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El tren

Por ahora ·

La nefasta tentación de romper nuestro país, la falacia de negar su existencia, su vigor, su fortaleza, su sentido y su importante proyecto sólo es el vehículo de los que no ven el momento para obtener su propia ventaja

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 20 de enero 2019, 00:51

A modo de convoy, unos vagones tras otros y otros, tras otros muchos, comandados por la máquina, el tren nos lleva. Esta España de contrastes circula a alta velocidad y a paso de tortuga, según el paisaje y el lugar. Pero no hay sociedad más viva, menos conformista y más veloz. Tenemos prisa, siempre la hemos tenido y hoy más.

En tanto se celebra y clausura la convención del PP, en tanto se dilucida el Brexit con tanta aceleración que viene y viene, pero no llega, mientras, sólo Sánchez quiere que el tiempo no corra para que Moncloa no pase. Pero el tren que nos lleva no puede parar y no lo hace, como cuando en una cita histórica el pasado 18 de enero Juan Manuel Moreno tomó posesión como presidente de Andalucía. Este cambio de rasante, tras cuarenta años ininterrumpidos de gobiernos socialistas, es mucho más que una pizca de democracia, es la prueba viva del sistema de libertades de un país en el que sólo el pueblo decide qué, cómo dónde y quién. Y lo hace ejerciendo su derecho de decisión inviolable e insustituible. Nadie puede usurpar al pueblo en su protagonista papel, por más trampas que las circunstancias, las ferrovías o las dialécticas tramposas y falseadas lo quieran.

Frente a los agoreros, los aficionados a malear toda acción que ocurra o represente a España, frente a los que acusan a su propia nación de no serlo o de tener o haber cometido una suerte de pecado original, los españoles sonríen seguros de lo que son y construyen el futuro con ilusión y serenidad. La nefasta tentación de romper nuestro país, la falacia de negar su existencia, su vigor, su fortaleza, su sentido y su importante proyecto, sólo es una mala broma, una de esas cosas que tiene la vida, en ocasiones tan raras y extravagantes.

A veces hay prórrogas, intermedios o pausas. A veces las leyes pueden amparar extraños vericuetos temporales de consecuencias fútiles o no queridas. Pero toda acción lleva aneja su automática continuidad y toda espera tiene desenlace. Cuando se gobierna para estar y se gana tiempo con cualquier resorte, por inmoral que éste sea, el límite y su final nacen servidos. No se puede construir nada con los que abanderan la demolición, no se puede caminar del brazo de los PdeCat o ERC, que buscan y quieren ser ombligo aún a costa de empequeñecer, empobrecer y someter a Cataluña. No se puede tener socios como Bildu EH que, desde posiciones comunistas y justificadoras o blanqueadoras de la violencia, intentan caminar a base de más mentiras, rencores e innegable torpeza hacia la ninguna parte que representan. No es posible que cortejar a la derecha vasca tradicional, supremacista y de miope cerrazón -el PNV-, sea tampoco la mejor idea para la España común y solidaria. Y es que son o quieren ser atajos, quizá para llegar antes a metas exclusivamente personales o para ganar tiempo, en tanto irremisiblemente el destino se presenta para dar pasaporte a los que merecen la salida más inmediata.

La fuerza de la razón, como la gravedad, hace su trabajo silente, constante, jalón a jalón, pero siempre acaba por presentar sus credenciales y la urgente necesidad de aplicarse. Explorar repúblicas plurinacionales o experimentos infundadamente federales, autodeterminaciones sin derecho ni sentido que los ampare o impostados diálogos entreguistas de veladas cesiones ilegítimas, son sólo el vehículo de los que no ven el momento para obtener su propia ventaja. La historia se lo demandará sin duda, pero antes lo harán los acontecimientos, ya lo vienen haciendo con el sacrificio de los decrecientes resultados electorales de los que han decidido vender legitimidad y honor a cambio de una gran olla de humeantes lentejas.

Pero que nadie lo dude, llegará el tren decente a Extremadura, como siempre llega el respeto, la justicia y la modernidad, y también llegará el tren de los acontecimientos, para que nada se pare. A modo de convoy, uno tras otro vagón, lleno de realidad y sentido común para rodar por la vía de la justeza, el progreso y la razón.

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