La vulgaridad
José Antonio Trujillo
Sábado, 19 de diciembre 2015, 12:39
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José Antonio Trujillo
Sábado, 19 de diciembre 2015, 12:39
La vulgaridad es el atajo del mediocre. Las sociedades posmodernas nos invitaron a todos a celebrar el banquete de lo accesorio de la vida. Nos dijeron que lo digno no se diferencia de lo viciado, ni lo valioso de lo rastrero. En ese camino paralelo que nos proponían, la exigencia dejaba de ser un compañero de viaje y se convertía en un condicionante cultural trasnochado. Era el momento de proclamar el derecho a la vulgaridad como signo de la libertad absoluta del nuevo hombre. La cultura quedó en manos de lo relativo, y lo virtuoso desapareció del escenario.
La virtud tiene mucho que ver con la conciencia de la propia vulnerabilidad de cada uno de nosotros. El que no se sabe poco y se siente débil, no puede de ninguna forma emprender el camino de lo virtuoso. La aspiración a la excelencia no es otra cosa que la de hacer justicia a la naturaleza del propio hombre. La virtud no hace bueno al hombre en singular, sino que engrandece a la Humanidad en su conjunto. Vivir para uno y para los demás respetando nuestra dignidad nos pone en demasiadas ocasiones frente a nuestras propias contradicciones. Las cicatrices de nuestras concesiones a lo vulgar, no nos obligan a confundir lo elevado con lo mezquino, sólo nos sitúan en la realidad de nuestra vida.
El camino de la vulgaridad siempre se perdió en el laberinto de los personalismos sin crítica. La apuesta por los proyectos mediocres se convirtieron en una defensa de lo relativo. Hemos asumido al relativismo como el nuevo valor inamovible de una sociedad que proclama que no necesita referencia alguna.
Hubo un tiempo en que lo vulgar no tuvo sitio en la academia, ni en la universidad ni en la mayoría de las empresas humanas comprometidas con la cultura y la educación. Nuestra sociedad actual abandonó la tarea de la educación y de la ejemplaridad hace ya muchos años. Puso un altavoz a lo que todo un pensador como Javier Gomá, Premio Nacional de Ensayo 2004, solicitaba en uno de sus libros: «Pido respeto por la vulgaridad, pues es el resultado rigurosamente contemporáneo del igualitarismo y del proceso de la liberación subjetiva del yo».
Esa apuesta intelectual por una liberación subjetiva del yo, tiene ahora frutos abundantes que nos abochornan y que pretenden confundir lo bello con lo zafio, lo culto con lo chabacano, lo crítico con lo chismoso y la realidad con la ficción manipulada. El reto que tenemos ante nosotros supera las empresas culturales y educativas que caben en un programa político o en la parrilla de una televisión.
Estamos ante la gran oportunidad de elegir el camino angosto de lo real y de lo humano y rechazar el atajo de lo vulgar.
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