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TERRITORIOS. PUENTE AÉREO

Los Borgia

Una serie televisiva pone otra vez de actualidad a una de las familias más controvertidas de la Italia renacentista

ALFREDO TAJÁN

Sábado, 28 de mayo 2011, 03:40

La serie 'Los Borgia' dirigida por el irlandés Neil Jordan y protagonizada por el famoso actor británico Jeremy Irons en el papel de Alejandro VI, ha puesto otra vez de actualidad a una de las familias más controvertidas de la Italia renacentista que se desarrolla de 1425 a 1525, si utilizamos el Saqueo de Roma por nuestro Emperador Carlos V como fecha crepuscular a un movimiento que sigue coleando hasta finales del XVI. Los Borgia fueron, junto con los Orsini, Dellarovere, Médicis y Sforza, uno de los clanes políticamente más influyentes, y quizá más destacados, por su criminalidad en estado puro. Esta familia provenía de Aragón, emigraron a Valencia, recordemos que Játiva y Gandía fueron las ciudades protagonistas de su rápido florecimiento dentro de la carrera eclesiástica, y ya hacia 1450 vemos colocado como Papa Calixto III a un tío de otro Papa Borgia, el libidinoso Alejandro VI, que ni fue tan libidinoso ni tan asesino, y cuya personalidad no se diferenciaba tanto de los estadistas de una época convulsa en que la vida se vendía a precio de rebaja. Puede que las páginas más oscuras de la biografía del Papa Borgia provengan de su amancebamiento, primero con Vannozza Cattanei, de quien tuvo cuatro hijos, dos de ellos los famosos César y Lucrecia, y después con Julia Farnesio, que le dio otros dos vástagos. Lo cierto es que ningún historiador ha hecho una apología o alabanza de Alejandro VI, al contrario, cosecha detractores.

En lo que sí coinciden las fuentes históricas es que los Borgia -italianización del apellido aragonés Borja-, actuaron como un auténtico grupo mafioso que defendía a rajatabla su poder, cuestionado por los antiguos apellidos italianos; en realidad si ellos no hubieran atacado se habrían disuelto como la sal en el agua. Alejandro VI inculcó a sus hijos un horripilante don de la metamorfosis al que añadió la defensa a ultranza del apellido y de los lazos familiares, es decir, un sentido de secta en sintonía con la organización camorrista que ya funcionaba en Nápoles.

Sentido de estado

Sin embargo, Alejandro VI demostró un sentido de estado que nadie pone en duda, y aunque sus razones se basaran en la perpetuación de su familia, y su figura transite en claroscuros, no se le puede negar la astucia maniobrera que demostró en las guerras civiles entre los príncipes de las ciudades intentando siempre darle a la península italiana una unidad política que no fructificaría sino siglos más tarde. El Papa Borgia actuó como un monarca de su tiempo más que como el Santo Padre de Roma, lo que le valió el desprestigio político y la deshonra personal, un análisis que no se ajusta del todo a los acontecimientos. Y los acontecimientos no dejan de pertenecer al aquelarre surrealista de las monarquías europeas de principios del XVI, con la formación de tres grandes estados: Francia, Inglaterra y España, arrebatando territorios a diestro y siniestro en virtud del nacionalismo; mientras que Italia y Alemania se hallaban fragmentadas en cientos de pequeños reinos, principados y ducados enfrentados unos con otros, anegados en sangre.

Un momento de gloria para Alejandro VI fue el consenso que logró entre las coronas de España y Portugal con las Bulas Alejandrinas, previas al Tratado de Tordesillas, en el que se dividió el nuevo mundo americano entre las dos potencias coloniales; otro de sus aciertos fue perseguir y aniquilar a Savonarola, y a toda la que se podría llamar hoy extrema derecha catequista, que quería devolver a la Iglesia a las cavernas primitivas, separarla del humanismo y del arte. Por cierto Alejandro VI protegió las artes -le debemos los frescos de Santa María la Maggiore y la reconstrucción de la Universidad Romana, además de las bulas sobre doctores y profesores, el primer Colegio Político Romano. Al Papa Borgia le entusiasmaban los debates políticos y los propiciaba. También le gustaba el fasto y el boato.

Un apellido monstruoso

Hemos dibujado someramente los haberes de los Borgia, pero los deberes, y los vicios, fueron muy grandes. A la realidad ha seguido la leyenda monstruosa entre lo real y lo ficticio, que se mezclan, no siendo siempre la fábula menos insidiosa que las pruebas encontradas. La camada de Alejandro VI, sobre todo César y Lucrecia, no quedan muy bien parados. Es bien sabido que Maquiavelo se basó en César Borgia para poner en pie su obra maestra "El príncipe" en la que para llegar al fin propuesto no importa los medios que se utilicen. Y los medios fueron la simonía y el envenenamiento, sin olvidar el incesto, la extorsión y la denuncia falsa. Durante años César Borgia, en otro orden de cosas un excelente estratega militar, aterrorizó a la nobleza italiana con sus banquetes emponzoñados, quizá es una leyenda negra pero se asegura que su hermana Lucrecia llevaba un anillo vaciado por dentro en el que colocaba sus venenos predilectos que en un descuido escanciaba en el vaso de la víctima. Pobre Lucrecia, sin duda fue una mujer utilizada por su familia a la que la Historia ha elevado a la categoría de mito por su cultura y belleza, y que logró redimirse al final de su vida como Duquesa mecenas de Ferrara, aunque su opaca juventud, y sus fallidos matrimonios, hablen en sentido contrario.

Los Borgia ascendieron en un par de generaciones a lo más alto de las heráldicas italianas, pero su escudo pronto cayó en un abismo insondable y en el olvido. Alejandro VI murió envenenado por su propio hijo, que equivocó una copa que estaba dedicada a un cardenal díscolo; muerto su padre, César Borgia huyó de Roma a Navarra, donde pereció en una estúpida emboscada: al quitarle el antifaz que desde meses atrás le ocultaba su rostro, apareció una cara deformada, llena de pústulas y cicatrices abiertas. Nunca la maldad triunfó tanto sobre la razón.

Los Borgia bascularon entre ambas.

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