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BORJA OLAIZOLA
Jueves, 21 de julio 2011, 03:32
Cayetana Fitz-James Stuart será con toda probabilidad la veraneante más leal que ha tenido nunca San Sebastián. La duquesa de Alba no ha faltado desde hace 65 años a su cita estival con la capital donostiarra. Lo confirma a V ella misma a través de un correo electrónico: «Voy a San Sebastián desde que me casé con mi primer marido, Luis Martínez de Irujo; tenía 21 años y no he dejado de ir ningún verano. Sigo yendo porque me gusta mucho, es una ciudad preciosa». Además de haberla hecho la más fiel de las veraneantes, el ininterrumpido idilio la ha convertido en la última representante de una estirpe ya extinguida: la de los integrantes de la alta sociedad que desde mediados del XIX se trasladaban todos los veranos a San Sebastián siguiendo la estela de la familia real.
«Arbaisenea fue primero la casa de mis suegros, luego pasó a mi marido y ahora es mía», detalla la actual jefa de la Casa de Alba. El palacio que durante todos estos años ha sido su residencia veraniega en la capital donostiarra fue en efecto propiedad de la familia Martínez de Irujo hasta la muerte en 1972 de su marido Luis. La duquesa heredó una parte de la finca y luego adquirió a los hermanos de su esposo la totalidad de la propiedad. «Arbaisenea me encanta», se apresura a puntualizar. La finca constituye uno de los últimos ejemplos de las residencias veraniegas que edificaron a fines del siglo XIX las grandes familias de la aristocracia en San Sebastián. Se levanta sobre una colina desde la que se divisa buena parte de la ciudad, incluida la bahía de La Concha.
A diferencia del vecino palacio de Aiete, una antigua propiedad de los duques de Bailén que fue residencia de Alfonso XIII y la reina María Cristina y que sigue los cánones de la arquitectura neoclásica francesa, Arbaisenea hace gala de una inspiración genuinamente británica. La casa, de dos plantas, remite a un cottage enclavado en medio de la campiña inglesa gracias a la exuberancia de la vegetación que la rodea. Pese a estar en medio de la ciudad, el palacio apenas resulta visible desde el exterior debido a la frondosidad del arbolado. En la propiedad, de 15 hectáreas de extensión, hay ejemplares muy valiosos, entre ellos un roble de más de tres siglos de vida que está catalogado como patrimonio natural. En un frenesí vegetal que ronda el paroxismo, las fachadas de la mansión están cubiertas por un espeso manto de parra virgen que hace resaltar el colorido de las hortensias que florecen en todos los rincones de la finca.
El veraneo de la duquesa en San Sebastián ha pasado por todas las etapas. A la intensa actividad social de los primeros años, cuando aún no tenía descendencia, le siguió una época marcada por las rutinas que imponían los hijos. La familia bajaba al completo por las mañanas a la playa de Ondarreta y repartía las tardes entre el club de tenis, el hipódromo y la hípica de Loyola, donde los hijos mayores ensayaban sus primeras cabriolas con sus monturas. El prematuro fallecimiento en 1972 del cabeza de familia no alteró los hábitos de la duquesa, que a pesar de sentirse literalmente rota de dolor mantuvo su costumbre de pasar parte del verano en San Sebastián. Tres años después de haber enviudado, en 1975, Cayetana de Alba se expresaba así en una entrevista concedida en Arbaisenea: «Aquí hacemos vida familiar; por la mañana a la playa si hace bueno, luego al tenis y por la tarde salir con alguna amiga, no muchas porque hay poca gente que viene de fuera. A veces pasamos a Francia a hacer alguna compra, eso es todo».
