Borrar
Sr. García .
Paul Keres, el campeón sin corona

Paul Keres, el campeón sin corona

cuentos, jaques y leyendas ·

Su relación con los nazis y las presiones que sufrió por parte de la KGB cambiaron su destino y el curso dela historia del ajedrez

Manuel azuaga herrera

Domingo, 14 de febrero 2021, 01:01

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Madrid, octubre de 1943. El mundo está en guerra y España, en su posguerra particular, vive bajo el régimen de Franco. Arturito Pomar, el niño prodigio del ajedrez, «cuyo nombre quizá no exista un solo rincón donde no haya sido pronunciado», representa, a sus 12 años, la gran esperanza patria. En ese contexto, la Federación Española de Ajedrez celebró un torneo internacional en los salones del Círculo de Bellas Artes. La idea era enfrentar en el tablero a los mejores jugadores españoles -el mismo Pomar, Juan Manuel Fuentes o Antonio Medina, por nombrar algunos- contra una nómina de jugadores extranjeros, entre los que destacaban los alemanes Brinkmann y Saemisch y, sobre todo, el estonio Paul Keres, sobre el que estaban puestos todos los focos. Durante los quince días de competición, más de 50.000 curiosos y aficionados se acercaban a la sala de juego. Pomar levantaba pasiones, tantas que los directivos del Círculo tuvieron que intervenir «para evitar molestias al precoz ajedrecista». Arturito logró ganar solo tres partidas y fue Keres, con 27 años y en plena forma, quien se impuso con una autoridad insultante, invicto. Por su triunfo recibió 5.000 pesetas de las de entonces, pero en la mente de Keres el dinero no colmaba su afán, él seguía pensando en Alexander Alekhine, el campeón del mundo, y soñaba con destronarlo algún día. Algo que nunca ocurrió.

La demostración de Keres avivó aún más el resplandor de su aureola como retador oficial al campeón del mundo. Recuerden que, en aquel entonces, era el poseedor del título quien decidía el nombre del aspirante y las condiciones exactas del duelo -no solo las deportivas, también las económicas-, lo que permitía, si se jugaba bien en este terreno, retener la corona 'sine die'. Los periódicos anunciaron un «posible duelo entre Alekhine y Keres en Madrid», a seis partidas que se jugarían «en el Frontón Vista Alegre». Aunque el encuentro no valdría para dirimir quién merecía el trono mundial, la afición recibió con un enorme entusiasmo los rumores de la celebración del combate. Hasta que Alekhine, esquivo ante la amenaza de Keres, echó por tierra cualquier mínima esperanza. Seguramente pensó que, años atrás, en 1936, el joven estonio logró empatar con él en el primer puesto de un torneo que se disputó en el balneario de Bad Nauheim (Alemania). Dicho sea de paso, la partida que ambos jugaron (tablas) es una delicia por los continuos golpes tácticos de blancas y negras: enfiladas, clavadas, golpes secos y celadas. Una joya.

Volvamos al Madrid de 1943, acaso para contarles algo que poca gente sabe. Miguel Ángel Nepomuceno, cronista e historiador de ajedrez, publicó en 2017 un artículo donde incluyó algunas confesiones que le hizo Manuel de Agustín, un tipo irrepetible, periodista de raza, corresponsal de RNE en París, ajedrecista. De Agustín participó en el torneo internacional que ganó Keres y le contó a Nepomuceno algo insólito: «El primero que llega a Madrid para el torneo procedente de la Alemania nazi fue Keres [...]. Fui a esperarlo a la estación del Norte y cuál no sería mi sorpresa cuando, en lugar de descender del vagón el joven y elegante jugador estoniano, me encuentro con un oficial de las SS [escuadras de defensa hitleriana] que me saluda con su brazo extendido para, seguidamente, darme un fuerte apretón de manos». Conmocionado por la imagen de Keres vestido con el uniforme nazi, me pongo en contacto con Nepomuceno: «Bueno, Manolo lo contaba todo con adornos, hay que mirarlo con lupa. Lo del uniforme de las SS me rechina porque Keres, precisamente por ser judío, estaba muy controlado. Desde Moscú le dosificaban las salidas al extranjero para evitar que se fugara y, en Madrid, estaba vigilado muy de cerca por Brinckmann». El perfil de Brinckmann es, sin duda, complejo y siniestro. Descubro que en 1940 escribió un panegírico nacionalsocialista bajo el título 'Maestros de ajedrez en combate. Reflexión sobre el ajedrez y el presente'. Nepomuceno pone el dedo en la llaga: «En el banquete de clausura del torneo de Madrid, Friedrich Saemisch se levantó y lanzó una soflama en la que pronosticó que Alemania perdería la guerra y quedaría destruida. La mirada asesina de Brinckmann le obligó a sentarse y a interrumpir su discurso».

