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El diestro malagueño, con León Gross, en el Museo Picasso Málaga. :: ÁLVARO CABRERA
PASEO CON FIGURA

Saúl Jiménez Fortes: «Si el toreo fuese de EE UU, quizá tendría la popularidad de la NBA»

El diestro malagueño dice que «enla plaza se pasa menos miedo»

TEODORO LEÓN GROSS

Domingo, 16 de diciembre 2012, 22:41

Torero de buena planta como el viejo rey bíblico de su mismo nombre, con una serenidad casi ausente, Saúl Jiménez Fortes prepara en Salamanca la próxima temporada después de un curso corto pero brillante; veintitrés corridas, la mitad en plazas de primera, con el gran triunfo en Sanfermines, pero también en Valencia, Santander, Salamanca, donde salió a hombros, y la faena memorable de Bilbao, donde mató al segundo toro tras ser operado de una 'corná' en el primero. El matador ha irrumpido en los carteles con el instinto samurai de José Tomás y toda la fe en un arte polémico. De regreso a Málaga, propone pasear por el Museo Picasso. «Siempre me ha interesado la capacidad de Picasso para renovar el arte de su tiempo». Admira, ante todo, la potencia creativa. «En el toro hay que conocer la técnica para poder abandonarla y abandonarse artísticamente en la plaza, como Picasso».

-En la plaza tu vida corre peligro pero disfrutas al poder expresarte con total libertad.

La palabra vocación aparece en la conversación de Saúl sistemáticamente, como los hitos kilométricos en la carretera. Es capaz de recordar cómo jugaba a los toros en su niñez. Más que toreo de salón, era 'toreo de cocina' instrumentando naturales con paños de algodón o 'toreo de baño' rematando verónicas con la toalla. Su mejor regalo de comunión fue torear una becerrita. De casta le viene. Su madre, Mari Fortes, fue matadora valiente antes que profesora de la Escuela, y su padre, empresario taurino, había sido banderillero. Después Saúl olvidó aquello y en casa aprovecharon para alejarlo del toro. Hizo deporte -llegó a jugar en las categorías infantiles del Málaga de portero- hasta sentir la vocación. Pasó por la Escuela, a los diecisiete hizo las novilladas de promoción de la televisión andaluza y «ahí ya sabía que dedicaría mi vida a esto». Completó la selectividad, pero ya no pudo con Ingeniería Industrial; durante la preparación en Cádiz, se unió al antiguo matador Julián Guerra como apoderado, marchándose a Salamanca. Después el vértigo.

El triunfo de la vocación está lejos de la vieja lógica del 'más cornás da el hambre'. «Hoy nadie es torero para salir de la pobreza. Cuando te vistes de luces sientes que merece la pena dedicar tu vida a eso». Hay que renunciar a mucho -«en la rutina del día a día añoro cosas»- pero está asumido. Ve poco a su novia, que sigue en Málaga, y rehúye la noche. «Me dedico en cuerpo y alma; no quiero pensar dentro de años que no di todo lo que tenía». Entrena duro, corre a diario, hace horas de toreo de salón -«donde construyes tu faena soñada, tu utopía taurina»-, va tres o cuatro días al tentadero y repasa vídeos, clásicos de Antonio Ordóñez, El Viti, Ojeda, Camino, actuales de José Tomás, El Juli o Morante. La preparación es obsesiva. «Cuando no estás al ciento por ciento parece que el toro se da cuenta». Es una necesidad para un torero que administra poco el riesgo. Su arrojo corta el aire.

-La pureza del toreo incluye el ritual de la muerte. Yo solo entiendo el toro con esa pureza.

Se exige a sí mismo, y a la profesión, honradez: las entradas son caras, no se puede hurtar el riesgo. Pero defiende el arte, no el circo del valor. «Incluso la tarde más épica se tiene que ofrecer algo más que dramatismo». Esa es una idea esencial para él. «Cada lance debe ser profundo; no puede estar marcado por el miedo». En definitiva, concluye con su tono de voz bajo pero firme: «El torero no es un actor». La emoción es la clave, «y eso ocurre cuando te compenetras con el animal y consigues realizar lo que sueñas dormido». Eso, cree él, sobrevivirá a cualquier época mala, y el toro ya ha pasado muchas. No denosta los argumentos de los antitaurinos, pero cree que «tapar la tradición no va a cambiar la fuerza de la tradición». Se lamenta, eso sí, del mal marketing, culpa del propio mundo del toro. «No sabemos venderlo; y tenemos un problema de imagen».

-Si el toreo fuese de EE UU, quizá tendría la popularidad de la NBA.

No piensa en el futuro; solo en el día a día. «A veces tienes sueños terribles». Confiesa que «en la plaza se pasa menos miedo; en cambio, las habitaciones de los hoteles pueden ser muy macabras». Solo en el ruedo sabe cuál es su sitio en el mundo.

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