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isabel F. Barbadillo
Viernes, 7 de septiembre 2012, 14:59
Es el juez que más kilómetros recorre al año por territorio español porque de él dependen todos los reclusos juzgados en la Audiencia Nacional, la mayoría terroristas y traficantes de droga, y a un buen número de ellos tiene que mirarles a la cara. Concede o deniega permisos y excarcelaciones, vigila las condiciones en las que viven, atiende o rechaza sus demandas y se entrevista con ellos allá donde cumplen condena. Gallego acérrimo, de raíces y acento indeleble, culto y polémico, humanitario ante todo, José Luis Castro de Antonio (Orense, 20 de mayo de 1963) está acostumbrado a que las decisiones que adopta como juez central de Vigilancia Penitenciaria levanten polvaredas jurídicas y políticas. La de decretar la libertad condicional de Josu Uribetxebarria Bolinaga, el etarra que secuestró al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, ha sido la última. Aún caliente y a la espera del recurso que ha anunciado el fiscal jefe de la Audiencia. El asunto llena tertulias, enfrenta a juristas, a los dirigentes del PP entre sí (Mayor Oreja y Esperanza Aguirre han arremetido contra el ministro del Interior), altera a las víctimas del terrorismo y no deja indiferente a ningún sector social. Y encima, con telón de fondo electoral en el País Vasco.
Nada de todo eso le quita el sueño al juez. «Las críticas no le preocupan, él duerme con la conciencia tranquila porque confía en lo que hace», sostiene uno de sus colaboradores de la Audiencia Nacional. Y cree, como principio inapelable, en la dignidad del ser humano, viva o no entre rejas. Considerado «un hombre muy religioso», Castro profesa un evangelio basado en la ayuda al prójimo y en la convicción de que las personas pueden mejorar si se las ofrece una segunda oportunidad. Su principal temor, en el contexto en el que actúa desde hace 20 años, consiste en que ningún preso fallezca entre rejas y con la ley en la mano intenta evitarlo. El dominico Francisco Villacorta, con quien trabó una gran amistad en los siete años que fue responsable de Vigilancia Penitencia en Castilla y León (1992-1998) le conoce bien: «Su gran obsesión era que ningún preso acabara sus días en la cárcel, lo consideraba indigno». Por eso argumenta «razones humanitarias y de dignidad personal» en el auto de Josu Uribetxebarria, que sufre un cáncer terminal.
Rehabilitar toxicómanos
José Luis Castro no se deja amedrentar por las conveniencias de los gobiernos de turno ni las críticas sociales. Lo demuestra ahora y también lo dejó patente durante los dos mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero. En 2007 atenuó la pena impuesta a Iñaki de Juana Chaos, previamente solicitada por el Ministerio del Interior. No quería que el etarra muriera en el hospital como consecuencia de la huelga de hambre que mantuvo durante 110 días: los médicos temían una muerte súbita. Luego el etarra, reclamado de nuevo por la justicia española, huyó desde Irlanda a Venezuela, donde vive y está a punto de ser padre. También es verdad que ha rechazado las solicitudes de diferente índole de otros muchos terroristas. Para entonces José Luis Castro ya era famoso por conceder beneficios penitenciarios al exbanquero Mario Conde, preso en Alcalá Meco, a donde llegó el magistrado en 1999 desde Valladolid; al general de la Guardia Civil Galindo o al exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán.
José Luis Castro cree en la reinserción, y creyó sin fisuras en la del exdirigente etarra José Luis Álvarez Santacristina, alias Txelis, a quien autorizó en 2010, tras la petición de Instituciones Penitenciarias, a salir varios días de la cárcel para participar en unos cursos de formación. Txelis había pedido perdón a las víctimas y comprometido a resarcirlas económicamente. Dijo entonces Castro que «era una persona distinta a la que entró en prisión» y supo de su giro político a lo largo de muchas conversaciones mantenidas con el exterrorista.
A finales del pasado año, el magistrado volvió a sorprender con un auto en el que otorgaba la libertad condicional al narcotraficante Laureano Oubiña, el gran capo de Arousa. Paradojas donde las haya, establecía que el traficante, consciente del daño que había causado a la sociedad, ayudaría a rehabilitar a toxicómanos de la cárcel de Dueñas, donde cumplía pena.
