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Quejas por la subida de precios en la feria, que no enfría las ganas de fiesta
El coste de comer y beber vuelve a aumentar y complica a muchas familias la salida al Centro y al Real
Salir a la Feria de Málaga puede salir caro. Y no por la resaca, que también, sino literalmente. La inflación ha llegado para quedarse y ... la cartera lo nota, porque todo ha subido salvo los salarios. Victoria y Montse lo tienen claro: «Está todo más caro en general». Es una crítica recurrente estos días, en boca de casi todos: la feria de 2024 es la más cara hasta la fecha. Y a juzgar por el ambiente de ayer en el Centro, con algunas plazas a medio llenar pese a ser festivo, es un problema que comienza a hacer mella.
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El Ayuntamiento ha tomado medidas como la prohibición de cobrar entrada en las casetas o de obligar a consumir, pero estas iniciativas, recogidas en la ordenanza municipal, no amortiguan la subida de precios que sufren tanto el Centro como el Real, donde el coste de las copas se encuentra en sus máximos. Así, la salida de una familia a la feria, entre comida, bebida y atracciones, puede salir por más de cien euros.
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Hasta en el Cartojal, símbolo de la Feria de Málaga, se nota la escalada de precios. La botella ha subido hasta los catorce o quince euros. Una tarde con vino dulce, que antes era de lo más habitual, comienza a ser prohibitivo no solo por el dolor de cabeza del día después sino por el agujero que deja en la cuenta. Pero hay más. Un simple campero puede llegar a alcanzar la friolera cifra de los veinte euros. Un vaso de cerveza de grifo, cinco euros. Y si prefieres el vino y no te gusta el dulce, ten en cuenta que una copa de Rioja no suele bajar de tres o cuatro euros y el tinto de verano se paga al precio de la cerveza.
Mención especial merecen los destilados y combinados: rara es la caseta donde un ron cola o un gintonic de marcas populares baja de los ocho o diez euros, cuando hasta hace no tanto no solían superar los seis euros. Y eso sólo en el Centro. Alargar la fiesta hasta el Real, atracciones incluidas, puede resultar inasumible para muchas economías. La familia Mata es de tradiciones y en la feria hay una que no pasan: un par de días, al menos, toca bajar a comer a la feria del centro, que para ellos, con los chiquillos, se disfruta más que la del Cortijo de Torres cuando se trata de darle alegría al estómago. Luego tocan los llamados cacharritos. El problema es que, por mucho que sean de tradiciones, esta puede que no vayan a seguir manteniéndola. «Hace unos años el plato de paella estaba por un euro menos, si no me falla la memoria. A este ritmo tendremos que empezar a elegir: o comida en casa y cacharritos luego o bajamos al Centro y cacharritos en otra ocasión. Pero las dos cosas empiezan a hacerse cuesta arriba», reconoce Luis Mata, padre de tres hijos de entre seis y diez años.
La red de movilidad pública se refuerza y ha ampliado horarios durante la feria, pero si, por lo que sea, no se adapta a tus necesidades y precisas de algún desplazamiento en transporte privado, el viaje de ida y vuelta hasta el centro puede salir por unos cincuenta euros o más, dependiendo de la hora. A muchas familias les dejan de salir los cálculos.
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En medio de este escenario, a muchos no les queda más remedio que optar por las opciones más asequibles y renunciar a consumir en las casetas: beber y comer antes de salir se ha convertido en una tradición para miles de malagueños. Porque a poco que uno se líe, entre Centro y Real, llegar a las tres cifras no se antoja complicado sino que es bastante probable.
Montserrat se mantiene fiel a la feria desde hace veinticinco años. Asidua al Centro y al Real, asegura que si gastas mucho es porque quieres: «Si te soy sincera, para mí los precios siguen iguales a los del año pasado. Yo al menos no noto el cambio. Tengo el mismo presupuesto y voy a salir lo mismo que lo hice el pasado año». Ana y Sergio, una pareja de Granada con amistades en Málaga, no lo tienen tan claro: «Nos habíamos puesto un presupuesto de trescientos euros cada uno para esta semana, pero está claro que hemos hecho mal los cálculos, vamos a necesitar más». Pero se ríen al contarlo: ni la subida de precios enfría las ganas de fiesta.
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«Tenemos que elegir: o comida en casa y cacharritos o comemos en el Centro y no vamos a los cacharritos»
Zonas como la plaza Uncibay, que hasta hace no mucho era núcleo de botellones, ahora respira un aire mucho más sano y familiar, gobernado por las terrazas de los bares y las papeleras de Cartojal en cada esquina. No es, ni mucho menos, algo malo. Ahora la feria del centro está mucho más focalizada, centrada en horas concretas (el Ayuntamiento decretó el cierre de la música a las seis de la tarde). Si quieres juerga en la plaza de las Flores o la plaza del Obispo, tendrás que esperar pasada la hora de la comida. Mientras tanto, siempre puedes ir animándote en la Constitución o en cualquier terracita. Eso sí, más tarde de la hora de cierre toca recoger y volver a casa o seguir en el Real.
La feria del Centro mantiene su esencia, pero también ha cambiado. El núcleo duro, con sus verdiales, sus charangas, su flamenco y sus conciertos, su vinito y su buen ambiente, sigue ahí. Pero tanto la reducción de horarios como la fuerte apuesta por el Real van haciendo mella. La mítica calle Larios, a excepción de un escenario a media calle, está gobernada por puestos de souvenirs, con sus pulseras y colgantes, flores, abanicos para aliviar el sofoco e incluso algún peluche de gitana made in Asia. Sorprendió ayer que, pese a ser festivo en Málaga, algunas de las calles y plazas más céntricas estuvieran bastante lejos del lleno.
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Con todo, la magia del Centro sigue ahí, presente y cargando el ambiente. Y sus precios, además, son por lo general más económicos que los que ofrecen las casetas del Real, en ocasiones disparados. La música sigue sonando y la gente no pierde la sonrisa ni las ganas de bailar y cantar, de charlar y tomar algo aunque haya que apretarse el bolsillo. Es el poder de la feria: acercar a familias, a jóvenes y adultos por igual bajo un solo lema que gana más fuerza aquí que en ninguna otra parte: disfrutar y dejar que disfruten.
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