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LA NUBE DOBLE

NANCY REAGAN

Juan Francisco Gutiérrez

Lunes, 7 de marzo 2016, 09:50

En 1985 el matrimonio Reagan hizo su primera visita oficial a España. Ronald y Nancy, casi tanto monta, monta tanto, montaron un gran revuelo sin necesidad de 'trending topic'. Queda de aquello una gran foto de la mujer del presidente norteamericano bailando por sevillanas. Ayer a los noventa y tantos falleció Nancy Reagan, que a los españoles de los ochenta nos cayó siempre mejor que su esposo, chistoso pero de armas tomar. Quién sabe si ella erigió su propia fama por lo maqueada que iba, por su sonrisa de actriz retirada, o porque su apariencia grácil era tan diferente a la de las muñecas del mismo nombre, más rotundas pero igual de rubias. En el tramo final de la Guerra Fría Nancy Reagan representaba la antítesis deseada de Raisa Gorbachova: ambas hermanadas como objetos accesorios del hombre, pero una mucho más ufana y capitalista que otra.

Las necrológicas de Nancy Davis, nombre de soltera, cuentan hoy que lejos de su apariencia pizpireta y cándida de muñequita Mrs. Reagan fue decisiva en la carrera política de su marido. La crónica banal nos recuerda su afición por los astrólogos, o que gastó un pastizal en redecorar la Casa Blanca, donde permitió además que pudieran volver a tomar vino. Pero junto a estos cotilleos domésticos, indisociables por desgracia a la inacabable mitología machista (y maléfica) de las 'first ladies', ahora se sabe que ella tuvo una real influencia en hechos relevantes: por ejemplo, cuando Ronald Reagan tuvo que pedir perdón por la venta secreta de armas a Irán. Una autonomía de carácter que después demostraría de nuevo tras caer enfermo de Alzheimer el ya ex presidente: pasó de los republicanos y apoyó decididamente la investigación con células madre.

Ironías del destino, muere Nancy Reagan justo cuando estrenan nueva temporada de 'House of Cards'. Con esa Claire Underwood (épica Robin Wright) que ofrece el reverso tenebroso de una primera dama que ya baila por peteneras: también rubia pero al fin más autónoma, aunque sin poder zafarse del todo de la zarpa afilada de otro marido de armas tomar.

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