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EL EXTRANJERO

El ansia

Nunca acabamos de tener claro si en el ámbito político el trabajo es trabajo o propaganda

ANTONIO SOLER

Domingo, 27 de marzo 2011, 03:43

No conoce color ni familia ni climatología, época del año, cordura o razón. El ansia se apodera irremisiblemente del político una vez que en el horizonte se ha desplegado el cartelón electoral. Desde ese mismo instante, al político se le afinan los sentidos y sólo ve y huele y oye aquello que tenga que ver con una inauguración. No importa lo que sea que haya que inaugurar. Es una llamada atávica, hormonal, una primavera llena de cintas, banderolas, placas, tafetanes y fotógrafos, muchos fotógrafos. En la memoria de una generación quedó la imagen maravillosa de Catherine Deneuve y la del misterioso David Bowie buscando víctimas en la película de Tony Scott.

'El ansia'. Vampiros elegantes, almas en pena buscando el amor. Sea del tipo que sea, contranatura -las escenas lésbicas de la Deneuve y la Sarandon- circunstancial, alimenticio, o absolutamente profundo -el de los protagonistas-. Todo con tal de vencer al tiempo, de permanecer, de subsistir por encima del común de los mortales. El ansia les hizo ser sabios, acumular experiencias, conocer los dobleces del mundo. A nosotros, ciudadanos, el ansia nos hace simplemente evolucionar. Avanzamos, conquistamos territorios, cultura, calles, monumentos, bibliotecas, campos de fútbol, gracias al afán inauguratorio. Sin saber ya qué fue antes, si el huevo o la gallina electoral. Si la vocación del político es el trabajo diario o esa carrera alocada, casi permanente, de la meta electoral.

Nunca acabamos de tener claro si en el ámbito político el trabajo es trabajo o propaganda. Es una constante aceptada y que además sirve de combustible al progreso, sólo que cuando se avecinan las elecciones la brújula se encabrita y el pulso se descompone. Las vísceras del político detectan cómo las estrellas empalidecen y se acerca la fatídica luz del día electoral. Hay que acumular toda la sangre posible para no quedarte desarticulado, momificado en la cripta del olvido. Sangre, obras, museos, estaciones de autobuses, lo que dé la cosecha, lo que haya florecido en esa siembra dudosa y dura de cuatro años de arar las calles y el alma de los ciudadanos. Sangre para acallar al contrario, que también padece el mismo síntoma y que también inaugura y allá donde puede corta una cinta, siembra una primera piedra y descorre la cortinilla de una placa. Sangre para ahogar las críticas de ese mismo contrario, para inundar los descampados y anegar los lugares baldíos, las promesas incumplidas, lo que no pudo ser y se queda ahí como un dedo acusatorio en la mano del enemigo. Solares, edificios fantasmales, explanadas por donde corren ratas y perros sin amo. Esos lugares son carne, sangre para un ansia futura. Ese es nuestro caballo, nuestro progreso que corre y se alimenta de este ansia no siempre clara pero casi siempre efectiva. O por lo menos efectista.

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