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SUEÑO 115

El efecto Obey

ISABEL GUERRERO

Lunes, 25 de noviembre 2013, 03:14

Poca paz y menos esperanza ha traído el mural de Obey, la comidilla de esta semana en las tascas virtuales. El trabajo del estadounidense, asombroso en su resultado final, ha cambiado para siempre el paisaje del Ensanche y el entorno del García Lorca; los editores de la revista Staf, cuyo cuartel general está precisamente en Málaga, le dedicaron a Obey tantas páginas como años nos quedaban por conocer la existencia de Obama. Pero bueno, la sanción masiva le llegó con 'Hope', que pasará a los anales del iconismo político (aunque a estas alturas el presidente mestizo se aleje del esperanzador JFK, resucitado con el 50 aniversario de su muerte). El artista, que ha aterrizado en el Soho malaguita como una estrella del 'street-art', me ha hecho recordar el fresco callejero de Bellas Artes, en El Ejido, donde Axel Void desafía al paseante: «¿Quién necesita arte cuando puede hacer el amor?».

Axel se piró a Berlín, y bien que ha hecho, pues al menos encontrará la inspiración que hallaron antes otros. El sistema artístico es en ocasiones caprichoso; y el talento es algo extraño, decía Aldous Huxley. En este sentido, el reto al que se enfrenta cualquier creador del siglo XXI es magno, dada la proliferación de vocaciones que existen. Conozco casos en que los artistas canteranos se rinden al exilio por falta de oportunidades reales. Igual los gestores culturales de las alturas los 'compran' de vuelta en plan florentiniano y si llegan a valer muchos miles de euros, pasados unos años. Entretanto, que Frank Shepard Fairey pueda haber cobrado no debería disgustarnos (lo suyo es que un artista sea remunerado). Otra cosa es que nos lo podamos permitir, y que encima la obra quede a tiro de piedra de Salitre, donde se consolida la tendencia a exponer 'by the face'. O que la iniciativa ciudadana del barrio haya quedado absorbida por la intervención pública. Cabe preguntarse si no hubiera sido más lógico y acorde con los tiempos haber dejado un margen de maniobra real a la 'intelligentsia' de la que partió la idea del Soho, a la comunidad que la secundó. Estoy segura de que al grafitero, como buen americano que es, le habría parecido cojonudo.

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