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Jornalero, constructor, molinero, panadero e incluso poeta. Resulta complicado encasillar a este antequerano que desde muy pequeño supo lo que era vivir y trabajar en ... el campo. La familia de Juan Cabello tenía un terreno en el que había huertas y ganado. No considera que fuera un mal estudiante, pero llegó un momento en el que se aburrió y decidió ir más deprisa. Así que no se lo pensó y se hizo jornalero. Poco después decidió hacer el servicio militar.
Tras la 'mili', empezó otra faceta importante en su vida en la construcción. Empezó de peón con su hermano, pero aprendió rápido y pasó a ser poco después encargado de una empresa. Después decidió crear la suya propia.
De aquello hace ya casi un cuarto de siglo. Juan se hizo su propia casa en la aldea antequerana de Los Nogales, para irse a vivir allí con Pepi, su mujer. Con Construnog 2000, Juan empezó haciendo viviendas unifamiliares, pero, poco a poco, fue acometiendo otros proyectos más importantes, tanto de obra civil como de rehabilitación. Entre los trabajos de los que se siente más satisfecho está el de la restauración del Convento de la Magdalena, hoy lujoso hotel cinco estrellas en la zona oeste de Antequera. «Por aquello recibimos incluso el premio Mediterráneo de Cultura», dice orgulloso.
Pero antes de aquello, apareció en escena lo que hoy son los terrenos que ocupa su almazara, Molino del Hortelano. «En 2005 se puso a la venta una finca que conocía bien porque era de la familia de mi mujer y la compramos», afirma.
Ante ellos tenían sesenta hectáreas de una finca escarpada en el término municipal de Casabermeja, con un olivar propio de los Montes de Málaga, con un acceso poco cómodo por carril de tierra, al que se llegaba por la sinuosa y casi olvidada carretera MA-3101. «Aquello ya de inicio era antieconómico», afirma. Por eso, pensó que lo mejor que podían hacer era construir un molino para elaborar su propio aceite y así «poder defender un precio razonable».
Ahí tocaba también hacer un trabajo importante de rehabilitación, una de las pasiones de Juan Cabello.
En el año 2009 comienza a moler sus propias aceitunas. Además, se corre la voz de que hay una nueva almazara en la zona y son muchos los que acuden a llevar sus olivas para encargarles hacer su propio aceite, lo que en el sector se conoce como 'a maquila'. En aquella campaña inicial llegaron a moler trescientos mil kilos. A la siguiente, ya más preparados, triplicaron esa cantidad.
Pero la cantidad no preocupaba a Juan; sí la calidad. «Aquel aceite que hacíamos salía, como se suele decir de aquella manera», recuerda. Por eso, al igual que hizo en la construcción en su día, buscó junto a Juan Salvador, el mayor de sus tres hijos, el camino hacia la excelencia. «Nos empezamos a formar en distintos cursos en el Instituto de la Grasa y en Basilippo, entre otros sitios», aclara Juan.
A partir de ahí, con un mayor conocimiento, empiezan a hacer un aceite de oliva virgen extra de calidad, que, en algunos casos, como su Milenario o su Centenario, se vuelven exclusivos (se elaboran con aceitunas de olivos con siglos de vida, como el del Arroyo Carnicero).
En paralelo, aparece, sin promocionarlo ni buscarlo, el oleoturismo. «Empiezan a venir particulares a pedir que les enseñemos esto hasta que llega la primera agencia que nos dice que nos trae a visitantes», narra Juan. La joya de la corona es un antiguo molino de piedra del siglo XVIII, que antes fue un lagar de vino. Cuenta con una de las pocas prensas de viga y quintal que existen en la provincia de Málaga.
Ahí Juan se da cuenta de que el modelo de negocio se completa y comienza a ser más rentable, con un ciclo que es sostenible para ellos. De hecho, considera que es importante que se copie este tipo de sistemas en el campo. «Te quitas intermediarios y además puedes poner en valor lo que haces», añade el propietario del Molino del Hortelano, empresa y marca con la que envasa sus aceites de oliva virgen extra.
Además se da una circunstancia que le hace aún más feliz, en aquella finca abrupta que compró al sudoeste de Casabermeja: «Aquí tengo dos de mis pasiones, la rehabilitación y el mundo del aceite de oliva».
Juan Cabello es consciente de que muchos de sus éxitos no se pueden entender sin su familia. «He tenido la suerte de que mi mujer, Pepi, y mis tres hijos, Juan Salvador, José Antonio y Jesús, siempre me han apoyado y se han implicado en todos estos proyectos».
En la biografía particular de Juan Cabello no se pueden obviar algunos capítulos anecdóticos que demuestran su versatilidad y, al mismo tiempo, su valentía. Hubo una época en la que ayudó a su hermana y a su mujer a hacer pan en un obrador que alquilaron en la pedanía antequerana de La Joya.
Pero hay otra faceta de su vida en la que demuestra hoy su pasión. Al igual que su padre, a él le gusta también hacer su propia poesía. «Intento expresar y plasmar de alguna forma mis sentimientos como puedo porque creo que si no somos capaces de transmitir emociones la vida no tiene tanto sentido», explica.
No se plantea, de momento, plasmar sus versos en ningún libro. Se conforma con compartir sus versos en las redes sociales, lo que redunda en, como él mismo dice, «la belleza de lo efímero».
Su temática principal es el campo, el mismo que lo vio nacer y hoy le da mucha vida entre olivos.
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