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El edificio, en realidad la mitad de un barco, fue creado en la década de los cincuenta.

El edificio que navega

Tras el boom turístico, la arquitectura de la Costa del Sol dejó creaciones tan singulares como el bazar-barco Aladino

Alberto Gómez

Lunes, 21 de diciembre 2015, 01:45

La antigua N-340 se convierte a su paso por Torremolinos en el muelle de atraque de uno de los edificios más singulares de la provincia, el bazar Aladino, construido en la década de los cincuenta. «Es un barco que navega sin olas», decía el artista Diego Santos en un documental de Televisión Española desempolvado años después por el escritor Pablo Aranda. Mucho se ha escrito de este proyecto, que parecía concebido para señalar un límite, el que separa el interior del litoral, en los primeros años del boom turístico. La Costa del Sol, que había descubierto el abrazo de la modernidad de mano de poetas, actores, príncipes, escritores y artistas, adaptó parte de su arquitectura a nuevas formas de entender el ocio. La muestra Museo del Relax, hasta enero en la sala de exposiciones del Rectorado, da cuenta de los inicios del idilio entre el turismo y la arquitectura.

En un tierno esfuerzo por contentar a la nueva clientela internacional, los arquitectos crearon un estilo peculiar, entre lo andaluz y lo norteamericano, y así se levantaron edificios como este bazar con forma de barco varado en medio de Torremolinos, creación de Fernando Morilla. «Los monumentos ya no eran las catedrales ni los teatros romanos, sino que empezaron a ser las gasolineras, los hoteles, los depósitos de agua o los cines», relata Santos. El inmueble es, de hecho, la mitad de un barco, sin demasiadas elaboraciones posteriores, anclado a la acera. Se alza sobre una parcela de 437 metros cuadrados en forma de cuña y fue concebido como edificio comercial, aunque tuvo que convertirse en centro cívico para salvar las ordenanzas municipales relativas al tamaño del solar.

Tienda de juguetes

El almacén principal fue destinado a una tienda de juguetes, artículos deportivos y música, pero también había locales para tiendas de tejidos, ultramarinos, librería, peluquería, farmacia, bar, teléfonos públicos y estafeta de correos. La fachada lateral, el estribor, con su casco claveteado, acoge los pequeños escaparates y sus puertas, con los ineludibles ojos de buey como elementos morfológicos tomados del barco, remiten a los camarotes. En general, como afirma la comisaria de la exposición, Tecla Lumbreras, era «una arquitectura moderna adaptada al gusto local», que paradójicamente en la época se consideraba «de mal gusto, por ser muy exagerada, con esas piscinas con forma de riñón, la formica o todo el mobiliario».

El bazar Aladino rememora en su relación barco-edificio la figura de Le Corbusier y a su vez se muestra, más de medio siglo después de su construcción, como un divertido reclamo turístico.

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