Paul Keres nació en Narva (Estonia), en 1916, y aprendió a jugar al ajedrez por observación, con solo 4 o 5 años, un rasgo bastante común en los grandes genios del juego-ciencia, los elegidos. Desde muy temprana edad, anotaba cada partida que jugaba. «De esta forma -detalló- pronto me hice con una colección de casi 1000 partidas». Y supongo que de tanto escribir le vino el gusto por jugar al ajedrez por correspondencia, modalidad en la que llegó a disputar 150 partidas al mismo tiempo. Una locura. La progresión de Keres como jugador de torneos fue prodigiosa. En 1935, con solo 19 años, representó a Estonia en el primer tablero de las Olimpiadas de ajedrez celebradas en Varsovia (Polonia). «Tuve que enfrentarme al campeón mundial, Dr. Alekhine -escribió Keres-. Durante largo tiempo conseguí mantener el juego en equilibrio, pero finalmente el campeón supo imponer su autoridad». Un año más tarde de aquel encuentro, logró empatar con Alekhine en el balneario alemán que antes les comenté. Y, en 1938, Keres dio un rotundo golpe en el tablero: ganó el prestigioso torneo AVRO, en Holanda, donde se batieron en duelo los ocho mejores jugadores del momento. La nómina de participantes fue extraordinaria. En orden clasificatorio: Paul Keres, Reuben Fine, Mijail Botvínnik, Max Euwe, Samuel Reshevsky, Alexander Alekhine, José Raúl Capablanca y Salo Flohr. En esta lista hay nada menos que cuatro campeones del mundo. A Keres, invicto en la competición, comenzaron a llamarlo «el nuevo Morphy», «el aspirante», «el campeón sin corona».

En declaraciones públicas, Alekhine calificó el torneo de AVRO de extravagante y lo comparó con un «circo ambulante», pues se había disputado en diez ciudades distintas, una por cada ronda. Meses después, en 1939, Keres jugó las Olimpiadas de Buenos Aires (Argentina) y contribuyó a que Estonia lograse la medalla de bronce. Los aficionados esperaban ansiosos un combate Keres-Alekhine, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial jugó a favor del campeón del mundo, quien aprovechó la circunstancia para imponer unas condiciones del todo inaceptables. Alekhine insistía en que pondría su título en juego con cualquier maestro que lo retase, sin embargo, a las primeras de cambio, dejaba claras sus preferencias: «Yo deseaba medirme con Salo Flohr. Por su historial ajedrecístico tiene sobrados derechos para disputarme el campeonato del mundo. Por desgracia, no podrá hacerlo, al menos por ahora».

