El renacer de Georgina, roquera y madre: «Viví la gloria, pero también toqué fondo»
La cantante venezolana regresa con nuevo disco tras una mudanza a Málaga, un parto y la ruptura con su anterior sello. Y sin filtros
Georgina intenta poner orden en su salón antes de empezar la grabación de la entrevista. Vive en una casa coqueta y con personalidad donde es ... evidente que también hay un niño. El tocadiscos y un par de altavoces conviven con Buzz Lightyear, mini coches y puzzles. Recoge algunos juguetes, estira la funda del sofá y se sienta. «Esta soy yo», dice Georgina, una frase sencilla pero cargada de significado. En ella no hay nada impostado ni fingido. No pretende salir bien en cámara ni aparentar que todo a su alrededor es perfecto. Lo que ves es lo que hay. Una verdad que atraviesa su nuevo trabajo discográfico, el primero en seis años, el álbum que simboliza su regreso a la música tras una mudanza a Málaga, un parto y la ruptura con su anterior sello.
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Está «ansiosa», con un «cúmulo de emociones». «Necesito que salga ya», dice la artista venezolana, la misma –pero distinta– que aterrizó en España en los primeros 2000 con el dúo Tisuby & Georgina. Lleva mucho tiempo trabajando en este disco, puliendo las canciones y buscando la manera de reconectarse con una industria de la que se apartó, primero, para cuidarse a sí misma y, después, para cuidar del pequeño Lope. «Cuando nació mi bebé era mi proyecto. Me olvidé del resto del mundo y solo quería entregarme a él». Tres años después, es el momento de contar y cantar desde los escenarios lo que ha vivido y quién es ahora.
«Cuando nació mi bebé era mi proyecto. Me olvidé del resto del mundo»
Lo hará con 'Un día de esos', que verá la luz a comienzos de 2026, una colección de temas que ha ido componiendo desde la nostalgia, la rabia, la ilusión, la tristeza y la alegría. «Desde todos los estados de ánimo que puedas tener cada día». 'Eternos' es su carta de presentación, el primer single que lanzó el pasado 8 de octubre y un honesto retrato de su realidad. «Estoy bien, aunque en las redes no veas mi diario, ya no quedemos como antes por el barrio y no parezca la misma que cerraba los garitos», comienza el tema. En el videoclip, vídeos personales de su etapa roquera en Madrid, de esos años de giras interminables y fiestas hasta las mil, se contraponen con la imagen de ella comprando pañales y galletas para niños en un supermercado de su barrio. Como la vida misma.
Reconoce que echa de menos esa intensa agenda social en la que siempre había un plan divertido que hacer. Pero se sincera: «Viví la gloria, pero también toqué fondo». «Con 30 años yo tenía 20 de cerebro, sinceramente. Y poco a poco, una experiencia tras otra, y un trago tras otro, literalmente, me hizo darme cuenta de que había cosas que tenía que ir cambiando», cuenta. Y la primera fue poner tierra de por medio. «Llegó un momento en que Madrid me comenzó a absorber socialmente, físicamente y emocionalmente. Necesitaba alejarme, y conseguí a la pareja perfecta para hacerlo». Junto al dramaturgo Carlos Zamarriego se acercó al mar, a Benalmádena, su sueño desde siempre. «Y me enamoré de este lugar», dice sentada en su pequeño paraíso con vistas al Mediterráneo.
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«Para mí el éxito es ir a una sala de 150 personas. Y poderlo gestionar, que no se me escape de las manos»
Es consciente de que la música le ha salvado y le ha perdido a la vez. Y ahora, no lo duda, está en un momento de salvación. «Todos los discos son renaceres. Pero este lo es más, porque es más espiritual, de crecimiento personal. Del dolor descubrí sensaciones nuevas para mí». Lo cuenta en 'Mudar la piel', uno de los temas más especiales y el que escribió hace más tiempo. Nació del duelo por la muerte de su padre, en 2019, del que no pudo despedirse en vida por la distancia con Venezuela. Afloraron muchos sentimientos, «la culpa», entre ellos. Poco después se quedó embarazada, llegó la pandemia y sufrió un aborto. Con ese batiburrillo de emociones iba reescribiendo la letra hasta llegar a una conclusión: «Vuelve a amanecer aunque el cielo siga gris. No lo puedo ver, pero lo puedo sentir. Nadie me enseñó cómo caer. Tuve que aprender a salvarme yo, mudar la piel», canta.
Regresa con la piel renovada, la cabeza en su sitio y los pies en la tierra. «Me gusta mucho cantar, me encanta que la gente escuche mi música, pero para mí el éxito realmente es ir a una sala de 150 personas. Y poderlo gestionar, no quiero que se me escape de las manos. Creo que es el momento». Lo dice quien fue «una Aitana» en Venezuela y Puerto Rico en los años 90 tras triunfar junto a Tisuby en el 'talent show' más popular de su país. «Tuve muchísimo dinero, muchísimo. No sé dónde está, no tengo ni idea en qué me lo gasté. Viajes, regalos, fiestas…». En España logró abrirse también un hueco en solitario en el panorama musical. Llegaron los discos 'Ensayo y error', 'Rara', 'Dilema'... Su nombre formaba parte de 'la movida' de la capital. «No hay nada más ambicioso para el ser humano que querer pertenecer. Y yo pertenecía. Yo en una época estaba ahí. Conocía a todo el mundo y todo el mundo me conocía».
