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LA TRIBUNA

El 'MuHe': Muelle Heredia

Puestos a rizar el rizo del ridículo, podríamos llamar East Village a Pedregalejo, Montmartre a Gibralfaro y Chelsea al Limonar. Pero seamos realistas: ni Huelin es TriBeCa ni el 'MuHe' es el 'SoHo'

JOAQUÍN ORTIZ DE VILLAJOS CARRERA. ARQUITECTO

Viernes, 18 de septiembre 2015, 12:38

Al mismo tiempo que el trabajo del grafitero Obey vuelve a deleitarnos en el ensanche de Muelle Heredia, algunos establecimientos de la misma zona echan el cierre, otros no despegan como preveía el 'proyecto SoHo' y muchos ni siquiera consiguen abrir sus puertas. Según reza el portal de internet del supuesto «barrio de las artes» de Málaga, esta iniciativa pretende crear un distrito cultural que dinamice el entorno ofreciendo alternativas en la oferta comercial y ocio-cultural; todo ello bajo el auspicio del Ayuntamiento de Málaga y la formulación de un Plan Director que «oriente» a los posibles emprendedores hacia el concepto de negocio deseable para el auto-posicionamiento del barrio en la ciudad de Málaga, y por ende, en el mundo. A pesar del esfuerzo de algunos valientes que luchan por asentar su negocio en el barrio, el trabajo constante del Centro de Arte Contemporáneo o la reserva de fondos para todo el conjunto, parece que algo falla.

Las maniobras de esta envergadura socioespacial requieren tiempo: el necesario para que se produzca una demanda específica, una oferta adecuada y una aceptación general que consolide toda la operación. En cualquier caso, el orden de los factores sí altera el producto en este tipo de experimentos urbanos. Es así como Málaga, en una nueva demostración del crecimiento por impulsos alentado por sus políticos, hoy se encarga de colorear aquel barrio levantado en el XIX sobre lo que un siglo antes eran almacenes y casas de madera de uso portuario. Siendo 'MuHe' la abreviatura natural para contemporaneizar el ensanche de Muelle Heredia, Málaga prefiere inventarse el nuevo 'SoHo' del Mediterráneo. Para ello no le basta con recurrir a la financiación pública de un arte urbano teóricamente espontáneo y natural o a una peatonalización propia de la calle principal de cualquier ciudad (para más inri desconectada del puerto o del Centro), sino que además, en otro alarde de la hipertrofia cultural labrada en la última década, copia el nombre de un barrio afincado históricamente en ciudades como Londres o Nueva York y lo traslada como una marca que renombra a todo el ensanche de Muelle Heredia. Puestos a rizar el rizo del ridículo, podríamos llamar East Village a Pedregalejo, Montmartre a Gibralfaro y Chelsea al Limonar. Pero seamos realistas. Ni Huelin es TriBeCa ni el 'MuHe' es el 'SoHo' (o algo que se le parezca). Y peor aún, en nada se verían beneficiados con el cambio de sus nombres tradicionales.

Es evidente que existe una relación indisociable entre determinadas ciudades y los nombres de algunos de sus barrios. Esta alianza, ya sea fruto de la tendencia del momento o de la historia más antigua de la ciudad, se asienta en el imaginario colectivo permitiéndonos reconocer, por citar aleatoriamente algunos casos, Shoreditch con Londres, Lastarria con Santiago de Chile, Tortona con Milán o Williamsburg con Nueva York. La densidad artística y cultural de estos distritos, puede que en ocasiones reducidos a una calle o a un inmueble ruinoso que resurge de su abandono, no sólo intensifica en el nativo el orgullo inherente de pertenencia del ser al lugar, sino que además construye un punto de atracción para el foráneo que lo incluye en su carta de intereses para la visita.

Estos núcleos de mestizaje, creatividad, reciclaje o incluso excentricidad, con distritos que han sellado su nombre como referentes mundiales de su propia identidad, son resultado de movimientos socioculturales y de redistribución urbana que le han otorgado su estatus con naturalidad. Posteriormente, en un cóctel difuso de la moda que todo lo convierte en 'hipster', independiente, 'cool' o alternativo (términos en ocasiones manidos por su uso reiterado), puede que muchos de estos distritos sufran procesos de gentrificación que alteren la identidad del barrio. Ley de vida. Como consecuencia del consumo contemporáneo que determina el desarrollo de las ciudades, y una vez aceptada la inevitable revalorización de ciertos sectores, espontáneamente surgirán nuevos hervideros artísticos y culturales que movilizarán a la sociedad hacia otras zonas con nuevos atractivos y así, cíclicamente, nuevos barrios tomarán el pulso de la ciudad mientras otros lo pierden.

Parece obvio que para que hoy reconozcamos el nombre de ciertos barrios como marcas, primero tuvieron que ser barrios y luego marcas; en ese orden. En el sentido contrario, sobre el papel en blanco del ensanche residencial y administrativo de Heredia, no sólo se roza la impostura al importar una marca asociada a lo artístico o cultural, sino que además se invierte el proceso de revalorización del metro cuadrado comercial haciendo peligrar la llegada de nuevos moradores del arte y la cultura o la permanencia de los actuales. Afortunadamente en mitad de la coyuntura, artistas malagueños y emprendedores de la fábrica cultural también se van acomodando en otras zonas de la ciudad que, posiblemente pasados unos años y sin distintivos impostados, se consoliden como distritos culturales diferenciadores de Málaga. Quizás entonces, quién sabe, la ciudad haya aprendido a quererse a sí misma y al otro lado de nuestras fronteras se escuche hablar de Pozos Dulces, Lagunillas o Andrés Pérez como marcas propias de los nuevos centros culturales del sur de Europa. Ya se encargarán las redes sociales de incluirlos en alguno de esos odiosos 'Top Ten' de los barrios más 'cool' del momento o en los abundantes catálogos de las cinco ciudades más 'trendy' de la década; pero hasta entonces, Málaga continuará con esa feria permanente que toca las palmas al son del dinero y taconea al ritmo que marca la canción: 'Obey. Obá. Cada día te quiero más... Obí Obey, Obí Obá...'.

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