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El domingo 29 de noviembre amaneció frío para ser Málaga. Un buen día para vender castañas asadas. Antonio Robledo Díaz, 38 años, pensaba echar la tarde en el puesto que tiene en la entrada de Mangas Verdes, justo delante de Navarro Hermanos en Ciudad Jardín. Pero tenía un par de horas libres y le propuso a su pareja llevar al hijo de ella a saltar a unas camas elásticas. Sabía que el crío -al que quiere como si fuera suyo- tenía ganas y le haría ilusión ir.
Llegaron sobre las 12 a las instalaciones del Altitude Park, un parque de trampolines situado en el Centro Comercial Málaga Nostrum. Apenas llevaban 10 minutos saltando cuando Antonio cayó mal en una de las volteretas y se rompió una vértebra del cuello. Ha quedado parapléjico y las posibilidades de que vuelva a caminar son remotas. Casi nulas.
«Avisa a mami, dile que venga», le dijo al crío. «Quería que yo lo moviera. Solo me pedía que le cruzara las piernas para poder incorporarse», recuerda su pareja, Eva Ordóñez, que se negó a hacerlo por temor a que pudiera lastimarlo aún más. El personal del Altitude Park había llamado ya a los servicios de emergencias. Una ambulancia del 061 estaba de camino.
Mientras llegaban los sanitarios, se acercó a atenderlo una enfermera que estaba allí con su marido y su hijo. Preguntó a Antonio qué sentía y él respondió que le dolía el brazo derecho y que la boca le sabía a sangre. Pero no sangraba. «La mujer me apartó y me dijo: 'No te quiero asustar, pero cuando eso ocurre, es una lesión en el cuello'. Luego nos dimos cuenta que le dolía ese brazo porque era lo único que sentía'», recuerda Eva.
La ambulancia llegó, pero los sanitarios tampoco pudieron acceder a él. Antonio había quedado en el centro de la piscina de espuma donde se aterriza en los saltos y volteretas. Las oscilaciones provocadas al pisar en ella podían causarles daños aún peores, por lo que hubo que llamar a la policía y a los bomberos.
Fue un rescate complejísimo. Por las características del firme no pudieron utilizar una camilla de cuchara. Tuvieron que hacer una especie de puente y emplear una tabla de rescate que lo inmovilizara de la cabeza a los pies. De ahí lo pasaron a un colchón de vacío y por último a la uvi móvil. Tardaron más de una hora en sacarlo de allí y evacuarlo a Carlos Haya.
Las radiografías confirmaron los peores augurios de la enfermera. Antonio se había fracturado la quinta vértebra cervical de la columna (C5), con tan mala suerte que, al romperse, se desplazó y dañó la médula. Lo operaron dos veces: la primera, por la garganta, para introducir una prótesis; la segunda, por la parte posterior del cuello, para ponerle una placa con 18 tornillos (nueve a cada lado) entre la C4 y C6 para sujetar la columna.
«Antes de operarlo movía solo el brazo derecho. No los dedos, pero sí hasta la muñeca. Nos dijeron que después de la operación seguramente no movería nada y nos advirtieron de que, con tantas horas en quirófano, podía coger alguna infección. Así fue. Tiene neumonía, por lo que aún no está despierto del todo. Desde entonces está sedado», relata Eva.
Una de las doctoras que lo operó en Carlos Haya les informó de que no había posibilidad de que volviera a andar. «Luego miró hacia arriba y nos dijo: 'Pero los milagros también existen...». Y para eso, Lourdes está en Toledo y su santuario es el Hospital Nacional de Parapléjicos, especializado en el tratamiento integral de las lesiones de columna. Allí ha ingresado Antonio esta semana para recibir tratamiento.
Con él han viajado sus padres, Pilar y Paco, y también Eva. Las dos primeras noches las pasaron durmiendo dentro del coche –un Xsara Picasso con bastantes años encima– entre mantas y maletas. Pilar y Paco en los asientos delanteros. Eva, en el de atrás. «Somos gente humilde. Los pocos recursos que tenemos no podemos gastarlos en un hotel», explica Eva al otro lado del teléfono.
Anoche durmieron a cubierto en una casa que les ofreció una voluntaria de una asociación de personas con lesiones medulares. El dueño del Atitude Park Sergio Tiedeke –todo el personal del parque se ha volcado con la familia– les ha enviado 500 euros.
–¿Puede darme un número de cuenta por si alguien que lea la noticia quiere ayudarles?
–No queremos dinero. Solo necesitamos ayuda para tener un techo y comida estos seis meses.
El número de cuenta es la iglesia. «Si alguien quiere enviarnos comida, que la mande ahí». Ni siquiera sabía cuál era la más cercana a la casa que les han dejado. Anoche, antes del cierre, lo averiguó. La ermita del Cristo de la Luz.
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