Francisco Vico, durante la entrevista en la Redacción de SUR. Foto: Ñito salas / Vídeo: Pedro J. Quero

Francisco Vico, el catedrático de Inteligencia Artificial sin teléfono móvil

tecnología ·

Pionero en llevar la programación computacional a las escuelas, el especialista defiende la informática como «una forma de compartir, no de competir»

Sábado, 6 de noviembre 2021, 00:26

Una imposición a plazo fijo de 300.000 pesetas cambió la vida de Francisco Vico. Era la oferta que tenía la entidad bancaria en 1984. ... A cambio de ese ingreso, el cliente recibía de regalo un ordenador. ¿Recuerda el modelo? Entonces, Vico trae a la memoria todo lo que nos hemos perdido con la mascarilla puesta, porque se la ha quitado un instante para la foto y es suficiente para responder con una sonrisa luminosa: «Como si lo estuviera viendo ahora mismo». Era un ZX Spectrum. Por suerte, sus padres tenían la economía y la sensibilidad necesarias para dar aquel paso. Llegó a casa, sacó el cacharro de la caja, lo conectó al televisor y a un radiocasete y abrió el manual de instrucciones. «Y ya no pude parar». Tenía 16 años.

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Vico hace memoria en la Redacción de SUR. Ha elegido ese lugar para la cita porque no lo conocía y sentía curiosidad, la misma que le ha colocado a la vanguardia internacional en el campo de la Inteligencia Artificial, disciplina de la que es catedrático en la Universidad de Málaga. Y eso que iba para veterinario; luego, para biólogo, pero «en los últimos cinco minutos del partido», algo cambió y se matriculó en Informática. Eso sí, en todo ese tiempo, aquel interés juvenil ha sobrevivido en una analogía que le ha servido de mucho de su labor científica y que le hace ver un ordenador como un organismo vivo.

Porque justo ese afán es el que lleva persiguiendo desde la adolescencia: «Hacer algo que se comporte como un sistema vivo». Y cuando escucha los avances en Inteligencia Artificial de los últimos años, vuelve a sonreír con modestia y matiza: «Ahora vivimos el segundo 'revival' de la Inteligencia Artificial, pero a nivel matemático estamos igual que en los años 90, no ha habido ningún descubrimiento clave desde entonces, sólo que ahora lo que sabemos se puede poner sobre grandes sistemas informáticos y eso hace que, por fuerza bruta, resolvamos muchas cosas. A Kasparov le ganó Deep Blue por fuerza bruta».

«Ahora hacemos lo mismo. En una sola una sola imagen podemos reconocer cien caras. Eso es increíble. Se pueden conseguir cosas inesperadas por tener una gran potencia de cómputo, pero a mí no me atraía la fuerza numérica, sino la posibilidad de que nosotros en los algoritmos metiéramos algo realmente chisposo. El algoritmo para charlar con el ordenador, eso es otra historia. Por mucho que le pongamos una cámara o un micrófono, un ordenador está aislado, es un sistema cerrado», ofrece Vico, antes de volver, de nuevo, a la biología: «La capacidad de interacción que tiene una sola neurona con cientos de miles de neuronas no tiene nada que ver con lo que podemos hacer con un ordenador secuencial».

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El ordenador como «un amigo»

Hijo de la emigración andaluza, nacido «por accidente» en Barcelona en 1967, Vico regresó al sur para vivir primero entre Lucena y Granada y luego en Málaga, donde empezó la carrera allá por 1985. Admite que al principio esperaba «algo distinto» de un ordenador. «Algo desafiante, poderoso, en el sentido de que con eso se podían hacer cosas que eran inviables de otro modo», comparte. Pero sobre todo, aquel chaval encontró en el ordenador «un amigo, algo capaz de entenderme».

Y ese «algo», ese deseo de tender lazos entre un ordenador y un niño, cuajó tres décadas más tarde al otro lado del charco. Vico estaba con su familia en Boston cuando su hija pequeña llegó un día de clase con un mensaje que decía «I am a coder!» (¡Soy programadora!). Habían celebrado en el colegio 'La hora del código', una experiencia que pretendía acercar la programación a los más jóvenes. En aquel espejo se miró para lanzar poco después la plataforma ToolBoX.Academy, por la que han pasado más de 22.000 estudiantes de entre seis y dieciocho años y que hace posible que un alumno de sexto de Primaria complete un curso básico de programación.

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Es el penúltimo hito de una trayectoria que Vico desgrana con amenidad y detalle y que no olvida el peso que ciertos prejuicios pueden tener sobre la imagen de quienes se dedican al «cacharreo» con ordenadores: «Tengo un amigo que vive en Estados Unidos y que siempre me recuerda que allí la palabra 'friki' significa algo muy distinto, que tiene que ver con el miedo. Pasa lo mismo con la palabra 'hacker', que suele utilizarse cuando se quiere decir 'craker', el 'hacker malo'. Ni siquiera es un término exclusivo de la informática, es mucho más general, una persona con una creatividad para resolver un tema. Puede ser un artista, un ingeniero, un informático... Cualquier cosa. Es alguien que aborda las cosas de una manera diferente y le da soluciones diferentes. Picasso se podría considerar un 'hacker', como todos los que han hecho revoluciones en su campo».

Al fin y al cabo, para Vico, «la informática va de compartir, no de competir», aunque luego llegue el mercado laboral dictando otras normas. Lo piensa en voz alta este catedrático en un diálogo por el que desfilan referencias a Ramón y Cajal o Darwin, pero ni asomo de supuestos mitos contemporáneos como Mark Zuckerberg, Elon Musk o Bill Gates. «Es que en realidad no han aportado nada al bien común. Las aportaciones las hicieron los científicos. Ellos simplemente se aprovechan de un contexto», sostiene Vico.

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Y su reflexión abre la puerta al reverso tenebroso de la tecnología que le ha llevado a no tener teléfono móvil 'inteligente'. Justifica su decisión en «las malas intenciones manifiestas de ciertas compañías» y añade: «Cuando hablamos de las grandes tecnológicas nos damos cuenta de que la ética que hay detrás es muy cuestionable. Casi todas intentan limpiar su imagen, pero luego husmean en la información y es realmente escalofriante el mundo hacia el que vamos».

Un libro visionario

«En 1984 leí '1984' -recuerda- y es el libro que más me ha marcado. Orwel nos dejó una contribución visionaria, porque nos avisa de los peligros que vendrían en el futuro. La capacidad de vigilancia que existe a través de estos terminales móviles es increíble. Resulta casi imposible que estas máquinas dejen de grabar datos y que esos datos se queden almacenados en algún servidor. Aunque luego quieras borrarlos, no puedes, se quedan almacenados, porque algún día podrían ser de utilidad».

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«Como tecnólogo debo entrar en contacto con todas las tecnologías para saber cómo funcionan pero siempre me pregunto. ¿Puede una persona decir que es libre cuando se sabe todo de esa persona, incluso lo que hace o dice de modo inconsciente? En mi caso, no me aporta», zanja Vico sin darle mayor trascendencia a su 'desconexión' móvil.

Y como la incredulidad a menudo echa mano del miedo para justificarse, pregunta: '¿Y qué hará cuando tenga un percance o una emergencia'. Y entonces Vico sonríe de nuevo, sereno y confiado: «Pues pediré ayuda, como hemos hecho toda la vida. Siempre habrá alguien que quiera ayudarme».

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Porque quizá la vida debería imitar al arte, pero también a la informática. Al menos como la entiende Francisco Vico: se trata de compartir, no de competir.

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