendremos que retomar este momento de emoción y convertirlo en algo permanente y duradero, contraponiéndonos así a esa tendencia de cultura efímera que puede hacernos la vida más placentera.
El prestigioso catedrático de psiquiatría Enrique Rojas afirmó ya hace tiempo que «hay que cruzar la vida elevando la dignidad del hombre, no perdiendo de vista que no hay auténtico progreso si no se desarrolla en clave moral. La felicidad no está en la posada, sino en medio del camino, peleando contra viento y marea por sacar lo mejor de uno mismo». Y yo me he acordado de Pablo y de todos los que hoy están como él estaba.
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