La clemencia le ha acompañado a lo largo de su trayectoria profesional, desde que a los 29 años se convirtiera en juez cursó la carrera de Derecho en Santiago de Compostela. Después de un breve paso por juzgados gallegos, llegó a Valladolid. A su cargo, seis cárceles, todas las de la región excepto Burgos y Soria. En sus siete años de estancia tuvo que lidiar con el conservadurismo de los directores de centros penitenciarios en los que había recluidos presos muy peligrosos, como en Topas (Salamanca), Villanubla (Valladolid) o en La Moraleja de Dueñas (Palencia). No fue nada fácil, pero dejó su impronta. Sonados fueron sus rifirrafes con el director de Topas, Ignacio Bermúdez, otro orensano y viejo conocido de Castro, que la casualidad quiso que tuvieran que sufrirse. «Carallo, con lo grande que es España y que tengamos que encontrarnos aquí», solían decir cada uno por su lado.
Carta de los presos
Los internos de la prisión salmantina de aquella época le están muy agradecidos a José Luis Castro. Quejosos del alto coste de los productos del economato, 150 internos le remitieron una carta para que lo remediara. Con un par de funcionarios, Castro dedicó varios días a recorrer supermercados de Salamanca y Zamora: anotaban los precios de los artículos básicos. Dieron la razón a los presos y el juez ordenó al responsable del centro que los adaptara a los de los grandes almacenes.
La madre de una reclusa enferma en la cárcel de León, fallecida hace años, nunca olvidará el detalle del magistrado, que accedió a que introdujera en la enfermería unas cintas de casete con música de sus canciones favoritas. Ya lo dice el padre Francisco Villacorta: «Es muy humano, muy religioso y buena persona; culto, inteligente y muy condescendiente con los presos y sus familiares, a quienes a veces les compraba alimentos». Recuerda que visitaban juntos a los reclusos que ingresaban en el Hospital Clínico de Valladolid y que prestaba especial atención a los terminales. Tenía claro que debía sacarlos de allí. «Pocos presos habrá, si es que hay alguno, que hablen mal de él, porque ha hecho mucho por ellos», aseguraba ayer minutos antes de dar su misa de una, en la vallisoletana y emblemática iglesia de San Pablo.
Los periodistas que en Castilla y León cubrían en los noventa la información de tribunales también le recuerdan con afecto. Como juez era rígido y en la calle uno más, que se pasaba horas en un centro comercial escuchando música, comprando discos de jazz o fado y películas, entonces en formato VHS, con predilección por las de cine negro. Y libros, con devoción por Borges, Unamuno y Cortázar.
José Luis Castro, hijo de padre gallego y madre portuguesa, no es un juez estrella, aunque sus resoluciones sean estelares y respetadas por sus compañeros magistrados, tanto por su valor jurídico como por la forma de explicarse, con un lenguaje que intenta huir de los tecnicismos, apto para todos los públicos. Y con golpes de efecto, como aquel en el que, por primera vez en España, dejó salir a un toxicómano de prisión con un parche antidroga adherido al brazo. Si se le ocurría consumir droga, el parche, que no podía retirarse, le delataba.
Celoso de su vida privada, está casado y tiene dos hijos. Es miembro de la Asociación progresista Jueces para la Democracia y colabora con varias ONG. Lo que menos le gusta, los focos. Los mismos que le han vuelto a colocar en la picota con el caso de Josu Uribetxebarria Bolinaga.
EL JUEZ Y LOS PRESOS
Decisión polémica
Como todas las que ha adoptado con presos etarras, la libertad condicional decretada para el secuestrador de Ortega Lara, Josu Uribetxebarria Bolinaga enfermo de cáncer terminal, ha sido polémica, al igual que el auto firmado en 2007 para atenuar la pena a De Juana Chaos.
Amante de la música, los libros y el cine
José Luis Castro siente devoción por el cine, por la música de todo tipo, aunque más por el jazz y el fado (como buen hijo de portuguesa), y por la literatura. Admira a Borges, Cortázar y Unamuno.
Carrera
de los 49 años que cumplió en mayo, los ha pasado como juez de Vigilancia Penitenciaria. El padre dominico Francisco Villacorta, colaborador suyo en Valladolid, dice que «no hay preso que pueda hablar mal de él».
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