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Existe en Málaga una teoría entre los representantes de la cosa pública que mide la fama y relevancia de cada uno en función de las veces en las que Idígoras y Pachi te han convertido en personaje de sus viñetas. A más tiras, mayor es el peso real y la influencia. En esta tesis, cero científica pero cien por cien real, gana un asunto por goleada: la agenda del alcalde. Que si un maratón tiene 42 kilómetros, en su jornada parece que tampoco se ve la meta. El (19)42 fue también su año de nacimiento, 82 los que le caen en el DNI y un cuarto de siglo lo que cumple justo este domingo en la alcaldía.
Aquel 4 de mayo de 2000 asumía el bastón de mando para sustituir a Celia Villalobos, que se marchaba a Madrid como ministra de Sanidad, y desde aquella fotografía tan simbólica de la despedida con sonrisas al pie de las escaleras del Ayuntamiento, el alcalde las ha subido más de 9.000 veces. Muchas, saltando los escalones de dos en dos.
Tampoco hoy es una excepción.
«Sí, diría que mis días son intensos. Pero también productivos». Paco de la Torre asume con naturalidad su aniversario en la Casona, pero sobre todo la leyenda de que sus jornadas se estiran más allá de las 24 horas.
Tampoco es una excepción que cada día, antes de marcharse y cubrir el puñado de metros que separan su casa del Ayuntamiento, su mujer Rosa le haga la misma pregunta: «¿Cómo tienes la agenda hoy… en principio?». «Es que con él nunca se sabe», bromea la esposa justo en el momento en que el alcalde enfila la puerta para encontrarse con sus dos escoltas, que lo acompañan a pie hasta el fabuloso edificio del Paseo del Parque. A paso ligero, no más de cinco minutos. A paso De la Torre, la mitad. No es raro que se pare con algún vecino. Muchos, para preguntarle por (sus) asuntos de ciudad. Otros, incluso, para hacerse una foto con él.
Tampoco hoy, en fin, es una excepción.
El grupo de turistas ingleses que ha quedado justo en la puerta del Ayuntamiento para montarse en el bus y echar el día en Ronda abre mucho los ojos cuando el guía lo ve venir y les comparte la casualidad como si estuviera explicando un monumento: «…and he's the mayor» (...'y él es el alcalde'). Más fotos, como si estuvieran ya en El Tajo.
El alcalde sonríe e inclina la cabeza, cortés. Escaleras y al tajo. Al suyo, que no es el mismo.
Son las nueve de la mañana. Breve parada en el despacho, donde estudia la agenda que María José, su secretaria, le ha ordenado en una carpeta azul. El listado es un engranaje casi perfecto entre las áreas de Alcaldía, Protocolo y Comunicación, que miden al milímetro tiempos y espacios para que todo encaje. Hasta que llega la improvisación. «Es que con él nunca se sabe». Su mujer no es la única que lo dice.
En esa carpeta hay también algún recorte de prensa. Hoy, una entrevista con el economista Ramón Tamames, otro de esos prodigios aún en activo. El resto de periódicos, locales y nacionales, los lee enteros en papel. «Lo prefiero así», admite el alcalde, más analógico que digital pese a que el móvil es ya casi una extensión de su mano. «A veces querría depender menos de él», añade antes de darle a la tecla y a la firma digital. Uno, dos, tres, cuatro documentos listos. La agenda de hoy, de nueve a nueve. Con los retrasos acumulados, hasta las once de la noche mínimo. Idígoras y Pachi, hoy, tendrían viñeta fijo.
Son las nueve de la mañana, sí, pero el despertador ha sonado a las seis y media. El alcalde, hombre de rutinas, no perdona un rato de ejercicio a esas horas en las que no están puestas ni las calles, pero en los últimos tiempos acusa el purgatorio de la falta de tiempo. «Llevo dos semanas sin nadar, que es lo que más me gusta y porque me sirve para pensar… A veces, incluso, dejo la mente en blanco. La sensación de estar en el agua es única», desliza el alcalde a esa primera hora, justo al calzarse las zapatillas de deporte. Hoy, paseíto rápido y en seco aunque el cielo amenace lo contrario.
Media hora da para mucho: Muelle Uno, giro a la altura del Club Mediterráneo, Paseo Marítimo y vuelta a casa cuando llega al Hotel Miramar. Los primeros 'runners' del día lo saludan como si fuera uno más. «¡Alcalde, a la próxima con nosotros!», se escucha en un grupito mientras él les sigue con la mirada y las risas cómplices. Conociéndolo, poca broma. Sería capaz. «¿Que si me canso? No. Lógicamente no son lo mismo 80 que 60, pero estoy activo y bien. Eso sí, me gustaría tener tiempo para hacer más deporte». Y para leer. Y para estar con la familia. Y para disfrutar de su afición por la música. Y para todas esas cosas que se hacen cuando ya se ha hecho todo.
No es su caso.
