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Antonio Soler, en el despacho de su casa, durante la entrevista.
Antonio Soler: «Todo cambió con 'Las bailarinas muertas'»

Antonio Soler: «Todo cambió con 'Las bailarinas muertas'»

Galaxia Gutenberg reedita la novela ganadora del premio Herralde, que llega hoy a las librerías al cumplirse veinte años de su primera publicación

Francisco Griñán

Miércoles, 2 de noviembre 2016, 00:17

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Todavía se lo dicen. «Comencé a leerte con Las bailarinas muertas, tu primer libro». Antonio Soler (Málaga, 1956) sonríe siempre agradecido por la complicidad de los lectores, aunque también esboza un gesto por dentro ya que aquel volumen que viajaba incansablemente de la urbanita Barcelona a la provinciana Málaga fue, en realidad, su cuarta novela. Pero nadie mejor que él sabe lo que vivió con ese libro y el impacto de las lentejuelas de aquellas bailarinas que comenzaron a caer muertas sobre el escenario. Lectores, crítica y galardones ya formaban parte de la vida de aquel escritor malagueño que, a sus cuarenta años, sólo era novato en el sonoro eco que tuvo aquella novela que comenzó su larga y exitosa vida con el premio Herralde de Novela. De aquello se cumplen ahora 20 años y muchos conocieron a Soler con aquella cuarta novela que parecía la primera. «No fue un libro más», reconoce el propio Antonio Soler, que coincide con sus lectores en esa percepción de que algo comenzó con Las bailarinas muertas. «Todo cambió con este libro», apostilla.

Galaxia Gutenberg le propuso hace tiempo a Soler combinar los nuevos títulos en marzo publicó Apóstoles y asesinos, que va camino de su tercera edición con la recuperación de sus anteriores novelas. Y al cumplirse dos décadas de las aventuras de Ramón en los cabarets de Barcelona y de las postales fascinantes que mandaba a su hermano en Málaga, la editorial tuvo claro que la primera de esas reediciones la protagonizaría Las bailarinas muertas, que hoy mismo ha regresado a las librerías. «Me pareció una idea muy buena, ya que, aunque se había vuelto a publicar tras 1996, la novela ya estaba desaparecida y mucha gente me decía que sólo la podía conseguir en Internet o de segunda mano», explica Soler, que confiesa haberse convertido en lector de sí mismo tras tanto tiempo y que se sigue reconociendo en la novela que, por otra parte, tanto tiene que ver con su propia biografía.

«Ha sido como ver una foto tuya de hace veinte años... han cambiado cosas, pero eres tú», afirma el escritor que también ha leído algunos pasajes con «un poco de preocupación»: «Por un lado, he pensado que ya no voy a poder escribir así y lo contrario, he descubierto alguna debilidad». «Lo que sí he comprobado es que no es un libro marcado por una época ni el testimonio de una generación, sino el descubrimiento a la vida de un niño y eso es siempre lo mismo», admite el autor de Los héroes de la frontera y El nombre que ahora digo, que descubre ahora que el cineasta Fernando Trueba se interesó por adaptar a la pantalla Las bailarinas muertas, pero el proyecto no pasó de los papeles.

Aquel interés cinematográfico surgió tras el éxito de la novela, de la que se empezó a hablar cuando recibió el Premio Herralde y, más tarde, el Nacional de la Crítica. Dos décadas después la novela sigue conservando su espíritu, aunque el mundo ha cambiado mucho. También el editorial. «Cuando me dieron el Herralde aparecí hasta en el Telediario, pero hoy la dimensión social es otra y el mundo editorial han tirado por otros derroteros, se ha volcado en lo inmediato y en el best seller en lugar del puro interés literario», se lamenta el escritor que aprovecha para hacer repaso a su trayectoria y trata de mantenerse fiel a eso que, precisamente con Las bailarinas muertas, se comenzó a bautizar como Territorio Soler.

«Yo no lo inventé, pero creo que es más una referencia moral que geográfica, con unos personajes muy determinados y una actitud frente al mundo», explica el autor, que ha poblado su particular universo de inolvidables perdedores, antihéroes, fracasados, idealistas, traidores, débiles y sujetos que hacen frente a crisis de todo tipo. Un catálogo humano, de la miseria al esplendor, de la ternura a la violencia, el amor al odio, de la redención a la venganza, que también está presente en Las bailarinas muertas con esa dualidad de la pequeña Málaga y la gran Barcelona.

Precisamente, la novela también fue pionera en abrir aquella ciudad de provincias de los años 60 a la literatura con mayúsculas. «Ahora ya estamos acostumbrados, pero fue una de las primeras veces que se utilizó Málaga como referente e incluso me llegué a encontrar algún lector que era reacio a leer la novela porque salía la calle Eugenio Gross y allí no podía ocurrir nada importante», recuerda Soler, que rompió con aquellos prejuicios. «La misma historia si la contabas en Madrid, Barcelona o París tenía otra trascendencia y eso era un extraño complejo desmentido por la literatura universal», expone el autor de El camino de los ingleses y Una historia violenta, que recurre a la pequeña ciudad «miserable» del Misisipí en la que se ambientaban las obras de Faulkner o al Macondo de García Márquez para ilustrar lo que hizo con sus jóvenes protagonistas de barrio.

Y si literarios eran aquellos escenarios no menos lo fueron su galería de personajes, como el pequeño Tatín y sus pies de plomo, el fotógrafo Rovira, el mago Rafael homenaje a Pérez-Estrada, la bailarina Lili que escondía el nombre de Hortensia y que fue la primera en morir, o el boxeador fracasado Kid Padilla. Este último creció en la novela hasta el punto de convertirse en un protagonista inesperado que rompía con la coralidad del relato. «Tuve que decidir entre sacar al personaje y convertir su historia en una novela corta o cercenar parte de lo escrito porque rompía el ritmo. E hice esto último porque tenía claro que lo importante era la novela», descubre el autor sobre su personal maquinaria literaria que acabó alumbrando una novela que regresa tras dos décadas. Algunas estanterías ya catalogan Las bailarinas muertas como un clásico. Cuando lo escucha, Soler vuelve a sonreír. «Las cosas no van tan rápidas. Los clásicos son Homero, Ovidio y Cervantes».

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