Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: quinta entrega
Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras
Domingo, 1 de agosto 2021
SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana ... como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.
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Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda
Quinta entrega de relatos (01/08/2021)
Francisco M. Carriscondo Esquivel
(Des)concierto
Todos los veranos acudimos al festival de siempre. Esperamos ansiosos el concierto de cada mañana, incluido en un programa tan tentador… Las ventanas permanecen abiertas noche y día. El palco de las terrazas, linderas con las cocinas, permite la ausencia de decoro en la indumentaria. El frescor matutino es lo prioritario. El presidente de la comunidad, desde su ático privilegiado con vistas, ha ensayado la partitura con el resto del vecindario. El concertino del currante del bajo, siempre madrugador, ha afinado los instrumentos: percusión de tazas y cucharillas, timbres de tostadoras, fanfarrias de microondas, rotación de exprimidores… Jamás un patio de luces suena tan majestuosamente como en las horas del desayuno. Después de los proms que van del dormitorio al vestíbulo, previo paso por el pasillo del espejo, bajaremos a la calle con nuestra particular coreografía de tacones y ascensores. Será entonces cuando ruja la marabunta del desconcierto.
Raquel Traverso Rodríguez
Taró
En mi primer día de vacaciones bajé a la playa con mi toalla y mi libro, dispuesta a aprovechar al máximo los tres días que me había dado mi jefe tras diez meses sin descanso. Me metí en el agua e hice la muerta un rato. Cuando volví a la realidad una espesa niebla cubría el agua: el taró. Salí casi a ciegas y al buscar mi toalla la encontré bajo una sombrilla con dos gemelos de unos cinco años. «¡Mamá!», me gritaron. «¡Tenemos hambre!». Los niños eran muy guapos y se daban un aire a mi hermano. En mi bolsa encontré un táper lleno de fruta cortada. Se lanzaron sobre mí, dándome besos y abrazos. Qué niños más cariñosos, pensé.
Mañana también habrá taró. Podría bajar de nuevo a la playa y volver a hacerme la muerta, pero he decidido llevar a los gemelos al cine
Socorro Retamero Olmos
El pez globo
Hace mucho tiempo corrió el rumor de que un enorme pez globo vivía en el interior de la Tierra. De él decían que era casi de igual tamaño que el propio planeta y que su cuerpo estaba lleno de un líquido mágico que proporcionaba la inmortalidad. Los científicos alertaron del peligro de este rumor; insistían en que era una leyenda urbana, y que cualquier prospección no controlada podría tener consecuencias nefastas para la humanidad. Por inconsciente desconocimiento o por egoísta avaricia, más de un intrépido cavó un pozo para intentar hacerse con el néctar de este nuevo dios. El planeta se iba secando poco a poco; pero nadie lo advirtió durante años: llevados por la codicia sin visión de equilibrado futuro. Yo no sé si alguna multinacional sin escrúpulos tuvo éxito en su empresa clandestina; solo sé que hace ya más de 150 años que vivo en aislada ingravidez.
Amós Láiz García
La casa del miedo
Eran los restos de una antigua casa, con su tejado vencido por el paso de los años, semiderruída y abandonada en el tiempo; su esqueleto en forma de vigas retorcidas sujetando la nada, al amparo de un armazón de tierra y barro. ¡Mi casa del miedo!
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Cuando la noche cubría cada rincón del pueblo, acudía la luz al rescate en forma de diminutas bombillas. Trataban de no confundir ilusión y realidad pues su brillo era tan mortecino y triste que vestía de luto hasta las canciones de algún loco atrapado en platónicos amores. Del bocarón medio abierto y algo destartalado, un cuarterón balanceado por el viento emitía sonidos con acordes de músico enloquecido y desterrado. Era un corto trayecto que pasaba corriendo, con el alma encogida, el corazón desbocado e inventando ruidos que me hicieran compañía.
Es la imagen inolvidable de una ráfaga de miedo en la infancia.
Francisco José Borrego Bajo
Recuerdo
Recuerdo a mi vecino: viejo, con boina, arrastrando una pierna enferma con la ayuda de la sana. Estuvo en la guerra. Yo insistía en preguntar a cuántos había matado. «Disparas cuando te lo ordenan», contestaba. Jugábamos al dominó, veíamos películas. Mi vecino tenía una madre. Recuerdo la mecedora donde se sentaba en silencio por no molestar. Cuando dejó de sentarse, yo trepaba a la mecedora y me mecía, y la madera chirriaba y chirriaba. Y mi vecino se enfadaba, y yo me mecía.
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Me avisó, es cierto, pero nunca le creí. Trepé una vez más a la mecedora y balanceé mi pequeño cuerpo. No se movió. Lo miré confuso. Sonreía. Había aserrado las patas. La mecedora convertida en aburrido butacón. Lo imaginé cortando la madera, acariciando el momento en que yo intentaría mecerme. Su satisfacción de entonces, sus acciones precedentes, fueron para mí la viva imagen de la maldad.
Eduardo Ollero García
Los Üruni
–Ven, hijo, acércate, observa, es una ceremonia de sacrificio de los Üruni.
–¿Sí? Déjame ver, papá. ¿Puedo ponerme en ese lado de la ventana?
–Sí, cabemos los dos.
El maestro de ceremonias Üruni lleva uno de sus pequeños de la mano, suben las escaleras y la inocente criatura se sienta en un trono dorado hecho a su medida. Una sacerdotisa vestida de blanco aparece con un cojín aterciopelado en las manos. En el centro del cojín brilla algo, es una daga de hoja curva con incrustaciones rojizas de lo que parecen ser rubíes. La muchedumbre reunida para la ocasión guarda un solemne silencio al paso de la daga. El silencio estalla.
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–Papá, ¿por qué los Üruni hacen estos sacrificios? Ellos son los más avanzados tecnológicamente, dominan el espacio-tiempo y poseen armas terribles.
–Hijo, lo hacen porque nada ni nadie tiene más poder de convicción que un dios.
Federico Guerrero Ruiz
6:16
Una luz azulada iluminó cada rincón de su habitación, en la que justo antes reinaba la sombra. Acto seguido, el vibrar del móvil sobre el contrachapado blanco de su escritorio puso también fin al reino del silencio.
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De manera mecánica nuestro personaje se dirigió a paso torpe y lento hacia aquello que había perturbado su sueño. Fue entonces cuando vio en aquella pantalla luminosa y vibrante las 6:16, y tragó saliva.
Nadie te vende nada a las 6:16. Nadie se equivoca marcando a las 6:16. Por nada bueno te llama nadie a las 6:16. Y esa vez no fue la excepción.
Juan Francisco Cañete Romero
El genio
Parece que todos tenemos un 'Genio' que agudiza el conocimiento. El mío preferentemente ha hecho novillos. La verdad es que tengo la sensación de que en la gran mayoría hace novillos todos los días. O no me entero o no quiero enterarme. Mi 'Genio anda a otra cosa'. Si no hago por concentrarme, no lo encontraré y él no podrá encontrarme.
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Concha Salas Bustamante
Xenofobia
Aquel hombre se debatía entre la nostalgia amarga de su tierra y la esperanza frustrada de una tierra prometida.
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