Malagueños con Palestina
La flotilla que va rumbo a Gaza resuena en la memoria de los españoles que recuerdan a las Brigadas Internacionales
Qué capacidad de organización la de la sociedad civil. Las asociaciones en solidaridad con Palestina y en condena del genocidio que sufre ese pueblo sin ... Estado han venido convocando protestas, manifestaciones, concentraciones, caceroladas... periódicamente en Málaga en estos dos últimos años desde que el régimen de Benjamin Netanyahu diera una vuelta de tuerca a la ocupación y al apartheid que impera en Cisjordania y al asedio a Gaza en desmesurada respuesta al (o con la excusa del) atentado terrorista de Hamás de octubre de 2023. Para hoy mismo hay convocada otra manifestación que partirá a las doce de la mañana de la Plaza de la Marina.
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Pero lo que sucedió en la Plaza de la Constitución el pasado sábado, 6 de septiembre, superó en imaginación, ambición y unidad a cualquier otra iniciativa. Un nutrido grupo de activistas actuaron en red y quisieron hacer un homenaje a los más golpeados por eso que no se puede llamar ni conflicto ni guerra, sino sólo matanza: reunieron a los sanitarios, a los profesores de la UMA, a miembros de organizaciones humanitarias, a periodistas y también a mujeres (aunque éstas no, no son un colectivo, son el 50% de la población gazatí, palestina y mundial) y a niños porque una forma en la que se manifiesta el genocidio es en el de tratar de acabar con la reproducción de la vida de ese pueblo. Esos colectivos malagueños, además de mostrar su solidaridad con sus compañeros palestinos en sus manifiestos, recabaron testimonios llegados del otro extremo del Mediterráneo para darles voz, para que todos pudiéramos escuchar la terrible realidad en la que viven. Se unieron las voces de Málaga con las de Palestina.
Este tipo de actos, que se reproducen por toda España, que saltan a las pantallas de televisión a las horas a las que se retransmite la Vuelta Ciclista, son los que han llevado al Gobierno a ser uno de los que con mayor claridad censura las acciones del régimen ultraderechista israelí contra el pueblo palestino. La sociedad civil tiene la paternidad de todas las medidas que el presidente Pedro Sánchez desgranó en su comparecencia del pasado lunes. Aunque él, además del sufrimiento palestino, seguro que tiene también otra cosa en mente: quiere que cuando se escriba la historia a él le pille en el lado correcto, en el de los derechos humanos, en el de la condena de una masacre que se está desarrollando con bombas y hurtando el acceso al alimento. Tiene sentido de la historia. Todo el mundo debería tenerlo y hacer lo posible por saberse en ese lugar.
La historia llama a la puerta
Ello, porque hay antecedentes históricos terribles y vergonzantes. El genocidio armenio a principios del siglo XX, por ejemplo. O el ascenso de Hitler, con quien contemporizaron muchos líderes europeos hasta que terminó invadiendo gran parte de Europa y ejecutando la Solución Final, el holocausto, millones de muertos en campos, sobre todo judíos, pero no sólo judíos. No hay nada mejor que leer consecutivamente unas cuantas novelas para saber cómo se va construyendo la barbarie, de forma silente, pero sin tregua y con un final terrible. La cosa es evitar ese desenlace. En el caso palestino no está garantizado.
Hace noventa años también hubo muchas muestras de solidaridad con los españoles después del golpe de Estado fascista de 1936. Ayer eran las Brigadas Internacionales, hoy son los embarcados en la flotilla rumbo a Gaza
Ahí van los libros, que hablan sobre Alemania pero son universales: 'Tú no eres como otras madres', de Angelika Schrobsdorff, que muestra la incredulidad sobre el peligro que comporta la ultraderecha hasta que llega su materialización real en forma de leyes; 'Regreso a Berlín', de Verna B. Carleton, que es eso, una vuelta al pasado para analizar y asumir responsabilidades; y 'Lección de alemán', de Siegfried Lenz, también una narración retrospectiva. La pena es que son relatos a toro pasado. No se pudo evitar la barbarie. Y el gran peligro es ése, que aun asistiendo en directo a la aniquilación de un pueblo, la comunidad internacional no sea capaz de pararlo. Y la paradoja es otra: el pueblo que fue víctima ahora tiene un Estado cuyo gobierno se convierte en verdugo de otro colectivo humano.
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Lo que vemos por televisión, la masacre, pero también las protestas, tiene que resonar en nuestra memoria. Las brutalidades cometidas por los humanos son periódicas. También las movilizaciones de quienes levantan la voz contra ellas, aunque eso les lleve a ser detenidos, como pasa a centenares en el Reino Unido.
Precisamente, en España nos tienen que llegar muy dentro. Porque hace cerca de noventa años también hubo muchas muestras de solidaridad con el pueblo español después del golpe de Estado fascista de 1936. Muchas de ellas también en el Reino Unido. Y sus protagonistas, no sólo británicos, sino procedentes de todo el mundo, vinieron a combatir para defender la República ante la pasividad de los Gobiernos europeos que no atisbaban que la democracia se comenzaba a jugar la vida en España y que luego esa batalla asolaría todo el continente. Ayer eran las Brigadas Internacionales, hoy son los embarcados en la flotilla hacia Gaza. Ayer eran los republicanos españoles que liberaban París, hoy es todo el movimiento de solidaridad con Palestina.
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