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Médico de familia en el centro de salud de Portada Alta, Juan Manuel Jiménez estaría dispuesto a cambiar la medicina por la literatura si lograra ... suficientes recursos económicos como escritor. «Los sanitarios estamos agotados tras año y medio de pandemia; lo estamos dando todo», dice. Aunque prefiere la montaña al mar, deja claro que «los espetos de sardinas deberían haber sido declarados ya patrimonio de la humanidad».
–¿El verano es la época de más trabajo en los centros de salud?
–Sí, sobre todo si se está en Málaga, que es una provincia turística, si las plantillas están a la mitad y si estamos en un época de pandemia como la actual. La suma de esas tres cosas es un cóctel explosivo.
–Usted es un médico con mucha experiencia, ¿cómo ve la sanidad en estos momentos?
–Estoy viendo unas cosas en estos dos últimos años que nunca pensé que vería, como el caso de enfermeras jubiladas que voluntariamente están renunciando a su retiro para venir a trabajar y a colaborar al centro de salud tanto en la vacunación como en el rastreo de los contagios de coronavirus. El esfuerzo que estamos haciendo los profesionales sanitarios es impresionante, tanto de primaria como de los hospitales: lo estamos dando todo.
–En sus vacaciones ¿prefiere el mar o la montaña?
–Sin lugar a dudas, la montaña. La montaña y la Axarquía. A mí me gustan los contrastes paisajísticos; no me gusta la monotonía del mar.
–Pero supongo que no rechazará un buen espeto de sardinas.
–¡Por Dios! Los espetos de sardinas tendrían que ser declarados patrimonio de la humanidad, pero ya. Sin tardanza. La sardina es uno de los alimentos más buenos e importantes que puede uno tomar, rico en omega 3 y en grasas insaturadas; es una fuente de vida.
–Usted compagina su profesión de médico de familia con la escritura. ¿Por qué cree que hay tantos médicos que escriben?
–La medicina es una ciencia básicamente humanista. El médico no solo está interesado en la medicina, sino también en la persona en cuerpo y el alma. Y de ese interés por las disciplinas humanísticas surge el deseo de escribir.
–¿Cuándo sintió usted la llamada de la literatura?
–Yo creo que la llamada de la literatura se siente cuando uno es adolescente y joven; entonces surgen las ganas de leer. La literatura entra a través de la lectura, nadie empieza escribiendo. Hay que leer muchos años y muchos libros para que llegue la llamada de la escritura. Yo leo desde niño y mis ganas de escribir comenzaron hará unos seis años o siete años, cuando sentí que tenía una historia personal y familiar muy interesante que sería bonito contarla a los demás. Y vi que disponía de las herramientas técnicas para hacerlo.
–En sus tres novelas publicadas, la Axarquía tiene un papel importante, ¿por qué?
–Porque es mi infancia y una zona que conozco. Yo soy de la opinión de que uno debe de empezar a escribir de lo que conoce bien. Y si uno lleva su tierra en la sangre y le gusta, es normal que escriba sobre ella. Eso aporta a la novela un conocimiento de primera mano. Yo me siento cómodo así, pero en mis novelas hay más lugares geográficos y abarcan distintos periodos históricos.
–Su última novela, 'Los códigos de fray Moreno', publicada recientemente por Ediciones del Genal, es más universal y en ella aparecen la Axarquía y los grupos de maquis que se refugiaban en sus sierras.
–'Los códigos de fray 'Moreno' es una novela de mucha intriga que se desarrolla en muchos escenarios históricos. La trama fundamental es la búsqueda de un documento matemático extraviado, que a lo largo de los siglos buscaron muchas potencias. Quienes la han leído me han felicitado; está gustando mucho.
–El protagonista de la novela, fray Antonio de Sedella, ¿quién fue?
–Aunque no es muy conocido en España, fray Antonio de Sedella sí lo fue en la zona de la Luisiana y La Florida norteamericana, donde pasó gran parte de su vida. Lo mandó allí la inquisición española. Además de como inquisidor y por colaborar con el rey Carlos III, se le recuerda por una actividad social y caritativa tremenda. Era una persona muy culta; utilizaba para los mensajes que mandaba a España unas tintas secretas que él mismo fabricaba.
–¿Cree que la literatura y el cine han sabido aprovechar la gran riqueza de la historia de España?
–En absoluto. Hay grandes personajes a los que no se les ha hecho justicia ni en la literatura ni en el cine. La historia, por ejemplo, de los Gálvez de Macharaviaya es una pena y una vergüenza que no se haya llevado al cine y que no se conozca mejor. Hay una leyenda negra y da como pudor hablar de ciertas partes de nuestra historia. No se deben usar criterios morales del siglo XX o XXI para cosas que pasaron en los siglos XV y XVI.
–¿Sigue siendo usted activo en las redes sociales?
–Sí. Tengo una cuenta de Facebook muy activa, con mucha gente que sigue mis escritos y que los reproduce. En la pandemia hay artículos míos que se han hecho virales. Uno en concreto ha tenido hasta 77.000 reproducciones. Suelo publicar cuatro o cinco textos a la semana. Hoy en día, uno se puede sentir escritor en las redes sociales y hacer buena literatura. Yo si algo no lo escribo con calidad, prefiero no publicarlo.
–Si la escritura le diera suficiente recursos económicos, ¿dejaría la medicina?
–Si me hubiese hecho esta pregunta hace dos años, antes de la pandemia, habría dicho que no. Pero ahora le digo, como le sucede a la mayoría de mis compañeros médicos y enfermeros, que con 60 años me encuentro muy cansado. Por tanto, si pudiera vivir de la literatura dejaría la medicina, en la que he dado casi todo lo que tenía que dar. He hecho de todo.
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