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Cinco meses, cinco hurtos. Suena a eslogan de la tele, pero no lo es. Poca broma. A Eloísa Molina le han entrado a robar en su farmacia tantas veces como páginas ha arrancado del almanaque en el último tramo de la pandemia. «Es desesperante. Nunca habíamos tenido tantos casos en tan poco tiempo», denuncia.
Eloísa regenta desde 1987 la farmacia situada en el 14 de la calle Fray Luis de León, junto a los aparcamientos que están enfrente del pabellón de Ciudad Jardín. En este tiempo le han atracado a punta de pistola –hace 15 años– o de navaja –hace dos–, pero nunca le han robado con la frecuencia que lo están haciendo desde que empezó la crisis del coronavirus, insiste la boticaria.
La causa la encuentra ella en que, desde marzo, hay menos negocios abiertos. «Deben de pensar: '¿Dónde vamos a robar? A la farmacia'», dice. Incluso asegura que el propio colegio pidió a la policía un refuerzo de la vigilancia con el primer estado de alarma, que dejó a las farmacias como uno de los pocos establecimientos autorizados para abrir, al despachar productos de primera necesidad relacionados con la salud.
Al principio, dice, se notaba. Cada poco veía pasar algún coche patrulla por la puerta y respiraba aliviada. Pero, según sostiene, ahora sucede cada vez menos. «Y encima es más difícil pillarlos con las mascarillas», explica Eloísa. «Por más cámaras, más denuncias y más juicios, no sirve de nada. Sienten una impunidad total».
El primero de esos hurtos, que captó la videovigilancia de su establecimiento, sucedió en junio. Entraron dos mujeres. Eran conocidas por el personal de la farmacia, ya que en más de una ocasión había saltado la alarma cuando se marchaban del local. Pero no lograban pillarlas ni demostrar que se hubieran llevado nada. Hasta ese día. «Vimos su manera de actuar. Una de ellas llevaba un vestido ancho bajo el que se metía todos los productos que podían», cuenta la propietaria de la botica.
Con las imágenes, la policía logró identificarlas y ponerlas a disposición judicial por hurto. Se habían llevado algunos productos de cosmética por un importe de 380 euros. La cifra no es baladí. Siempre se quedan dentro del delito leve (el antiguo hurto). Aun así, el juez les impuso la prohibición de entrar a la farmacia de Eloísa por un periodo de seis meses.
El siguiente sucedió en septiembre. Un chico joven, con aspecto normal. La cámara graba el instante en que se acerca a la zona de cosmética y sustrae varios artículos por valor de más de 100 euros. «Ni denuncié, más que nada por la molestias, pero ahí están las imágenes», expresa, resignada, la titular de la farmacia. Un mes después, se repitió la misma escena, con distinto protagonista y un botín similar. Con disimulo, tras entregar a la empleada la tarjeta para retirar unos medicamentos –con lo que se identificó plenamente– sustrajo dos artículos por valor de 140 euros.
Los dos últimos hurtos, que han colmado la paciencia de Eloísa, han tenido lugar este fin de semana. El primer robo sucedió el sábado. El individuo entró en la farmacia con una mochila colgada en la parte delantera y la llenó de productos, como pudieron ver en las grabaciones. Al día siguiente, repitió, con parecido resultado. «Aparte de las pérdidas económicas, que hacen mucho daño al negocio, está cundiendo el miedo entre algunos empleados. Eso es lo peor», se lamenta Eloísa.
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