Aspecto actual de La Chancla, que abrió sus puertas en 1984

Nos vemos en La Chancla

El emblemático local es el único que se mantiene de toda la movida de Pedregalejo de finales de los 80 y principios de los 90

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Martes, 15 de julio 2014, 01:03

Nada se pierde, todo se transforma, canta Jorge Drexler. Y La Chancla, como un camaleón, se ha ido adaptando a los tiempos, tanto, que es ... el único local que se mantiene de toda la movida de Pedregalejo de finales de los años ochenta y principio de los noventa. Aquellos años en los que se comenzaba en este sitio el primer bar de copas del paseo marítimo- y se seguía por la ruta de La Peseta Loca, Ram Tam Plam, Circuito 3, Donde y, sobre todo, Bobby Logan.

Publicidad

«Quedamos en La Chancla»; «nos vemos en La Chancla», eran (y son) frases típicas para encontrarse en Pedregalejo, aunque luego vayas a otro sitio a tomarte un campero o pescaíto frito, porque La Chancla es conocida de una punta a otra de Málaga y aún hoy sigue así, el lugar de referencia que funciona desde la mañana a la noche, aunque además de los desayunos actuales y los cafés después de comer, La Chancla, para toda una generación, siempre ha sido nocturna, un búho que nos abría aún más los ojos en las noches de marcha, no sólo de verano, también el resto de estaciones.

Nada tiene que ver La Chancla actual con la original. «A veces me parece que estoy en otro sitio», confiesa el biólogo Darío Martín, que fue uno de los encargados en los años noventa; pero al mismo tiempo tiene muy claro que «ha sabido reinventarse y sigue siendo el mejor local de la zona». La Chancla se fundó en 1984 y se mantuvo con algunos altibajos hasta 1996. Durante cuatro años estuvo cerrada. Abrió en 2000 como Cohíba Café, ya como Hotel, totalmente reformado hasta que hace un tiempo recuperó su antiguo nombre y este mismo año la volvieron a rehabilitar en menos de un mes.

«En los ochenta sólo estaba La Chancla, luego llegó el Vámonos, pero en La Chancla era donde te encontrabas a Málaga entera», afirma el escenógrafo Nacho Fontán, que vivía detrás del chiringuito El Merlo, y que estuvo trabajando en la época de mayor esplendor. «Antes acudía la gente de la zona, los surferos, los que salíamos a Bobby Logan o a Duna e íbamos los fines de semana a tomar un café allí porque sabías que era el sitio de paso obligado», comenta Elena, vecina de Pedregalejo de toda la vida, que ahora se queja de la excesiva oferta.

Sin embargo, la gente es fiel al lugar. No hay una mesa libre en toda la terraza de la que han desaparecido los toldos por una estructura movible de cristales. Las mesas están sobre una tarima de caucho que simula madera y mesas con sillas negras que parecen de mimbre. Enfrente, en la arena, ocho camas de estilo balinés con cojines y una mesa. La misma fachada ha dejado de ser una pared blanca sustituida por tablas de madera envejecida con frases en distintos idiomas: «A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos», reza la frase en español. Macarena Aranda, la encargada, me dice: «queremos diferenciarnos y mejorar el concepto chiringuito».

Publicidad

Estructura original

En el interior, el suelo es de lozas hidráulicas antiguas, hay mesas bajas con sillas negras y altas con sillas blancas; falsas paredes que hacen la función de almacén; taquillas para cargar toda clase de móviles; una pequeña librería con libros no sólo en castellano, también en inglés, francés, alemán; en la izquierda hay una chimenea que se usa en invierno y el espacio se redecora con sillones y sofás, porque La Chancla ya tiene en su ADN el gen de la mutación, un sitio camaleónico que se adapta a la estación, al momento, ya que dentro también tiene dos proyectores. «Tenemos una clientela fija, y muchos clientes de fuera: franceses, alemanes, americanos» informa Macarena. La segunda planta es un hotel con nueve habitaciones y la tercera un espacio extraordinario con un jacuzzi, mesas y una barra (donde antes estaba la sauna) del que disfrutan los clientes del hotel, «pero que también está disponible para organizar eventos», aclara la encargada. En las mesas te siguen sirviendo cubos de hielo con cervezas y palomitas, muchas palomitas, porque cada vez que te las acabas te vuelven a servir más. Las noches de los martes y los miércoles hay jornadas de sushi. La clientela es variopinta, de distintas generaciones. «Queremos dar un trato cercano, más humano, distinguirnos», concluye Macarena.

Por su parte, en la terraza, Sergio me confiesa que no es un cliente habitual: «Vengo con un amigo de Madrid que lo quería conocer porque le habían hablado del sitio». Le pregunto por el cambio: «Me parece todo demasiado Ibiza, muy Marbella, ha perdido algo de calidez, pero está decorado con gusto». Clara, una chica que va a estudiar la carrera de Periodismo y que sólo ha conocido el lugar cuando lo reabrieron, afirma: «Es un sitio idóneo para tomarse algo tranquila, para preparar la noche». Y ésta avanza fresca, con el paseo marítimo del Pedregal como una pasarela de moda en el que los transeúntes pasean para mirar y ser mirados.

Publicidad

Jóvenes con pieles bronceadas, grupos de estudiantes de español, familias esquivando a la gente con los carritos, y la algarabía del verano a la que le falta una banda sonora, porque no hay música en la terraza de La Chancla, aunque sigue siendo el último eslabón de unos esplendorosos años que toda una generación siempre recuerda con nostalgia y un nuevo faro para las nuevas generaciones.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad