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VÍCTOR HEREDIa
Viernes, 9 de agosto 2019, 00:17
La Malagueta es la playa más céntrica y una de las más concurridas de la ciudad. Desde hace casi tres décadas malagueños y visitantes pueden ... disfrutar de un amplio arenal que discurre en paralelo al paseo marítimo, en el que se distribuyen chiringuitos, oasis con césped y palmeras, hamacas con sombrillas y otros servicios.
Pero esta playa tiene su historia. Su nacimiento y desarrollo estuvo en función del avance del Muelle de Levante desde finales del siglo XVI. La lenta penetración de la escollera en el mar iba generando una lengua de tierra gracias a los aportes de arena procedentes de los arroyos próximos que se iban depositando en el lado oriental del dique. Ya en un plano de 1693 se indica la existencia de una «playa de Levante». El impulso dado a las obras portuarias por los Borbones propició la ampliación del muelle y la construcción del fuerte de San Felipe y de la batería de San Nicolás, que formaban parte del sistema defensivo del puerto frente a posibles ataques por mar. En 1817 se levantó la Farola, cuando las olas todavía rompían a los pies del castillo de San Felipe.
En un plano de 1790 se aludía al «sitio para la nueva Malagueta», una de las primeras referencias a este nombre, que enlaza con el de La Barceloneta, el nuevo barrio que había surgido a mediados del siglo XVIII en condiciones muy similares al este del puerto barcelonés.
La consolidación de esos terrenos contiguos al Camino de Vélez fue objeto desde muy pronto de disputas entre el Ayuntamiento y el Ramo de Guerra acerca de su titularidad y urbanización. Se redactaron varios proyectos para desarrollar un nuevo barrio de trazado rectilíneo, pero tardó todavía en definirse esa «pequeña Málaga» que arrancaba tímidamente como ensanche oriental y en la que se fueron instalando fábricas, almacenes y algunos equipamientos como el Hospital Noble y la Plaza de Toros. El barrio no terminó de desarrollarse plenamente hasta la segunda mitad del siglo XX, ya bajo el predominio de altas torres residenciales que arrasaron con casi cualquier vestigio de etapas anteriores.
Mientras tanto, la nueva playa que se extendía desde la batería de San Nicolás a La Caleta era utilizada por los pescadores para sacar el copo. A finales del siglo XIX se produjeron dos importantes novedades vinculadas, de nuevo, a las obras del puerto. Por un lado, los baños de Apolo y La Estrella se trasladaron desde la Cortina del Muelle a las playas de Levante, convirtiéndose en una estampa habitual del rebalaje de La Malagueta durante el siguiente medio siglo. Por otra parte, la construcción de una línea férrea desde las canteras hasta el mismo puerto obligó a hacer una escollera de protección de las vías que, literalmente, se comió la playa.
Ya entonces empezaron a surgir algunos merenderos, como el de Antonio Martín, toda una referencia del barrio, o el de Joaquín Delgado, junto a los Baños de la Estrella. Y en 1926 se inauguró el Hotel Príncipe de Asturias, luego Miramar, cuya magnífica estampa presidía la vista desde el mar.
Pero, al mismo tiempo, se fue consolidando un núcleo de infraviviendas habitadas por familias de marengos que vivían de la pesca de arrastre y que en la temporada de verano ganaban un dinerillo extra alquilando bañadores. En 1956 todavía existían casi 200 chabolas en las que se alojaban en precarias condiciones unas mil personas. En ocasiones la naturaleza se mostraba generosa, como cuando en 1924 la aparición de un banco de atunes permitió capturar 200 ejemplares a los pescadores pobres de La Malagueta.
En 1928 se colocó la primera piedra del paseo marítimo, cuyas obras avanzaron lentamente en las décadas siguientes. La creación de una gran avenida litoral necesitó de una gran escollera que acabó por eliminar la playa, excepto en algunos puntos aislados en los que se mantuvieron minúsculos arenales. Entre la Farola y Antonio Martín la orilla quedó reducida a una estrechísima franja en la que se hacinaban los sufridos bañistas. Precisamente aquí tenía su sede la Peña de Bañistas fundada en 1978 por el popular Pepe Bravo.
Además, la parte más occidental fue privatizada con la cesión de un tramo al Real Club Mediterráneo y a la Residencia Militar Reyes Católicos. La práctica desaparición de la playa, limitada a esa franja casi testimonial pero muy bien aprovechada, fue revertida con las obras de regeneración emprendidas por Costas en el año 1990. La espectacular transformación de La Malagueta recuperó para la ciudad una zona de ocio y, sobre todo, un potente atractivo turístico al disponer de una gran playa casi en el centro de la capital.
A raíz de los temporales del otoño de 1989 el Estado, a través de la Demarcación de Costas de Andalucía Oriental dirigida por Luis López Peláez, dispuso un presupuesto extraordinario para la recuperación de playas de la provincia, aprovechando el soporte jurídico de la Ley de Costas de 1988. En La Malagueta se intervino a lo largo de una longitud de 2.500 metros desde el morro de Levante hasta el espigón construido a levante, con un volumen de arena aportada de 1.700.000 metros cúbicos, que permitió regenerar una superficie de playa de 150.000 metros cuadrados con una anchura media de 60 metros. Para asegurar la estabilidad del nuevo arenal se hizo un arrecife central en paralelo a la orilla. La actuación incluyó obras de reparación del paseo existente, dotación de equipamientos (entre los que destacó un potente alumbrado) y la construcción de un nuevo tramo de paseo marítimo de 400 metros delante del Club Mediterráneo. El coste total ascendió a 1.035 millones de pesetas. Los trabajos se desarrollaron entre septiembre y diciembre de 1990.
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