La historia de José María: tres intentos de quitarse la vida
A sus 60 años y con el rumbo cogido de su vida, ayuda a otros a disipar sus ideas de suicidio como voluntario en el Teléfono de la Esperanza
Tenía 30 años cuando intentó suicidarse por primera vez. Luego, vendrían otras dos veces más. A sus 60 años, José María Rueda repasa la etapa ... más lúgubre de su vida, que empezó siendo muy joven. «Si no lo hice más veces no fue porque no quisiera, sino porque ya no sabía cómo hacerlo», admite este profesor jubilado de Secundaria, hoy con el rumbo cogido a su vida y entregado a otros como voluntario en el Teléfono de la Esperanza de Málaga.
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Pero durante mucho tiempo buscó liberarse una y otra vez del sufrimiento que le atenazaba desde que era adolescente. El miedo a vivir como le habían contado los médicos le atormentaba. Le diagnosticaron erróneamente esquizofrenia y le dibujaron un escenario del que él prefirió bajarse antes de que empezaran la crisis. «Me advirtieron de que tendría brotes, que irían cada vez a más y que me provocarían un grave deterioro hasta perder mis facultades mentales y acabar como un vegetal».
Aquella sentencia vital retumbó durante años en su cabeza. Una espada de Damocles que acabaría siendo la muerte en vida para un joven que empezaba a asomarse a ella. Aun así, lo hizo como pudo: atiborrado diariamente de pastillas, que actuaban como «una camisa de fuerza química», y en absoluta soledad (pese a tener familia y amigos) por miedo a compartir su terror y no ser comprendido.
Es el estigma de quienes sufren una enfermedad mental. Hoy, Día Internacional para la Prevención del Suicidio, los expertos ponen el acento en la alfabetización de la población para que sepa reconocer las señales de alarma y acompañar a esa persona en la búsqueda de ayuda sin juzgarla.
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José María hizo el camino solo y casi se queda en él. Pese a la depresión que soportaba, sacó sus estudios adelante y trabajó como profesor de Secundaria. Pero levantarse cada día era una carga demasiado pesada para él. «Cada vez tenía menos esperanza y a la postre es lo que te lleva a quitarte de en medio». En su caso, el detonante fue una discusión «nimia» en el instituto, que hoy en día no la habría tomado en consideración, «pero en aquel momento era como un barril de pólvora al que le pegaran fuego».
Y así fue. Llegó a su casa (residía entonces en Tarifa) y con una sobredosis de pastillas trató de poner fin a aquella angustia. «La suerte que tuve es que por entonces pesaba más de cien kilos y la dosis que me tomé fue insuficiente. Me desperté horas después. Era viernes y el lunes siguiente tenía programada una consulta con el psiquiatra. Pero al despertar de aquello me notaba raro y fui al centro de salud. Allí, el médico me atendió muy bien y me dijo que tenía que estar 72 horas en observación y que fuera al Hospital de Algeciras. Al llegar, mi error fue irme a ventanilla en lugar de a urgencias y acabaron derivándome a otro centro de salud que tenía salud mental. Tras comprobar que tenía cita días después con el psiquiatra, me mandaron a casa».
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Aquel periplo en sus circunstancias acabó por hundirlo. «Permanecí solo después de lo que había pasado. No estaba bien, pero saqué fuerzas para ir a la consulta el lunes. Esperé y esperé, porque iba con retraso, pero sentía que nadie me ayudaba o no sabía cómo pedir auxilio, y regresé a casa para intentarlo de nuevo». Fue su segunda vez y en esta ocasión estaba decidido a no fallar.
Se cortó las venas, pero con la «muñeca abierta» acudió a urgencias «con la suerte de que estaba la misma persona que me había atendido la primera vez y me acompañó en ambulancia hasta el Hospital Clínico de Puerto Real. Allí estuve ingresado y fue cuando mis padres se enteraron de todo».
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Permaneció dos meses de baja en Málaga, pero no encontró asideros a los que agarrarse para salir del pozo en el que estaba. «Me faltaba el apoyo de los amigos y ante mis padres y mi hermana disimulaba para que no sufrieran. Lo peor es sentirse solo rodeado de gente y así me encontraba yo. Me dormía pensando: ¡Ojalá no me despierte nunca!». Pese a todo decidió reincorporarse al trabajo. Pensó que le vendría bien. «Fue un error», sentencia.
Echa la vista atrás y admite que no tenía las herramientas para encontrarle un sentido a la vida, un motivo para seguir adelante y lo volvió hacer una tercera vez. Esta vez, el detonante fue una canción que no le pusieron en la radio. «Llamé para que pincharan 'El día que nací yo', un título muy sintomático de lo que estaba atravesando en aquel momento. Necesitaba escucharlo y al no ponérmela, cogí de nuevo las pastillas e intenté acabar con todo de una vez por todas».
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Una canción de la radio
Recuerda aquella víspera del 15 de agosto como uno de los peores de su vida. «Al despertar otra vez, me sentí frustrado por no haber tenido éxito en aquello que me liberaría, pero tras esta tercera vez me di por vencido. Pensé: si he fracasado tres veces, quizá signifique algo bueno y pueda tener una oportunidad en la vida».
No se equivocó. Su primo le propuso ir a un hospital privado para que lo valorasen. Y allí descubrieron que no sufría esquizofrenia, sino trastorno bipolar. Aquel familiar fue su ángel de la guarda. «Siempre le estaré agradecido por lo que hizo por mí». Después de aquello, estuvo internado dos meses en un psiquiátrico y fue lo que le salvó. «Fue duro y sigo en tratamiento con un psiquiatra y un terapeuta, pero después de 30 años no he vuelto a tener una idea suicida».
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Aquella mano tendida fue el principio de su salvación. Por eso, insiste en esta onomástica que es necesario acabar con el tabú, buscar ayuda en personas que empaticen, verbalizar el problema, alejarse de la soledad y tener un seguimiento de profesionales. «Esto se supera con las herramientas adecuadas; se sale seguro y cuando se hace ya no se mira atrás, solo al futuro».
José María lo hace ahora en el Teléfono de la Esperanza, escuchando a quienes están pasando lo que él vivió. «Me siento útil ayudando aquí, pero más que ayudar yo, son ellos los que me ayudan a mí a seguir viviendo cada día». Ha aprendido a disfrutar con las pequeñas cosas de la vida: un libro, una serie o una comida, y a compartir con otros. «Merece la pena vivir y cuánto me alegro de poder hacerlo», expresa.
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