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rocío gonzález, con la niña de diez años que tiene acogida.

«Este caso está siendo muy difícil; a veces no sé cómo ayudar»

Rocío González. Madre de acogida de dos hermanas de 10 y 5 años

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 15 de enero 2017, 11:44

Los padres de acogida comparten el vínculo íntimo y satisfactorio de saber que con su gesto un niño puede disfrutar del calor de un hogar cuando en el suyo sólo hay frío y abandono. Pero a veces no es fácil encontrar ese cabo al que agarrarse y los casos llegan a desbordar. Rocío González, de 41 años y natural de Pizarra, sabe bien de lo que se habla cuando en ese complejo equilibrio termina pesando más la impotencia de no saber cómo ayudar y aun así seguir ahí, al pie de (carne de) cañón. Después de cuatro años como familia de acogida de urgencia y seis niños que han pasado por sus brazos, esta mujer de ideas claras y voluntad inquebrantable dedica hoy sus días y sus noches a intentar que Lola (10 años) y Mara (5) (nombres ficticios) no caigan del otro lado y que puedan llevar una vida normalizada. Las hermanas llegaron a su vida el pasado mes de octubre con una mochila tan pesada que ni una ni otra son capaces de aliviar el peso por sí mismas, porque cómo se aligera la carga de los presuntos abusos por parte de quien te tiene que cuidar. Y sobre todo, cómo se convence a la mayor de que eso no-es-lo-normal. «Lola sigue defendiendo aquello, y sigue esperando una llamada...», cuenta Rocío, a cuya rutina se han incorporado los psicólogos que tratan de romper el cascarón y que trabajan a contrarreloj en un proceso que tiene poco de juego de niños.

Lola y Mara tienen un tercer hermano de año y medio que está en otra familia de acogida, y antes de llegar a casa de Rocío pasaron por otras fórmulas que no funcionaron. De hecho nadie se ha interesado por ellas desde que comenzó todo. Bueno sí: lo hacen a diario ella, su marido y su hijo Juan José, de 6 años, que comparte algo más que sus juguetes con cada uno de esos hermanos postizos y que se han convertido para él en la mejor escuela: la de la vida.

«Este caso está siendo muy difícil; a veces no sé cómo ayudar», se desahoga Rocío aprovechando que Lola ha ido a otra habitación a colorear un dibujo de Soy Luna y que ha pintado esta vez en su cara una sonrisa en blanco y negro cuando se le dice lo chula que es su camiseta de lentejuelas. En lo otro no hay brillos, a pesar de que Lola resuelve con un escueto «estoy muy bien» cuando se le pregunta cómo está en casa, con Rocío y los suyos. «Es que por su edad ya lleva mucho vivido, Mara es más pequeña y se da menos cuenta», justifica esta madre a tiempo completo.

Pero en su casa también ha habido alegrías: a Rocío se le ilumina la cara cuando habla de Isabel, que estuvo con ellos dos años y que coincidió allí por un tiempo con el pequeño Daniel. Volvieron a sumar cinco cuando Isabel se marchó y llegó a sus vidas María (nombres ficticios), la hermanita recién nacida de Daniel, que también fue asignada a la familia de Rocío para que estuvieran juntos. El pasado mes de septiembre los hermanos fueron adoptados por una pareja de otra provincia andaluza «y hoy están súper bien», celebra esta madre de acogida que aún hoy mantiene el contacto e intercambia fotos con la madre adoptiva hasta que llegue el momento de volver a verlos. «Tengo muchas ganas porque ellos son parte de mí, pero en estos casos se recomienda dejar pasar un tiempo necesario para que los niños se acostumbren al nuevo vínculo con los que serán sus padres; y Daniel va a necesitar ese espacio», explica. Por el momento, el pequeño de tres años y medio ya ha pasado del mamá al tita Rocío, y ése es un paso fundamental para que los niños terminen por poner cada cosa en su lugar y lleven una vida normal. Porque al final, en estos casos, es en lo normal donde está el premio.

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