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Verano de 1970. El artista americano (primero por la izquierda), con su amigo Antonio Molina ‘El Añejo’ y la familia Valencia, en Nerja.
El ‘yanqui’ que llegó a Nerja para no vomitar

El ‘yanqui’ que llegó a Nerja para no vomitar

Aquel verano de ·

El escultor norteamericano se bajó de un autobús en el que iba de Salobreña a Sevilla en 1968 por las numerosas curvas, se quedó «impresionado» del lugar y decidió instalarse

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Sábado, 12 de agosto 2017, 00:37

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Perry Oliver (Pennsylvania, 1941) recuerda que cuando apenas tenía 23 años pasó un verano junto a un amigo en una vivienda en primera línea de playa en la pequeña localidad de Provincetown, en el estado de Massachusetts. «Aquello me marcó, porque me di cuenta de que se podía vivir con tranquilidad y trabajar», rememora este escultor y grabador, que lleva afincado en la Axarquía casi 50 años. Llegó a Nerja «por pura casualidad» en octubre de 1968, «porque me bajé del autobús en el que iba de Salobreña a Sevilla debido a las muchas curvas que había, todo el mundo lo hizo para no vomitar», rememora entre risas.

Perry Oliver

El artista nacido en Pennsylvania, de 66 años, llegó a la localidad más oriental de la provincia «por pura casualidad», pero «el ambiente , la forma de ser de la gente, el paisaje, el mar y la tranquilidad» le animaron a quedarse. Allí conoció a su mujer, la belga Jenny, con la que vive en un cortijo a las afueras de Frigiliana

Nada más salir del autobús, Oliver recuerda que se quedó «impresionado» del paisaje de la localidad más oriental de la provincia. «Pero no fue sólo por el paisaje, las montañas y el mar, si me quedé aquí fue sobre todo por la gente, eran amables, divertidos, hospitalarios y me atraía la idea de quedarme a vivir en un país en el que no dominaba el idioma», explica el artista norteamericano, que se considera ya «más que un ‘yanqui’ un axárquico más». «Llevo aquí casi 50 años, hace ya 15 años que no voy a EE UU, viajaba cuando mis padres vivían, pero el acento me sigue delatando, me lo llevaré a la tumba», sostiene entre risas con un marcado acento ‘yanqui’.

«Siempre fui una persona tímida, reservada. Mientras trabajaba en un estudio de arquitectura, pensé que podría irme a México a aprender el español, pero luego decidí que mejor venía a España», recuerda. De aquellos primeros años en Nerja, Oliver menciona especialmente dos nombres de vecinos que lo «ayudaron mucho» y con los que llegó a entablar una gran amistad: Pepe Gómez, dueño del bar El Molino, y Antonio Molina Campos, al que todos conocían como ‘El Añejo’. «Era una persona extraordinaria, con unas grandes dotes para contar historias, cantar y ganarse la vida», apostilla.

De aquellos primeros años en Nerja, que coincidieron con el despegue turístico del pueblo, Perry Oliver recuerda que la gente era «muy divertida, amable y hospitalaria». «Los veranos eran fantásticos, muy dinámicos», dice. Aficionado al dibujo, por casualidad empezó a trabajar en un estudio de grabados que abrió un médico extranjero. «Estuve haciendo grabados hasta 1999, y a partir de ahí me centré ya en la escultura», resume.

«La gente era divertida, amable y hospitalaria. Quería un país en el que no dominaba el idioma»

Tras vivir más de 40 años en el centro de Nerja, hace apenas seis decidió mudarse a un cortijo que había adquirido décadas atrás en Frigiliana, a apenas dos kilómetros del casco urbano. «Decidimos una vida más tranquila, para mí es mejor como escultor y también para mi mujer, Jenny», asegura Oliver, al que todos conocen por su apellido, «porque es más fácil de pronunciar para los españoles que Perry», continúa. Para este artista, los veranos no suponen una pausa en su trabajo, «porque hay que estar siempre creando», matiza. «Me gustan los veranos, pero sobre todo me gusta que cambien las estaciones, los contrastes», apostilla el artista norteamericano, a quien le apasiona trabajar con materiales como el hierro y el bronce en sus esculturas, de muy diversos tamaños.

Sus obras mezclan la abstracción y la figuración. «Me encanta jugar con las formas, enlazar las piezas con cuerdas, darles tamaños diferentes», confiesa el artista, que acaba de clausurar una muestra en el edificio de El Pósito de Vélez-Málaga, en la céntrica plaza de la Constitución de la capital axárquica. Allí se han visto 33 piezas, realizadas desde 2004 hasta la actualidad, bajo el título de ‘Hierros y nudos’.

El escultor norteamericano acumula más de medio centenar de exposiciones individuales en España, Dinamarca, Alemania, Holanda y EE UU, junto a más de 200 colectivas, también en países como México, Polonia, Francia y Portugal, entre otros. «Mis obras van desde las piezas en las que soy muy preciso, con paneles colgados a la pared, tipo ‘collage’. Luego están las láminas, en las que mezclo trozos pequeños de metales. Un tercer grupo son las obras en las que hay rectas y curvas. Por último, están las piezas en las que hago combinaciones desde la abstracción a la figuración, con cuerdas como enlace, para protegerlas y darles sentido», describe el artista, quien hizo piezas especialmente para la muestra, como ‘Fuga entre dos columnas’, de gran tamaño.

«Me encantó la sala de exposiciones de Vélez, era magnífica, por su amplitud y distribución, con esas grandes columnas», afirma Oliver en referencia al edificio histórico del siglo XVIII que fue reinaugurado el año pasado tras varios años de rehabilitación. El inmueble se usó, entre otras cosas, como granero. Oliver trabaja desde pequeños trozos «que encuentro en el taller», hasta obras de gran tamaño. «Son figuras humanas, una pareja bailando, una fuga, son símbolos», resume Oliver.

El artista norteamericano afincado en Nerja y Frigiliana ha recibido diversos reconocimientos, como el primer y segundo premio del Concurso Nacional de Grabado de Alcalá de Guadaira (Sevilla) en 2001, así como el primer premio de la Bienal Internacional de Escultura de Puebla de la Sierra (Madrid).

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