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Ute Lemper (Münster, 1963) no solo aparenta ser una mujer fuerte, también lo es. Desde joven se rebeló contra su «herencia alemana» y peleó por salirse de la norma en el mundo del arte. La suya es una carrera fuera de toda moda y apuesta comercial, donde ella lleva las riendas frente a la «autoridad masculina» que impera en el negocio. En su repertorio no faltan guiños a Marlene Dietrich y canciones del compositor Kurt Weill, pero también hay temas de Bob Dylan y Philip Glass. Siempre con un pie en la Alemania de entreguerras -que tanto le inspira- y el otro en los EE UU de hoy, donde ahora reside con sus hijos. El más pequeño tiene solo siete años y es, confiesa, la causa de algunas de sus noches de insomnio. La ecléctica e inquieta Ute Lemper regresa el 30 de junio a Málaga empujada por los vientos del Terral.
–Vuelve con 'Songs from the broken heart'. ¿Solo de los corazones rotos salen buenas historias?
–Yo diría que la gran literatura, los grandes filósofos, las grandes obras de la cultura, desde las pinturas, las esculturas, las novelas, el teatro, la música y las composiciones, provienen de corazones rotos.
–¿Qué conecta a Philip Glass, Pablo Neruda y Kurt Weill? Los tres están en este trabajo.
–En primer lugar, el corazón roto. Pero también los pensamientos sobre la sociedad, las circunstancias de la vida... Son un reflejo de la forma en la que el ser humano toma la iniciativa para promover un cambio, ya sea con la literatura o con la acción política.
–Ha dicho que este trabajo es el fruto de noches de insomnio, ¿qué le quita el sueño?
–(Risas) Hay un montón de cosas que me mantienen despierta. Mi hijo de siete años cuando me da una patada en la espalda, el perro ladrando... Pero, obviamente, a lo que me refiero es que de noche el tiempo, la sociedad y el ruido se detienen. La gran y decadente ciudad de Nueva York en la que vivo se para, es el momento en el que nada distrae el pensamiento. Ahí es cuando realmente el pensamiento más profundo aparece y refleja lo que quieres. A menudo no tienes el tiempo, el espacio y el silencio para hacerlo durante el día.
–¿El movimiento feminista y la libertad que hoy tanto se protegen ya estaban en esos tiempos de entreguerras que le inspiran?
–El tiempo de Weimar fue el más progresista para una sociedad que estaba todavía en una muy revolucionaria nueva democracia, pero se descompuso después de que los fascistas tomaran el poder. Fue un momento para la liberación, el movimiento feminista, las artes creativas, la arquitectura, el periodismo, la política, la filosofía, la música... Siempre dije que si Hitler no hubiera destrozado la República de Weimar, probablemente los años sesenta hubieran tenido lugar en Berlín en los años cuarenta. Pero ahora veo en portada del 'New York Times' lo que sucede en Hong Kong, México, Siria, las guerras civiles, los delitos... Hay mucho por lo que pelear y tanto con lo que ser compasivo. Simplemente me rompe el corazón ver eso a diario. Los corazones rotos no son del pasado, muchos son de lo que hoy sucede en el mundo.
–Siempre tuvo algo de 'femme fatale'. ¿Es real esa imagen de mujer fuerte, independiente y atrevida?
–Definitivamente creo que soy fuerte e independiente, eso es verdad. No soy alguien que se someta al otro género o a reglas que no parecen razonables. Sí, ser un espíritu libre es parte de mi identidad. Pero no es parte de mi herencia, yo me crié en la mentalidad rígida de mi familia en Alemania. Me liberé de todo eso, luché y sangré por ello, y es lo que le transmito a mis hijos. Pero no es un juego, también supone una responsabilidad, una conciencia profunda de la vida que vivimos, del lugar y del contexto. No es fácil. Tal vez sea incluso más difícil que vivir en un entorno completamente protegido en el que simplemente adoptas los valores que te han enseñado.
–¿Podría sumar alguna experiencia personal al #metoo?
–Al principio, ciertamente, tuve algunos encuentros en los que sentí que si no salía de ahí podría acabar en una violación o en una situación de discriminación. Pero me fui a tiempo y, cuanto más fuerte me hice en el mundo del 'showbusiness', menos me encontré con estas situaciones porque me igualé rápidamente con el hombre y hablaba por mí misma. Definitivamente, experimenté la autoridad del género masculino en este negocio. Solo tuve que lidiar con eso y levantarme aún más fuerte como mujer para decir lo que pensaba, ser mi propia 'manager' y decidir lo que quería hacer. Fui capaz de hacer frente a las leyes de lo comercial y hacer un proyecto que se saliera completamente de eso, un proyecto desde el corazón. Y diría que la autoridad del hombre coincidía con la del mundo comercial, de modo que era una doble barrera contra la que tenía que luchar.
–Como ciudadana europea que vive en Nueva York, ¿cree que la Vieja Europa está en crisis?
–Bueno, ha estado en crisis desde siempre. Hubo unos años después de la creación del euro en el que la moneda creció muy fuerte frente al dólar y parecía que el sentimiento europeo podría ser una experiencia humana positiva y cultural. Pero luego la economía se interpuso y con la crisis de las economías que eran menos fuertes, las personas se culparon mutuamente por la caída del euro. Los países más ricos culparon a los países pobres y al revés. Aunque no vivo en Alemania, me he sentido incómoda con Angela Merkel y su control sobre los países más pobres con sanciones.
–¿Cómo ve la encrucijada en la que está Europa con el Brexit y los movimientos independentistas?
–No me gusta el Brexit en absoluto. Creo que es ridículo girar la rueda del tiempo hacia atrás. Y todo eso unido al populismo, la derecha, los nacionalismo, los movimientos antiinmigración, el antisemitismo y contra cualquier cosa que ellos crean que les hará sentir mejor para encontrar una vieja identidad y volver al pasado. Estoy muy en desacuerdo con todo esto. Espero que la gente pueda ver que la sociedad real es multicultural y multirreligiosa.
–¿Se siente ya más neoyorquina que alemana?
–Soy una neoyorquina europea. Nueva York es la zona más europea de este lado de América. No tengo un pasaporte estadounidense y no me identifico con esta cultura. Estoy muy contenta con mi cultura europea y también con ser neoyorquina. Lo necesitaba hace más de 20 años cuando me mudé aquí porque había una libertad mental y una identidad muy progresista que era lo opuesto al provincialismo que experimenté muchas veces en Europa. Puedo imaginarme volviendo a Europa un día. Pero me siento como en casa aquí, en Berlín, en París, en Londres, es parte del mosaico de mi identidad.
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