A partir de ese momento, la historia de Keres se agita y precipita como en una novela de John le Carré. En 1940, la Unión Soviética se anexionó Estonia aunque, meses después, las tropas nazis invadieron la zona. Las fuerzas de Hitler, como torre en séptima fila, se establecieron en el país báltico durante tres años. Para evitar represalias, Keres concedió entrevistas a los medios afines al Tercer Reich y aceptó jugar torneos para la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas. La participación de Paul Keres en estas competiciones fue su cruz y perdición. Tampoco había otra opción sobre el tablero. Como decimos en el argot, se vio obligado a capturar un peón: el peón envenenado. Así, mientras los nazis emplearon su imagen como elemento de propaganda antisoviética, los soviéticos lo acusaron de traidor y colaboracionista. Keres se enfrentó a Alekhine en varios de estos torneos (Salzburgo, Munich, Praga) y, preocupado por la situación creada, el estonio le preguntó al campeón: «¿Crees que los bolcheviques se desharán de mí si me atrapan?». Alekhine miró a Keres y le dijo: «No tengas la menor duda, te cortarán la cabeza».

En septiembre de 1944 el Ejército Rojo liberó a Estonia del dominio alemán. Hay quien mantiene que la KGB quiso entonces ejecutar a Keres. Podría ser, pero me inclino por una versión más sofisticada. En marzo de 1946 Alekhine aparece muerto, en circunstancias extrañas, en la habitación de un hotel de Estoril (Portugal). Posiblemente fue baleado, como defiende desde hace años Nepomuceno. De buenas a primeras, el ajedrez mundial quedó huérfano y de luto. La FIDE movió pieza rápidamente y celebró, en 1948, un campeonato del que debía salir el nuevo campeón. Entre los cinco candidatos, tres eran soviéticos: Vasily Smyslov, Mijail Botvínnik y Paul Keres. La tabla de aspirantes se completaba con el estadounidense Samuel Reshevsky y el holandés Max Euwe, excampeón del mundo. El gran ausente fue el argentino Miguel Najdorf, al que injustamente dejaron fuera de la batalla. Por su parte, Botvínnik, considerado el patriarca del ajedrez de la URSS, era el gran favorito del Kremlin. El ajedrecista e historiador británico Ken Whyld escribió que el propio Keres le contó que «no se le ordenó perder, pero sí se le había dado una instrucción más amplia: si Botvínnik no lograba convertirse en campeón del mundo, no debía ser por culpa de Keres». Podrán imaginar qué sucedió: Botvínnik se proclamó nuevo campeón del mundo y Keres perdió las cuatro primeras partidas que les enfrentó. El único duelo que le ganó a Botvínnik, el quinto entre ellos, se jugó en la última ronda, cuando el pope del ajedrez soviético ya tenía asegurada la corona.

Se ha especulado mucho sobre si existió un pacto secreto entre Keres y el Kremlin, pero parece claro cuál fue la estrategia tomada por los miembros del Politburó: asegurar a Keres la redención a cambio de su renuncia deportiva. En cualquiera de los casos, fuese o no cierta esta hipótesis, la pregunta clave resulta obvia: ¿Hasta qué punto conocía Botvínnik la existencia de este enjuague político? Paul Keres quedó segundo en cuatro Torneos de Candidatos seguidos: Zúrich (1953), Ámsterdam (1956), Yugoslavia (1959) y Curazao (1962). Cuando le preguntaron por los detalles de esta extraña maldición, Keres, siempre educado, respondió: «He tenido mala suerte, como mi país».

El 5 de junio de 1975 Paul Keres murió súbitamente de un infarto. Tenía 59 años y estaba de regreso de un torneo que había jugado en Vancouver (Canadá). A su funeral, celebrado con los honores de un verdadero jefe de Estado, acudieron más de 100.000 personas. Hoy, en el centro histórico de Varna, la ciudad estonia donde nació, destaca un monumento con su figura. Es un héroe nacional. Allí permanece sentado Keres, frente a las piezas, mientras los turistas se hacen fotos y le pasan la mano por encima del hombro. La posición del tablero parece real, con la torre negra en la casilla 'd1'. Investigo y descubro que esa fue su última jugada en Vancouver. La última victoria de un campeón sin fortuna... y sin corona.

Me parece precioso.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios