Teatro en el Soho: Ya lo advirtió Cicerón
'Viejo amigo Cicerón' hace de espejo del presente a través de las contundentes frases del político romano, con la magistral interpretación de Josep María Pou
No había columnas ni túnicas, pero en el escenario del Teatro del Soho CaixaBank se contaba ayer la historia de la caída de la República ... romana. Los actores decían frases con más de 2.000 años de antigüedad, pero parecía que hablaban de lo que hoy contaban los informativos. Resulta curioso que Cicerón alertara ya entonces sobre el peligro de los políticos endiosados, que defendiera «la toga sobre la espada» y que insistiera en que la ley debía estar «por encima de los hombres». De cualquier hombre, por más poder que tuviera. 'Viejo amigo Cicerón' hizo ayer de espejo para revisar el presente con los ojos del pasado. Porque, como también decía el jurista, político y maestro de oradores, «no podemos cambiar el pasado pero debemos prever el futuro».
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El Soho CaixaBank reanudó su programación con un plato fuerte de la agenda teatral, la acertada alianza entre el director Mario Gas, el dramaturgo Ernesto Caballero y el actor Josep María Pou que hoy y mañana repiten en la cartelera. Lo hizo con muchos huecos en las butacas, pero menos de los que cabría esperar para una tarde como la de ayer de frío y lluvia que en nada animaba a salir. Quizás por eso el trío actoral recibía especialmente emocionado los largos aplausos finales, porque el público seguía ahí contra viento y pandemias.
Ernesto Caballero arma un inteligente texto plagado de contundentes frases donde los últimos coletazos de la República romana se confunden con el sistema democrático actual. Como ya anticipaba Pou en la rueda de prensa previa, no costaba ver reflejado en la obra el delirio de algunos trumpistas en la toma del Capitolio o los enfrentamientos provocados por el 'procés' catalán.
Pou es aquí un magnífico Cicerón de hoy (con una indiscutible templanza y un magistral dominio de las tablas), que revive el ayer con dos universitarios que dedican su trabajo de fin de grado al protector de la democracia. Y al mismo tiempo ellos serán su esclavo y confidente Tirón (Alejandro Bordanove) y su querida hija Tulia (María Cirici). Un rocambolesco juego –un «trampantojo teatral», decía Pou el día anterior– que da agilidad a la historia pese a la intensidad de las reflexiones a las que invita el romano.
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La defensa de la ley, el rechazo a los totalitarismos (que temen el humor y por eso «expulsan a los bufones», en un guiño a este oficio del teatro), el valor de la coherencia con los ideales de uno mismo, el peso de la honestidad, lo certero del «arma de la elocuencia»... Eso y más está en una obra que no obvia las contradicciones del personaje, un político ilustrado no exento de soberbia y vanidad. O eso se cree, porque como deja claro el texto de Caballero cada época se construye al Cicerón que más le conviene. Sea como fuere, lo cierto es que su enfrentamiento a Julio César (como promotor de su asesinato) y su lucha por las libertades del pueblo le costaron la cabeza y las manos, que se exhibieron al público. Porque también aquí se imponía el espectáculo.
Ayuda sin duda a la eficacia del montaje su impactante escenografía, una imponente biblioteca clásica que llena las tablas de libros y que se reserva para el final una sorpresa, con un interesante uso de las proyecciones.
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