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«Llegó un momento en que Madrid me comenzó a absorber socialmente y emocionalmente. Necesitaba alejarme»
Viene de ahí, pero no volvería ahí. El ser humano, reconoce, no está preparado para ese tipo de emociones. «Realmente perdí un poco la cabeza en esa época». Ya tuvo suficiente de eso. «Ahora voy con la ilusión de una buena conversación, de un buen contacto, de que me escuchen desde otro punto de vista. No desde la borrachera, desde la fiesta. Echo de menos una parte, pero no echo de menos las resacas y eso de '¡dios mío, ¿cómo le he dicho esto a este señor?'», recuerda entre risas.
Le puede la ilusión, pero no sabe qué encontrará del otro lado, esta vez sin el respaldo de una discográfica ni una infraestructura mediática detrás. «Porque yo me refugié mucho en mi hogar. Convertí mi casa, mi pareja y mi familia en un ancla». Y salir de ahí, «tiene bemoles». Sobre todo siendo madre. «Primero porque está la culpa», admite. Dice que el mundo no está preparado para madres en ningún ámbito laboral, pero «nosotras mismas nos ponemos las cadenas». «Yo no he seguido con mi proyecto como quisiera, no porque no tenga oportunidades, porque podría volver a Madrid y dejar aquí a mi bebé e irme dos o tres meses a producir el disco. Pero está la culpa, tu revolución emocional por dentro». Por eso tiene claro que quiere hacer giras cortas y en lugares muy escogidos, buscar conexiones que permitan llegar a casa para dormir y no encadenar una fecha con otra. Y a eso se suma que una artista madre «no resulta atractiva» para la industria. «No, lo veo a mí alrededor. Es muy tierno, pero solamente para otra madre que lo viva como tú», reflexiona.
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Por eso avisa: «Si hago la gira, aprovechen porque a lo mejor será la única vez que me vean en mucho tiempo en directo». Lo dice aún a sabiendas de que no sabe vivir sin la música... «No, pero sí es verdad que serán pocas ciudades, con mi ritmo», aclara poco después.
«Una artista madre no resulta atractiva para la industria.Es tierno, pero solo para otra madre»
En esta etapa de su vida, Georgina se muestra vulnerable y no lo esconde. «Ya no me da vergüenza. Ya no tengo que ligar», bromea con una carcajada. Y añade: «Una de las cosas que más cuesta en el mundo del 'artisteo' es quitarse la máscara. Porque los artistas lo somos hasta cuando dormimos. Yo me veo al espejo todas las mañanas y me siento artista. Me siento divina y poderosa. Pero realmente es una máscara que me estoy poniendo a mí misma. El día que te quitas todo eso y dices 'soy una madre más' es como que sales del armario y piensas ¡qué bien!». Eso es este disco, una declaración de amor a la vida sin filtros, sin caretas. «Quiero entregar un mensaje de identificación actual, del día a día. Cuando yo compongo, compongo porque conozco a mi vecina, porque sé lo que está viviendo la gente. Yo no estoy componiendo en un estudio súper mega cool con cuatro compositores que vienen de Miami», mantiene.
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Una de sus canciones, 'No somos de piedra', aborda precisamente el tema de la «positividad tóxica». «Adelante, triunfadora, tú puedes con esto y más, porque yo confío en ti, porque eres la mejor… No, no eres la mejor. Tienes miedos como todo el mundo y tienes muchas ganas de llorar. Puedes ser una alta ejecutiva, pero de noche estás llorando y te sientes una niña perdida. Y no pasa nada, no tienes por qué demostrar que eres superior y eres resiliente», argumenta con contundencia.
Georgina muestra con emoción el videoclip de este tema grabado con las niñas de una escuela de gimnasia rítmica del pueblo («recordé que la sobrina de mi vecina estaba ahí»), una disciplina que elige como metáfora de las dos caras de la historia: la perfección que mostramos y la dureza que hay detrás.
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Su mensaje es realista, pero no pesimista. Todo en ella, su actitud y su forma de hablar, transmiten esperanza, alegría y buen rollo. Se ríe cuando hablamos de la otra Georgina que le ha 'robado' el primer puesto en las búsquedas de Google y ha dado fama mundial a su nombre. «Me encanta porque ya no tengo que deletrearlo. Ya solamente digo Georgina, como la mujer de Cristiano», bromea. Le han salido seguidores en los países árabes y recibe mensajes de felicitación para su 'pareja'. Para evitar confusiones, ella lo deja claro en sus perfiles: es @georginamusica.
Pero confiesa que a veces se siente en tierra de nadie. «Soy muy española para los venezolanos y muy venezolana para los españoles. Soy muy indie para el pop y muy pop para el indie. Soy muy madre para el rock and roll pero muy rock and roll para ser madre». Y lo cierto es que Georgina es todas esas cosas a la vez. Cuando termina la charla, es el turno de las fotos. Salimos a la terraza y posa para la cámara, sin darse cuenta de que a sus pies hay varios juguetes de Lope que se han colado en el plano. Qué más da. Como reza el cartel que cuelga de la pared: «This is the life». Así es la vida.
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