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Manolo, el más veterano del grupo, tiene 88 años y abre Google Meet como si lo hiciera desde hace años. Se coloca frente al escritorio, se pone sus cascos verdes y enciende la cámara para charlar con sus amigos virtuales, los de la Comunedad. A pesar de que el colectivo de personas mayores ha sido el que más está sufriendo durante esta pandemia, muchos de ellos no se rinden y no dejan de ningún modo que la pereza, la soledad y el aburrimiento los devore. Mientras haya un móvil, una tablet o un ordenador en casa, hay herramientas para charlar con amigos, ya sean conocidos o no.
El proyecto de la Comunedad, impulsado por la Fundación El Pimpi en octubre de 2020, nace con la intención que apoyar a esas personas mayores a las que la pandemia dejó aisladas completamente, sin poder relacionarse con familiares y amigos y, además, sin la posibilidad de realizar actividades al aire libre y en grupos, algo que para muchos era su único ocio, manera de relacionarse y de crear nuevos vínculos.
La trabajadora social Laura Moya es la coordinadora de este grupo del que ahora tiene todas las riendas. Los miembros de la Comunedad llegan desde cualquier parte de la provincia y hacen 'tándem' en sus reuniones diarias. Por las tardes, de lunes a viernes y a partir de las 16.30 horas, Moya crea el enlace que manda por el grupo de WhatsApp que tienen en común y todas aquellas personas que quieran pasar una tarde agradable se conectan a las sesiones que, aunque suelen durar una hora u hora y media, siempre son distintas.
Por un lado, realizan en ellas talleres 'mindfullness', charlas que se convierten en terapias, juegos de memoria, búsquedas de noticias felices y positivas para olvidar la negatividad de la pandemia, un 'cineforum', talleres de lectura e incluso algún que otro encuentro culinario con profesionales de El Pimpi. En ellos hay algo siempre en común: «El respeto es lo que da cohesión al grupo. Cuando me dijeron que se acababa la Comunedad me parecía impensable. Si a estas edades no se nos presta atención, ¿cuándo se hace? ¿Cuando somos niños y ya está? Esto nos está viniendo de maravilla», relata Emilia, una de las mujeres del grupo.
En una de las últimas sesiones, la tarde comenzó con la profesional Maribel Ojeda, quien mediante una terapia de psicología abrió un debate sobre los medios de comunicación y la felicidad. En esa charla, muchos de los participantes vieron que la publicidad, los programas de televisión e incluso las series sólo nos muestran «una visión material», olvidando que la auténtica felicidad está en uno mismo: «Hoy en día nos enseñan a vivir robotizados, la felicidad no es un destino, sino un camino. Hay que poner el foco en el día a día», relataba Ojeda, con el comentario cómplice de Luis y Concha e incluso la reflexión de Emilia: «¿Por qué razón no he podido expresar libremente lo que sentía hasta hace muy poco? La verdad del ser humano no sale si no es libre», apuntaba, con la respuesta inmediata de la profesional a cargo de la sesión de ese día: «Cuando no has tenido miedo al juicio».
A pesar de que cada sesión es distinta, Laura Moya explica que todas son útiles para que las personas crezcan, se expresen y sientan que no están solas: «Tenían mucha necesidad de comunicarse porque les gusta charlar. A raíz de hablar sobre sus orígenes dos de las personas del grupo tienen en común que se criaron en Tánger. También otro día fui a almorzar con Manolo y se vino Emilia. Aunque nos costó arrancar, que tardamos un mes o así, muchos de ellos cuentan que la Comunedad es como su familia», apunta la trabajadora social del proyecto.
Esa dificultad para arrancar las sesiones vino motivada, en parte, por la inexperiencia de muchos de los mayores con las tecnologías. Manolo, por ejemplo, reconoce que aunque a veces se lleva «berrinches» constantemente con el ordenador, le está ayudando a crecer personalmente: «A pesar de todo estoy aquí y me compensa el trabajo que estoy haciendo y cómo lo estoy realizando por mi vida personal», cuenta este hombre de Jaén, aunque residente en Fuengirola desde hace 17 años.
Pinona, en cambio, reconoce que su trabajo como funcionaria le ayudó a entender la tecnología mucho más rápido y no tener problema alguno para empezar, aunque el esfuerzo de Laura Moya por que todos estén conectados y sepan hacerlo en todo momento iba más allá del WhatsApp: «A veces empezábamos a entablar conversación hasta por el teléfono fijo de casa», explica.
Sobre su gestión, los mayores de la Comunedad hablan maravillas, pues esta joven trabajadora social se ha convertido en su pilar: «Para mí fue un salvavidas. Esto de la pandemia nos ha dejado a todos sin ganas de cale y no tenemos seguridad en ningún momento. Ella nos da mucha vidilla», argumenta María, otra de las integrantes de la Comunedad, el proyecto de sus vidas, el que más les ha ayudado a dejar atrás la soledad y al que vuelven cada tarde con la certeza de encontrarse en casa y entre amigos.
Para unirse al grupo puede hacerse mediante el correo info@fundacionelpimpi.com o en el teléfono 951 15 29 90.
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