Borrar

Gaviotas en Madrid

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 9 de febrero 2017, 09:14

Madrid aún no ha estallado en mil pedazos porque nadie pregunta de dónde es nadie. Nadie es totalmente de Madrid, que es la única manera de que todo el mundo sea de Madrid. Esta ciudad que Paco Pascual definió como un videojuego infinito consiguió quitarse la tabarra de los orígenes de cada cual. No se pide el pasaporte ni a los pájaros.

La primera vez que vi a estos, me sorprendieron cruzando el cielo de la M-40. Ese bando que volaba con cierto relajo estaba habitado por el ave más improbable que se pudiera encontrar allí donde el mar no es más que recuerdo: esas eran las gaviotas de Madrid. Las observo con afecto hermano. Por las mañanas forman nubes desordenadas casi de Hitchcock con las que coronan la infinitud de los vertederos. Al caer la tarde, cuando se inflama el cielo incandescente, cruzan lentas el horizonte. Se retiran agotadas de tanto buscarse la vida, como todos, y se echan a soñar el mar sobre el espejo rosa de los embalses. Duermen en las afueras de sí mismas, que es donde prende la nostalgia.

También como los hombres, la mayoría pasa sobre la ciudad gigante sin pena ni gloria, volando alto sin siquiera ser advertidas mientras allá abajo, a la salida de la oficina, un motorista se salta el atasco por el carril derecho preso de la urgencia. Dicen que en la gran urbe hay cien mil, como los hijos de San Luis y que se cuentan de dos especies: reidoras y sombrías. Se me antoja que estos dos nombres son de bautizar rosquillas. Me gustaría saber cuál fue la primera en llegar. Debía ser, por fuerza, un pájaro aventurero y decidido, un pájaro explorador. Quizás tomara el ascenso del Tajo hasta dónde el mar no se puede concebir, que cantó Sabina. O tal vez viviera mecido en las espumas blancas y leves del Cantábrico y se arrebatara un día con descubrir qué es lo que había detrás del los montes. El escudo de Madrid debería ser una gaviota y no un oso, más aún después de que Carmena prohibiera los circos con animales. Los madroños son esas plantas con bolas rojas que nadie conoce. De momento, no podemos volar, pero vamos con ellas a ascender los ríos, abandonar lo que es de uno, a vivir a contracorriente, a viajar en busca del sustento y de uno mismo al fin y al cabo, a convencernos al cabo de todo de que el camino es estar perdido. Somos gaviotas sobre el asfalto.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Gaviotas en Madrid