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La rebelión de los pardillos
LA TRIBUNA

La rebelión de los pardillos

Y así, del reblandecimiento de la especie se pasa a la deformidad, al monstruo de la corrupción que se desenrosca de su lámpara para expandirse por la atmósfera hasta el último rincón de nuestra sociedad

SALVADOR MORENO PERALTA

Viernes, 7 de mayo 2010, 04:04

Un sistema político es el conjunto formado por la clase política, sus instituciones, los ciudadanos por ellas representados y, sobre todo, las relaciones que se producen entre esos factores, pues la clave del sistema está en la interactuación. Por experiencia sabemos que la clase política sólo presta atención a la opinión ciudadana en los momentos preelectorales, o cuando algún medio de comunicación levanta algún escándalo. Pero ¿qué pasa con la corriente recíproca? ¿Podemos los ciudadanos permanecer indemnes a la untuosa marea de corrupción que nos pringa cada día al abrir un periódico? Teodoro León Gross tituló una columna de días pasados 'El Estado de la Corrupción', concepto que alude a la indiferencia, complicidad, incluso tácita aceptación de un «statu quo» según el cual «ellos» se corrompen y «nosotros» nos desentendemos. Es injusto pensar que sólo la política tenga la patente de la corrupción. Existe en todas las profesiones...¡y de qué modo! Pero por su propia condición, la política tiene un plus de notoriedad, publicidad y ejemplaridad tal que es ella la que establece la «atmósfera anímica» del país. Respiramos su aire enrarecido y a él nos hemos acostumbrado, pues la adaptación al medio es una de las leyes básicas de la ecología. Pero, ¿cómo y por qué hemos llegado a esta situación?

Hace ya algunos meses, un amigo mío recibió la llamada de un significado político solicitándole la aportación de sus ideas de cara a próximas campañas electorales. Mi amigo se sintió muy honrado, pero le duró poco la ilusión al saber que no podía figurar oficialmente en la relación de colaboradores porque, según le dijo el emisario, el partido había dado la orden de no contar con «independientes». Me acordé entonces de una escena de la película 'El padrino 2': en un momento determinado el fidelísimo 'consiglieri' Tom Hayden, (Robert Duvall), es apartado de una importante decisión de la 'famiglia' por el hecho concluyente de no llamar'se Corleone. Como en el film, la clave, pues, no está en las capacidades, ni siquiera en las fidelidades, sino en la sanguínea necesidad de «ser de los nuestros». Es la regla de la secta. Ahora bien, teniendo en cuenta que la militancia partidista es un infinitésimo porcentaje de la población española, pretender «jibarizar» el país decretando que las ideas sólo pueden brotar de tan exigua proporción obedece a una arrogancia inaudita o, simplemente, a la rigurosa salvaguarda de las leyes de la camada. Pero la endogamia, en política como en biología, empieza por reblandecer la especie para acabar produciendo deformidades. Por lo pronto, el proceso degradante ya se ha iniciado, y habría que remontarse a los tiempos de Fernando VII para encontrar una clase dirigente tan desalentadora como la de entonces, que defraudó a lo mejor del país, al pueblo y a esos cultos librepensadores que más confiaron en ella, condenados al ostracismo, al silencio o al exilio, y con la amargura de ver traicionadas en una monarquía absolutista las ansias de liberación del yugo napoleónico. ¿Es acaso una exageración pensar que el comportamiento de la clase dirigente actual, por mucha legalidad democrática que la arrope, está traicionando en gran medida las esperanzas puestas tras la liquidación del régimen franquista? ¿Acaso responde a una irreprimible tendencia al desánimo el que tengamos que repetir el «no es esto, no es esto» de Ortega, aplicado a esa fracasada II República, antes del golpe de Estado fascista, que ahora se reivindica 'contra' el éxito de la Transición democrática?

Y así, del reblandecimiento de la especie se pasa a la deformidad, al monstruo de la corrupción que se desenrosca de su lámpara para expandirse por la atmósfera hasta el último rincón de nuestra sociedad. Y a esto hemos llegado porque los ciudadanos de a pié, que solo contamos para emitir un voto, estamos respirando el aire de este 'chernobyl' político desde el fatalismo de lo inevitable. Sin embargo, nadie, desde el misántropo más adusto hasta el cínico más desapegado, puede desentenderse del medio en el que vive. La clase política, sin excepción, no parece darse cuenta de la humillación a la que nos somete, para desaliento de los que tenemos la obligación de seguir creyendo en ella, pero no podemos esperar que conjuren la vergüenza aquellos que nos la causan. Ni se atisban en el panorama líderes arrebatadores ni hemos de confiar en los dos-de-mayo, que acaban sublimando las ilusiones colectivas en un imbécil, como aquel rey felón. Sólo cabe confiar en la rebelión individual, en el rechazo del mensaje político embaucador, en la denuncia de ese descaro que apela a la participación de la sociedad civil para no permitir luego la acción cívica fuera de los partidos, en las pequeñas formas que a cada uno se le ocurran de decir NO en su modesta cotidianeidad. Es la rebelión de los pardillos, como la de esos humildes ahorradores que hacen tambalear al gigante bancario mediante la retirada masiva de sus pequeños fondos, con la enorme cuota de confianza que en ellos habían depositado. Abran ustedes los periódicos. ¿Desde qué exaltación moral, desde qué actitud ejemplarizante podrían reprocharnos hoy los políticos que retiráramos nuestras cuotas de confianza a esa alegoría del sistema bancario que es el sistema de partidos?

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