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Álvaro García publica este lunes ‘El ciclo de la evaporación’ con la editorial Pre-Textos.
Álvaro García: «Un poema no va a salvar el mundo. Es un lenguaje inútil, pero necesario»

Álvaro García: «Un poema no va a salvar el mundo. Es un lenguaje inútil, pero necesario»

El autor malagueño culmina un ambicioso y «temerario» proyecto con ‘El ciclo de la evaporación’, un poema largo escrito durante 15 años

Regina Sotorrío

Sábado, 10 de septiembre 2016, 00:30

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Álvaro García se presenta a la cita con un paquete en la mano aún sin abrir. «¡Acaban de llegar!», exclama. Por más obras que lleven su firma, ese ritual de ver por primera vez sus palabras en el libro recién editado le sigue emocionando. Ni se ha sentado a la mesa cuando saca del bolsillo las llaves de casa y rompe el embalaje. Y entonces aparece acompañado de un «¡guau!» El ciclo de la evaporación, la publicación que la editorial Pre-Textos ha elegido para celebrar su 40 aniversario.

No es un libro más de la bibliografía de Álvaro García, es el Libro en mayúsculas, un trabajo que lleva rumiando desde hace quince años y donde hay mucho de él pero también de todo lo que le rodea. El poeta malagueño culmina así un ambicioso y «temerario» proyecto que comenzó con Caída (2002), continuó con El río de agua (2005) y Canción en blanco (2012), y terminó con Ser sin sitio (2014), un poema largo en progreso y publicado por entregas que este lunes ve la luz como un todo. Ahora, dice, cobra un sentido nuevo.

«Es como una de esas películas que se hacen a lo largo de los años con los mismos actores y se va viendo el crecimiento real de las sensaciones y de las emociones», explica. Reconoce que más de una vez sus colegas poetas han intentado disuadirle de esta misión «Nadie lee poemas largos en España», le dijeron, pero le pudo la necesidad de completar esa especie de «épica interior». Sin antecedentes en la poesía española, sus referentes están en T. S. Eliot, Ezra Pound y Rilke.

Ingeniería poética

A modo de «ingeniería poética», Álvaro García construye un «poema grande de amor contemporáneo» (unos 1.500 versos) en el que se filtra la sustancia del tiempo: ya no es solo lo que piensa y lo que siente, sino lo que ha pasado en la Humanidad en estos años. Una ruptura amorosa que coincide con la caída de las Torres Gemelas «dos derrumbes simultáneos» abre la secuencia, que termina con la invasión de Irak por parte de EE UU. «Hay un mundo práctico, brutal y terrible, en cuya materia se va colando lo no práctico: no las cosas como son sino cómo las vemos», argumenta.

El autor malagueño ganador del Premio Loewe en 2011 huye de esta forma de la poesía como «expresión instantánea» de lo que ocurre en ese momento. Eso significaría dejarse llevar por la pasión, por lo que sale y tal cual se vomita, «y la pasión es enemiga del arte». «La emoción es lo único que queda y la pasión es lo único que se gasta porque busca gastarse, necesita consumirse. En el arte no puedes dedicarte a apasionarte porque entonces no queda lo que haces», sentencia.

Por eso en El ciclo de la evaporación no es solo su yo personal el que habla, también se escucha un «rumor de la tragedia humana». Está presente la jubilación, la pobreza, el desahucio... «Pero sin ser panfletario. Más que contar eso, cuento con eso», matiza. Porque mantiene Álvaro García que un poema quizás «mueve alguna conciencia», pero creer que va «a mejorar o salvar el mundo» es «ridículo». «Es un lenguaje inútil, no práctico, pero ¡hay tantas cosas inútiles que son necesarias! Y la poesía es una de ellas», asegura.

En su opinión, la única aplicación práctica de la poesía es la de la conciencia individual. «Si todo el mundo leyera poesía y sintiera ese lenguaje exacto para hablar de lo más inexacto, nuestra conciencia se ampliaría», reflexiona. También tiene una utilidad para quien la escribe, para quien se aferra a los versos como «el violinista del Titanic que sigue tocando mientras el barco se hunde». «Con este libro me he sumergido en una especie de sonambulismo de la conciencia en el que las cosas que ocurren en la vida, en la historia, en la tragedia, en el mundo, en el amor y en el dolor personal están flotando de un modo que han reorganizado mi conciencia y me han hecho mejor persona», afirma el autor y profesor asociado de la Universidad de Málaga.

Vida evaporada

Esa forma de entender la poesía, esa templanza para dejar a un lado las pasiones, se adquiere y se aprende con los años. Un paso del tiempo que está presente desde el mismo título de su nuevo libro. «A mi edad ya hay mucha vida evaporada, pero a la vez me agarro a la palabra ciclo, porque la naturaleza hace algo increíble, una propuesta de duración, de que las cosas vuelven. El agua se evapora, como la vida nuestra se evapora, pero luego se convierte en una sublimación. De ahí esas dos palabras: una porque la vida está ya en parte evaporada, y ciclo a modo de halago, de una ilusión muy de agradecer», explica.

Confiesa que todo este proceso le ha dejado «extenuado». Tanto que ahora escribe «poemas mucho más inocentes, más de viejo», bromea el autor. Y, al mismo tiempo, cambia radicalmente de registro y se aventura a finalizar la que será su primera novela, una obra que nació impulsada por un periodo de paro forzoso en 2009. La prosa tiene para él una dificultad mayor que el verso, en la novela «toda avaricia verbal sería un tapón», pero ha llegado su momento. «Cuando uno tiene 50 años es cuando por fin el mundo ha podido esperar a que cuentes». Queda poco para escucharle.

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