A los 82 y medio, arrastra pocas cosas que recuerden que cuando nació aún quedaban tres años para que acabara la Segunda Guerra Mundial y, más acá, que el edificio centenario de la Casona sólo llevaba funcionando un par de décadas. Hasta el colesterol lo mantiene «a raya». Aunque los restos de la munición los lleve por dentro, no los enseña. «Y de memoria, también bien», dispara por si hubiera dudas. Tampoco las hay: es el único de esos de la cosa pública que no usa papeles en los discursos. Otros los perderían de no tener la carpetita en el atril, pero él no. «No tiene secreto: estudio algo por adelantado mientras me desplazo, y si estás muy atento a todo lo que ocurre y lo que dicen en el acto, sólo es cuestión de ir recordando. Si hablo en último lugar es aún más fácil», dice quitándole importancia. Ni con esas. El alcalde es capaz de recitar sin papeles y sin saltarse ni uno solo los quince países que participan en una feria de muestras porque tiene el mapa del mundo en la cabeza. Ordena los países por meridianos. Y luego los suelta. Como en metralleta. «Eso sí, es que me apasiona la geografía», se ríe mientras aprovecha el viaje en coche oficial para repasar los detalles del acto que viene. En concreto, un encuentro en La Cónsula para anunciar que Málaga será sede de la próxima gala de estrellas Michelín. Ñam.
A cinco estrellas le sabe el menú del bar de Luis. Son las tres y media de la tarde y hoy toca, excepcionalmente, comer fuera. «Intento hacerlo en casa porque me ayuda a cortar el día. Y si luego tengo al menos quince minutos para leer o para cerrar los ojos, lo noto mucho», admite. Hoy lo nota, pero a la inversa. Rosa, su mujer, se ha ido a Almería porque Fran, uno de los siete nietos, hace la confirmación y toca gran reunión familiar… sin él. «Bueno, no es una comunión y además es viernes y saben que no puedo», digiere Paco, ahora el abuelo, con la ensalada mixta que le ha preparado Luis sin preguntar. «Es un honor que venga aquí. Una persona sana y accesible, le gusta todo». El dueño del bar Reding, el de justo abajo de casa, le ofrece cocina recién hecha asumiendo un 'sí' por adelantado: salmorejo -uno de los platos favoritos del alcalde-, bacalao rebozado con patatas y postre. Lo dicho, cinco estrellas. La cerveza, tostada y sin alcohol. Café, no. «Lo dejé hace casi 40 años, estaba un poco enganchado, yo creo que eso me venía de la época de estudiante. Y no creas -dice con el último bocado-, durante un mes tuve un poco de 'mono'». Si decide pecar, descafeinado. Y si ya se lo salta a lo grande, chocolate. Pero esto que no lo lea Rosa.
El rato de la comida sirve, además, para recuperar los retrasos de la mañana y llegar puntual al tirón de la tarde. A las cinco lo esperan en el Parque del Norte, verbena popular en el distrito para celebrar el Día del Libro. El alcalde, a quien su equipo conoce como un libro abierto, disfruta porque sabe que le han dejado en la agenda un par de horas largas para estar con los vecinos. Y no se salta ni una página. Ni un saludo, ni un apretón de manos, ni una caseta. Ni un selfie con las señoras vestidas de verdiales que reciben a «su alcalde» con panda de la buena. «De cerca es guapo, ¿eh?», le comparte una a otra intentando que no la escuchen. Error. Y eso que no todo son flores. «Por aquí necesitamos también muchos arreglos, las calles, la limpieza… Y soy socialista, pero creo que él es muy trabajador, por eso se lo digo», compensa otra vecina sin volantes ni castañuelas pero con su barrio en la cabeza.
Resulta curioso ver cómo el alcalde escucha esas peticiones. A veces toma nota en su móvil y a muchos de los vecinos los conoce incluso por sus nombres. Como hace con el mapa del mundo, pero en una ciudad como Málaga y con personas en lugar de países. Como buen nadador, en la distancia corta se mueve como pez en el agua. Y eso se agradece. Que lo mismo recibe con honores al embajador de Qatar en el Salón de los Espejos que abraza fuerte fuerte a Pepe, su peluquero de toda la vida en Reding, cuando lo ve en la verbena popular. «¡Qué alegría verte!», celebra Paco, ahora el cliente con el que tantas cosas ha compartido durante más de cuarenta años.
«Vamos, que nos va a tocar correr para llegar al coche«, dicen en su equipo. El tiempo ha pasado veloz como un corte de pelo de caballero y ya está encima el penúltimo acto de la jornada. Si el alcalde fuera cantante, se diría que es el penúltimo bolo. Y como la cita va de música, vale. El colegio Gamarra presenta una nueva banda de música con el nombre del maestro Artola, una oportunidad para que chavales y músicos afinen en la disciplina. También para que el alcalde disfrute de una de sus pasiones. Actuación, discurso institucional pero cálido y con la música a otra parte. Son las nueve y la agenda acaba justo doce horas después en la parroquia de Fátima. Aleluya.
Toca volver a casa y, de nuevo, el mismo ritual. Rosa lo espera en la puerta. Allí le pregunta, cada mañana a primera hora, cómo tiene la agenda. Al volver, que cómo ha ido el día. Y a menudo, que cuándo va a parar. «Yo le sigo diciendo que lo deje ya. Antes o después le dará el 'parraque', y hay que procurar que le dé en casa con pantuflas y no cuando le sigue apuntando el foco». Paco, ahora el marido, la mira sonriendo y no contesta. Rosa lo sigue, lo besa en la mejilla y le pregunta a Paco, alcalde.
- «¿Y? ¿Cómo ha ido el día?»
-«Pues largo, como todos».
Y ya. La tira de largo, como en una viñeta de Idígoras y Pachi.
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J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
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