El periodo de incertidumbre que se abrió tras la muerte de Franco cerró el ciclo del esplendor estival donostiarra y cercenó los últimos vestigios de la 'belle époque' que aún coleaban. Como reconocía la propia duquesa, era muy poca la gente de la alta sociedad que se aventuraba a acercarse a una ciudad que se acostaba con el eco de una bomba y amanecía con el resplandor de un tiro en la nuca. Las residencias de las familias que hasta entonces habían permanecido fieles a su cita con San Sebastián se poblaron de sombras. Pero Cayetana de Alba no es mujer que se deje intimidar y se mantuvo en sus trece pese a que recibió más de una recomendación al respecto. Paradoja de las paradojas, decía que solo en la convulsa capital donostiarra encontraba el sosiego que tanto echaba en falta el resto del año.
«Cedros bíblicos»
Su segundo matrimonio acentuó su querencia por la ciudad. A Jesús Aguirre, el exjesuita e intelectual que se casó con ella en 1978, le entusiasmaba Arbaisenea. En un artículo en el que recordaba la visita que la reina británica Victoria realizó a la española María Cristina en el vecino palacio de Aiete, Aguirre se expresaba así: «Durante el mes de julio, frente a Ayete, en nuestra Arbaisenea del alma y las hortensias, vivimos, muy tranquilos, Cayetana, que es mi mujer, y yo. Largas tardes adereza la niebla tan espesas murallas en la vaguada, álamos moribundos por una peste nacional y extraña, y cedros libaneses, enhiestos, casi bíblicos, entre dos casas». La fidelidad de la pareja a la ciudad estuvo a punto de hacerla acreedora en 1984 del Tambor de Oro, un galardón que concede todos los años el Ayuntamiento de San Sebastián, aunque finalmente la iniciativa no tuvo el suficiente respaldo y el premio fue declarado desierto.
El duque consorte aprovechaba las mañanas para enfrascarse en su trabajo mientras su esposa bajaba a la playa a darse un chapuzón. «A mí me gusta el mar pero no la playa, así que dedico las mañanas a leer y trabajar. En Arbaisenea he escrito bastantes cosas», declaraba en otra entrevista concedida en julio de 1985. Jesús Aguirre, en efecto, redactó en sus estancias en la capital donostiarra un libro de poesía dedicado a su mujer que llevaba el nombre de 'Poemas de Arbaisenea'. Además del clima y el paisaje, la pareja solía ponderar la discreción y el carácter reservado de los donostiarras. «Por aquí podemos pasear sin que nos molesten», solía decir la duquesa. La presencia de los Alba era asumida sin aspavientos en una época en que la información rosa no había asaltado aún las páginas de los periódicos. Se sabía que los duques estaban en la ciudad -era habitual verlos por la Parte Vieja camino de alguno de sus restaurantes favoritos- pero a nadie se le ocurría acosarles o pedirles una foto.
Cuando enviudó de nuevo en 2001, Cayetana de Alba buscó otra vez consuelo entre los vigorosos macizos de hortensias de Arbaisenea. Hace un par de años se dejó ver en algunos restaurantes de San Sebastián en compañía de su novio, Alfonso Díez. Ya se sabe que a la duquesa le gusta la buena mesa y en ese terreno la capital donostiarra tiene pocos rivales (no hay otra ciudad con más estrellas Micheln por habitante). Conoce personalmente a todos los grandes cocineros donostiarras desde que empezaron a dar sus primero pasos entre los fogones. No desprecia las vanguardias gastronómicas aunque prefiere los platos tradicionales. Siempre se decanta por el pescado y siente una debilidad especial por los chipirones, sobre todo por los que le preparaba su amigo Juan José Castillo en el restaurante Nicolasa, toda una leyenda en el mundo de la gastronomía que cerró sus puertas el pasado otoño después de 98 años de actividad ininterrumpida.
Seguro que este verano la duquesa se lleva un buen disgusto cuando se entere de que ya no es posible comer en el venerable restaurante. El cocinero Castillo ha dicho que está dispuesto a acudir personalmente a Arbaisenea a hacerle su plato favorito, pero está claro que no será lo mismo. A ella lo que le gusta es que los comensales de las mesas vecinas se le acerquen y le pregunten hasta cuándo va a seguir siendo fiel a San Sebastián. La respuesta, la misma que dio por primera vez hace 65 años: «Me encanta la ciudad y pienso seguir viniendo mientras pueda».
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