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MIGUEL ÁNGEL OESTE
Viernes, 18 de julio 2014, 01:08
En el Club Náutico el Candado se respira un ambiente amigable, distendido, de buen rollo. De la Escuela de Vela treinta niños salen al mar a recibir sus primeras clases, y, en el primer paso del puerto, en una localización idónea, se encuentra la taberna El Candado. «Un punto de reunión de toda la vida», afirma Luis, aunque prefiere que lo llamen Yuyu, un ingeniero que se toma unos pepinillos gigantes con una cerveza después de haber navegado en su pequeño barco de vela durante unas horas.
Encarna es la dueña y cocinera de este lugar que tiene alquilado al Club hace 22 años. «La taberna ha cambiado mucho. Al principio era minúscula, con el suelo de yeso», recuerda, mientras hace la comida para los treinta chicos que reciben clases de vela. «Una señora se quedó viuda y le montaron la tasquilla para que pudiera ganarse la vida; o eso me contaron, pero vete a saber», continúa Encarna, que se disculpa porque tiene el sofrito en el fuego. Entonces sigue su hija, Ana, que la ayuda como camarera y que ha crecido junto a este lugar con mucha historia; «luego, en los ochenta, la regentó un matrimonio catalán. Se le estropeó el barco y mientras lo arreglaban decidieron quedarse, pero la cosa no funcionó».
La taberna no existía como es ahora. Lo que es un comedor era un almacén para tablas de windsurf y barcos. En el techo del salón permanecen de aquella época algunas poleas para subir las embarcaciones y anclas para colgarlos, aunque ahora lo que cuelgan son grandes paelleras. Y es que el bar como tal era un varadero. Ángel Medina, regatista profesional (hasta navegó con el Rey Juan Carlos I), se toma un café y un pitufo de salchichón mientras me cuenta que él conoció el sitio con sólo diez años: «Aquí estás tomándote una cerveza y viendo a los barcos navegar.
Es un sitio con auténtico sabor a puerto marinero». El interior está organizado alrededor de barriles y detrás de la barra de madera preside un cuadro de la Virgen del Carmen, la Virgen de los pescadores que cada 16 de julio se echa al mar y llega a la puerta de este sitio; en la esquina izquierda según se entra, una televisión y en el suelo losas con la leyenda Taberna Paco, desde 1993, con el escudo de El Candado. Paco es el marido de Encarna, que fue camarero en el puerto de Málaga y luego recaló aquí, pero ahora está enfermo y son Encarna y sus hijos, Sergio y Ana, quienes llevan este negocio familiar. «!He llegado a hacer paellas para 100 personas!», dice con una sonrisa Encarna, que ha salido de la cocina, y explica: «Viene todo tipo de gente. Jugadores de fútbol como Duda o Portillo, cantantes como Antonio Orozco o Estopa, médicos, albañiles La clientela vieja, la de los barcos, se mantiene, y ahora se agregan clientes nuevos». Ángel Medina añade: «Toda la historia del club ha pasado por aquí, tanto trabajadores como directivos».
Otro habitual del lugar, David Villar, director general de CEPER (Asociación Malagueña a favor de las Personas con Discapacidad Intelectual), que iba de adolescente a tomarse copas y ahora sigue acudiendo con su familia a tapear y tomarse una caña, dice: «Es un sitio con encanto, aunque, a veces, si estamos en la playa de El Candado, le soy infiel y nos quedamos en el Candado Beach», que es el restaurante que está en la playa. En la bocana del puerto hay un banco con algunas personas bebiendo cervezas. «Es un sitio romántico, ves el atardecer y cómo los barcos entran al puerto», confirma David.
A uno no le falta mucho tiempo para sentirse un miembro de la familia de esta taberna, esa es la agradable sensación que transmite el local que regenta Encarna. Quizá por eso el ambiente y la clientela se ha democratizado. Antes, en los años ochenta y noventa el ambiente era más selecto y venía gente más pudiente. Ahora a esta clientela se la ha sumado cualquier hijo de vecino. «Se ha popularizado el sitio, aunque no se ha incrementado la cultura náutica», advierte Yuyu. Pero los dueños de los barcos, la gente del puerto, los amantes del mar son asiduos a este lugar de toda la vida, como Miguel Paneque y Eduardo Reina, que pescan en sus barcos y luego Encarna cocina lo que han cogido. Incluso tienen una especie de tradición: los socios pescan calamares y Encarna los hace para Navidad. «Yo me acuerdo de todo el mundo. Y cuando viene por segunda vez me acuerdo de lo que le gustó y de lo que no», confiesa Ana con orgullo. La gente acude no sólo para comer bien, también para sentirse cómoda. Además los precios de la comida son económicos. «No hemos subido el precio de los platos desde el euro, sólo el de las copas», informa Ana. «Antes de que prohibieran fumar, por la noche se llenaba», explica un parroquiano que se suma a la conversación, «pero en este país se prohíbe todo», afirma Yuyu, rotundo.
Le pregunto a Encarna si en invierno funciona peor. «Al contrario, los fines de semana de invierno viene más gente que en verano, incluso si está lloviendo». Pero hoy no llueve. Hoy luce el sol y los chicos que han terminado sus clases vienen hambrientos a seguir la tradición, porque como me informa Ángel, «ahora es el puerto con más actividad infantil, y encima está la comida de Encarna».
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