Borrar
Un hombre recorre la playa ofreciendo sus productos a los bañistas.

¡Cola Cola, Fanta, 'servesa', agua!

Los 'manteros' y 'lateros' forman parte del paisaje estival de las playas de la Costa del Sol, donde trabajan de forma ilegal por unos cuantos euros al día

ISABEL BELLIDO

Viernes, 14 de agosto 2015, 00:04

Hoy en día estamos tan habituados al «Coca Cola, Fanta, servesa, agua» como a contemplar las medusas desde la orilla, asumir que en agosto será una odisea clavar nuestra sombrilla en la arena, cerrar la boca y apretar los puños cuando un entrañable niño corretea junto a nuestra toalla o apartar a base de manotazos al agua las colillas, compresas, bolsas de plástico u otros artículos que flotan en el mar, y no por gracia divina precisamente. Al oír la retahíla de palabras algunas enunciadas incluso con una entonación cantarina los hay que ni siquiera se inmutan, pero otros empujados por el calor asfixiante, el sudor que resbala por las pantorrillas y las pocas ganas de caminar hasta el kiosko no dudan en alzar la cabeza, pedirle al latero un refrigerio, pagar el euro correspondiente y seguir disfrutando de una agradable jornada de playa. Ellos los vendedores ambulantes, que en su mayoría proceden del norte de África recorren kilómetros durante horas cargando bolsas de congelados o neveras repletas de latas y botellas. Algunos portan un carrito para aliviar el peso, aunque las ruedas no se lleven muy bien con la arena de la playa. Otros venden gafas, pareos, camisetas o bisutería. Y aunque alguno se haya convertido incluso en un personaje popular de Málaga gracias a su carisma, otros no quieren saber nada de los medios de comunicación por miedo a la persecución policial, pues su actividad laboral es ilegal.

Para ilustrar el primero de los casos no hay nadie mejor que Ahmed Boushaba, el célebre latero y amante del fútbol que va de las playas de Huelin a Sacaba repitiendo aquello de «servesa a euro, Coca Cola a euro, agua grande no está, ¿por qué? Porque pesa mucho, tónica no hay, ¿por qué? Porque se me ha olvidado, Fanta a euro, Red Bull a dos, ¿por qué? Porque me cuesta 130». Su último tweet su cuenta es @playadeaeuro data del verano de 2013, pero en YouTube aparece en vídeos subidos hace apenas dos meses. Sin embargo, este afán por acumular likes en Internet y ser conocido de costa a costa no es lo común. La mayor parte de estos vendedores ambulantes prefieren pasar desapercibidos. «No, perdona» o «lo siento, déjalo» suelen ser sus respuestas cuando se les pregunta por su historia. Se excusan, dicen, porque no saben hablar muy bien español o porque, directamente, temen ser identificados por la policía. Moussa comparte esa misma aprensión, pero se atreve a contar que llegó a España hace años desde Senegal, viajando en patera. Durante el trayecto murieron siete personas. Ahora él presenta una figura de ébano de El pensador de Rodin como lo mejor de su género, seguida de una jirafa de teca. Nono que vende imitaciones de bolsos Michael Kors- también vino en patera, acompañado de cuarenta personas más. Es de los que ponen la manta en el paseo marítimo cuando ya ha caído la noche. A su lado, Abdul vende relojes a cinco y ocho euros. «Hay días que no saco nada, otros diez y otros veinte», cuenta.

Cuando ellos comienzan a recoger a toda prisa introduciendo toda la mercancía en sus mochilas y bolsas, dan la señal de alarma a los manteros de al lado, y así, víctimas de un efecto dominó, corren hacia la playa. Más de una vez lo han tenido que hacer Pilar Hernández y su familia, naturales de Torremolinos. Por si acaso, su marido vigila la carretera paralela al paseo, apoyado en su coche ya estacionado. Así, sin moverse, desde las ocho y media de la noche hasta las dos de la madrugada, aproximadamente. Mientras, su hijo y su mujer venden lásers y pequeñas pelotas luminosas que se mueven solas. Dice Pilar que lleva «unos cinco o seis años» vendiendo en el paseo, pero que hasta este verano lo hacía «a lo legal», es decir, «con permiso y el autónomo pagado», pero ya con los cuatro miembros de la familia en paro no puede permitirse pagar los 500 euros al mes, dice, que cuesta mantener el puesto. «Ahora estamos pendientes porque si viene la policía tenemos que salir corriendo. Si no, nos quitan el género y el dinero que hayamos conseguido», explica. A la familia de Pilar le iba mejor cuando vendía bikinis y artículos de bisutería, pero ahora le resultaría imposible cargar con todo eso en el caso de que viniese la policía. Ella, que se mueve por varios paseos, afirma que en algunos se gana mucho más que en otros, como es el caso del de Estepona, donde «se vende muchísimo». En Torremolinos suele ganar veinte euros a la noche. «Prefiero esto a vender siete pulseras por un euro», comenta Pilar mientras señala la pelotita, que deambula sola por el paseo marítimo al ritmo de una sintonía musical. Además, no se dejan regatear («si a mí me salen las pelotas a casi dos euros y tengo que comprar pilas y ponerle gasoil al coche para ir y venir Al final ganamos dos euros, no podemos dejarlas más baratas») y confiesa no tener ni idea de qué hará cuando acabe el verano. «¿Quién está saliendo de la crisis? Estamos pasando mucha necesidad», lamenta.

Otro caso parecido es el de Dolores Guzmán y su familia, todos en paro. Proceden de Linares, pero este verano han alquilado un piso en Málaga. Tiene 19 años y ya se ha casado y separado una vez. Con tanto cambio, dejó el curso de peluquería que estaba haciendo y ahora se dedica a la única alternativa que contempla su familia para reunir algo de dinero. Les podría ir peor: Dolores gana unos cien euros al día vendiendo figuras luminosas que cambian de color. Entre ellas está Blancanieves y Bob Esponja, pero los más exitosos son, sin duda, «la Frozen y el Minion», como ella misma dice. Ésos cuestan cinco euros, y los demás cuatro. A pesar de eso, tendrán que afrontar la multa «de mil y pico euros» que la policía les puso el otro día. «Muchas veces vienen, nos quitan el género y nos multan, y otras veces nos dicen que nos quitemos y nos amenazan con multarnos y quitárnoslo todo», resume Dolores. Cuesta recordar, a veces, que detrás de cada «Coca Cola, Fanta, servesa, agua» hay una historia tan tristemente frecuente como contemplar las medusas desde la orilla, asumir que en agosto será una odisea clavar nuestra sombrilla en la arena o cerrar la boca y apretar los puños cuando un entrañable niño corretea junto a nuestra toalla.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur ¡Cola Cola, Fanta, 'servesa', agua!

¡Cola Cola, Fanta, 'servesa', agua!